Samir El Ghoul, una vida dedicada a la música
Tras veintiún años en el extranjero, el afamado músico retornó al país. Habla sobre su vida y su trayectoria
Las melancólicas notas de ‘Cloches d´angoisse et larmes d´adieux’ (Campanas de angustia y lágrimas de despedida) del compositor, organista y pedagogo francés, Olivier Messiaen, inundaban la sala principal de la Fundación Zaldumbide Rosales, en la capital. Pese a ser martes, la sala estaba llena de espectadores que habían llegado a escuchar el recital con el que se rendía una emotiva conmemoración a los diez años de la partida de la afamada pianista y maestra, Celia Zaldumbide Rosales.
A cargo del encuentro, titulado ‘Evocaciones’, estaba Samir El Ghoul, reconocido músico guayaquileño, que tras veintiún años transcurridos en Rusia, Estados Unidos, Francia y Alemania, había vuelto al país para instalarse permanentemente en Quito.
El concierto, un encuentro ecléctico con variadas piezas de artistas como Maurice Ravel, Doménico Scarlatti y Enrique Granados, fueron una oportunidad de ver en escena el extenso rango de habilidades de El Ghoul, y también para ahondar en su trayectoria y recorrido por el mundo.
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¿Qué llevó a la decisión de retornar al país y elegir Quito como sitio de estadía?
Uno debe estar allí donde alguna vez fue feliz y prolífico artísticamente. Quito en mi vida es uno de esos lugares, pero tras 21 años en el exterior y sin mayor reconexión con Ecuador a lo largo de aquellos años, me pareció poco cauto. Pero, ¡Quito no era el plan previsto! Había decidido dejar Berlín, y todo estaba organizado para reinstalarme en Moscú, que es el arca sagrada del pianismo y donde además había logrado restablecer muchísimas relaciones académicas y personales durante los años precedentes. Aterricé en Moscú el día de mi cumpleaños con todo mi equipaje y permanecí dos meses, pero por un asunto de salud consideré que era más prudente estar en Ecuador. Luego llegó la pandemia.
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Leer más¿Cómo surgió su pasión por la música?
Cuando miro hacia atrás e intento dar una explicación racional al hecho de haber dedicado mi vida a la música, no lo logro. Creo que en mi caso, aquella “pasión” es más un asunto de tener una conciencia clara y prematura de que mi vida transcurriría frente al instrumento. Sin embargo, esa conciencia prematura de la que me jacto tampoco me ha dado respuestas, de tal modo que dejé de buscarlas. Es lo que es, y nunca di cabida a otras alternativas de vida sobre la mesa, independientemente de las consecuencias.
Tras más de veinte años en el extranjero, ¿Cómo ha ido evolucionando su técnica y estilo?
En Roma haz como los romanos, o por lo menos inténtalo. Haber tenido la oportunidad de nutrirme de escuelas pianísticas que pretenden ser únicas e insuperables, en países política y artísticamente rivales, ha sido turbulento. Lejos de ser una queja, se trata de un factor que no determinó un estilo, sino que forjó una actitud (en mí) voraz frente a la inmensidad del repertorio musical existente, y puso en evidencia la necesidad imperante de tener una versatilidad para constantemente reconfigurar o enriquecer la manera de escuchar.
Sus visitas al país han venido acompañadas con encuentros con jóvenes pianistas en Quito y Guayaquil. ¿Qué significa la docencia en su vida?
La transmisión es fundamental para un músico, y desde los 17 años he tenido la posibilidad de enseñar. En 2015 estuve en Ecuador un par de semanas y propuse a Casa de la Música un primer Encuentro Pedagógico de Jóvenes Pianistas, formato, en mi criterio, concebido sin opulencia.
¿Sin opulencia?
Explico. En el entorno musical tenemos una tendencia inapropiada a utilizar palabras, adjetivos, términos que fácilmente desorientan al público y a los estudiantes. No quise presentar mi propuesta como una ‘clase magistral’ porque este término me causa algo de ruido. Ahora, cuando pianistas como Barenboim y Argerich den clases en el Ecuador, entonces sí deberemos recurrir al término ‘masterclass’.
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¿Cuál es el principal objetivo que se plantea en estos encuentros?
Las diferentes ediciones de mi Encuentro Pedagógico de Jóvenes Pianistas que he podido llevar a cabo en espacios de Quito y Guayaquil sí tienen un propósito claro y definido que creo transciende la mera focalización sobre los detalles de la partitura: instar a los asistentes, por lo general pianistas que ya han comenzado su carrera pública, y que incluso enseñan en estructuras musicales confirmadas, a no proceder nunca en menoscabo de la ecuanimidad y de la ética, alejados de aquello que en la música y en su propio desarrollo técnico se revela medular. No por impartirles lecciones de moral, sino para evitarles una gran corrida de caballo con su conocida parada de burro.
A los veinte o veinticinco años, el grado elemental de profilaxis de vida propicio para el perfeccionamiento pianístico puede fácilmente pasar desapercibido.
Recordando a Celia Zaldumbide
Para el recital ‘Evocaciones’, El Ghoul seleccionó obras raramente ejecutadas en versiones para piano, y cuya sonoridad apelaran a la ausencia.
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Leer másDurante su vida, Celia Zaldumbide Rosales patrocinó a jóvenes músicos dentro y fuera del país, auspició conciertos y clases maestras, presidió por años la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador, fue miembro fundador de la Casa de la Música y creó la Fundación Zaldumbide-Rosales, que hoy continúa en pie en la casa patrimonial que perteneció a sus padres.
¿Cómo recuerda el músico a esta icónica mujer?
“Celia Zaldumbide era una galaxia. Murió hace diez años, pero me da la impresión de que hoy, para los buenos entendedores que tuvieron la oportunidad de interactuar con ella, su persona se transforma en una suerte de libro que has leído hace mucho tiempo, cuyas líneas no han dejado de resonar fuerte, y que adquieren un sentido mayor cada día que pasa", señala.
Agrega que prefiere no romantizarla, pero se queda con "sentido implacable de ética artística. Era una persona que solo daba importancia a lo esencial. Pienso que la suya fue una vida sin artificios y sin vanalidades. No es la lección de ética lo que importa aquí, sino la constatación de que sin ella, la creación artística no sabe a nada, y no desemboca en nada, porque el simple hecho de hacer arte, en sí, no ennoblece ningún espíritu, contrariamente a lo que se cree", indica.