Martha Rosales: "A ser solidario se aprende desde la cuna"
En el Día de la Madre, Martha resalta lo importante que fue para ella dedicar más tiempo a sus hijos que al periodismo.
"Los hijos no esperan, el periodismo sí”, fue la frase que predominó en la vida de Martha Rosales Cedeño mientras se dedicaba a la crianza de sus cuatro hijos: Karla, Martha, Gloria y Carlos Morales. Y la hizo suya hasta que el menor tenía cerca de 10 años, cuando retomó la profesión que tanto ama. Hoy, con infinita satisfacción, agradece a Dios (es muy creyente, en casa conserva un oratorio rústico, al que acude todos los días al rayar la aurora) la oportunidad de estar viva y poder ver en sus hijos cómo germina la semilla sembrada.
En el patio de su vivienda, rodeada de hermosas plantas ornamentales e incluso frutales a las que dedica varias horas del día, Martha narra lo que ha sido su vida, desde la infancia en Manabí; y los valores que sembraron en ella sus padres, Amaro y Gloria, valores que ha trasladado a sus descendientes, a quienes, desde pequeños, dice, les enseñó a compartir lo que tenían, nunca a dar lo que les sobraba. “Ha sido importante hablarles siempre de amor, con hechos. Los llevaba al campo. Iban a compartir lo que tenían. Aprender a ser desapegados. Comer con cuchara de mate, dormir en el piso, bajo toldo. Aprendían que la vida no es solo comodidades”, comenta.
Martha Rosales Cedeño
De su madre aprendió
Esas vivencias también las tuvo ella, la menor de doce hermanos, cuando su madre la llevó a vivir en el recinto Río Suma, en El Carmen. Al que considera su ‘Macondo’ (pueblo referido en novelas del escritor colombiano Gabriel García Márquez). Ahí, incluso asistió a una escuela unidocente, hasta que regresó a Bahía de Caráquez, para continuar con su formación e involucrarse más en la labor social. “La generosidad es del alma y del amor. A mi madre siempre la vi compartiendo y ayudando. Lo que teníamos lo daba, así nos quedáramos sin nada. Incluso, yo, en mi inocencia, le decía: ‘Mami, pero no tenemos más’. Me respondía: ‘¡No es tu problema, Dios provee! Tú, ve y da’. Entonces, me hacía entregar lo que tenía. Recuerdo que dábamos todo, pero nunca nos acostábamos sin comer”, narra sonriente la comunicadora, quien también guía la formación de Ariela y Alejandra, hijas de Merly, quien hace 11 años llegó a trabajar con ella en un restaurante que tenía en el norte de Guayaquil, y hoy es un miembro más de la familia que formó con el periodista deportivo Carlos Víctor Morales. Es su “hija de la vida”.
En Río Suma, pueblo al que siempre quiere volver, era muy feliz. Lo dice con una alegría visible en el brillo de sus ojos. Corretear con otros niños, por caminos polvorientos, era su mejor travesura. Ahí también aprendió de su maestra la importancia de la convivencia con el prójimo, la humildad y la sencillez. Es por eso que, cuando sus hijos crecían, les dio lo que tenía a su alcance. Incluso, prefirió educarlos en una escuela pequeña, donde, cree, la emularon, pues aprendieron a no sentir diferencias sociales, ni de raza, peor de religión.
El hogar, base de la formación
“Ahí reforzaron lo que en casa les había inculcado”, asegura, y aclara que para ella: “La escuela no es la formadora absoluta. Es la que acompaña la formación del hogar. La escuela instruye”. Cuando sus hijos fueron creciendo, ella los guiaba cuando llevaban ayuda a sectores más desposeídos, en Guayas o Manabí. Ahora los acompaña, como sucedió frente a la mayor prueba que tuvieron con ocasión del terremoto, en 2016. Ella estaba en Bahía de Caráquez, recuerda. Sus hijos en Guayaquil. Ellos se propusieron ir a buscarla, pero no fueron con las manos vacías. A través de redes sociales hicieron un llamado para sumar. Y lo que creyeron sería un camión de donaciones, se convirtió en toneladas de solidaridad.
Cuando recuerda a Guayaquil y Ecuador volcados a la casa de su hija mayor, Karla, Martha dice que esa fue una respuesta a lo que siempre le repetía a sus hijos: El ser humano es bueno. “Valoro el corazón de mis hijos, pero yo de rodillas por el corazón de los ecuatorianos. Porque Karla pudo haber lanzado 100 tuits, pero si el corazón de los otros estaba lleno de odio, no había respuesta”. Como sociedad, cree, a veces escuchamos ruidos muy feos más alto, pero el corazón del ser humano es bueno. Hay que explorarlo. Hay que motivarlo. Hay que inspirarlo.
Hoy, sus hijos trabajan unidos en beneficio de otros. Ante los ojos del Ecuador, la mayor, Karla, quizá figura como la líder, pero los cuatro, compenetrados con otros voluntarios, hacen labor social. La fundación en la que todos colaboran se llama Karla Morales, y tiene como misión empoderar, inspirar y lograr, a través de la cooperación, la construcción de una sociedad resiliente. La organización tiene dos programas centrales que son Let Girls Rise (Deja que las chicas se levanten), que está enfocado a garantizar el acceso a la educación de las niñas y el emprendimiento femenino; y Kahre, cuyo eje central es la asistencia humanitaria y el emprendimiento social, todo basado en la formación inculcada por una madre solidaria.
Personal
- Tiene 61 años.
- Estudió Comunicación Social en la Universidad de Guayaquil.
- Creó el grupo Happy’s Boys, con él hacían labor social en Bahía de Caráquez.
- Practica yoga y ejercicios a diario.