Studio 54: Droga y desenfreno en Nueva York
Finales de los años 70. Eran los tiempos en los que las noches de la Gran Manzana se vestían de polvo blanco, barbitúricos y mucho descontrol.
Bianca Jagger ingresando a Studio 54 montada a caballo. Un joven Michael Jackson de piel morena y gran afro paseándose por la pista. Truman Capote bailando al ritmo de la música disco con zapatillas de casa. Elizabeth Taylor, bajando de la limusina. Y Andy Warhol haciendo fotos a diestra y siniestra.
Así era una noche común en el legendario Studio 54, la discoteca de moda de finales de los años 70, que el documental de Matt Tyrnauer, estrenado en el festival de cine Sundance 2018, ilustra de cuerpo entero. Eran tiempos de sexo libre, cocaína y barbitúricos.
Aunque el lugar solo duró abierto entre 1977 y 1980, dejó la huella imborrable de un grupo de celebridades que al parecer no tenían límites y pretendían vivir a mil por hora.
El sueño de ese sitio le perteneció a Steve Rubell e Ian Schrager, dos jóvenes de Brooklyn que se hicieron amigos en el colegio y que, al final de su aventura, terminaron en la cárcel. El primero de ellos era divertido, pero introvertido. El segundo, abogado de profesión. Y juntos decidieron dedicarse a lo que de verdad les gustaba: los centros de diversión.
La historia cuenta que recorrieron todas las discotecas de Nueva York para hacerse de ideas. Con las cosas claras, abrieron las puertas en el número 254 de la calle 54, entre la Octava y la Novena, en el West Side de Manhattan, un lugar en el que no abundaba el glamur. Atracos y violencia estaban a la orden del día. En los años 20, ese había sido un sitio de ópera y luego un estudio de televisión de la cadena CBS.
Pero Rubell y Schrager estaban seguros de que esa era la ubicación perfecta. En casi seis semanas reformaron la edificación e inauguraron la disco el 26 de abril de 1977. Jack Dushey, el tercer dueño, aseguró en su momento que la inversión inicial fue de más de 700.000 dólares… en aquella época. Y esa primera noche forma parte de la historia misma de Manhattan.
La fórmula que ideó Rubell resultó mágica: una gran cantidad de famosos, público gay y drag queens, personajes anónimos emblemáticos, artistas sobre el escenario y la mítica cola de gente desesperada por convencer al portero para que los dejase entrar. Las razones para impedirlo no tenían un lineamiento: desde un sombrero de mal gusto hasta una camisa que no estaba a la moda. A veces solo entraba la chica y el novio se quedaba fuera.
Lo que menos había era reglas. Por ejemplo, Mick Jagger y Keith Richards no debían pagar, pero el resto de los Rolling Stone si cancelaban su entrada. Y conseguir codearse con los famosos a veces se pagaba con sexo, para muchos un pago justo por bailar junto a Elton John o tomarse una copa de champán cerca de Farrah Fawcett, David Bowie o Salvador Dalí.
Allí se vieron escenas impensables para la época, como sexo en público o dos hombres besándose, todo al compás de una época marcada por el final de la Guerra de Vietnam y la llegada de Ronald Reagan, en la que en Nueva York convivían la música disco y los incipientes hiphop y punk.
Y droga, mucha droga. Se dice que el mítico abrigo de Steve Rubell arropaba todo tipo de barbitúricos… y muchísimo dinero. Las celebridades solo tenían que pedir y pagar.
Fue justamente esa mezcla de droga y efectivo la causante del cierre de este lugar ‘de ensueño’. No tenían licencia para vender alcohol y la dudosa contabilidad les obligaba a guardar mucho dinero en un techo falso de la oficina del club. El mismo Rubell declaró que ganaban “siete millones de dólares al año... solo la mafia lo hace mejor”. Esa soberbia de creerse intocables les pasó factura, porque fueron esas palabras las que dieron paso a las investigaciones fiscales por parte de Hacienda.
Divorciadas, filántropas y millonarias
Leer másEl 14 de diciembre de 1978 en una redada se encontraron varios billetes y restos de cocaína. La detención de Rubell y Schrager fue inmediata. Pero la fiesta no se detuvo, tomó más bríos. Contrataron 37 abogados y creyeron que sería suficiente, hasta que llegó el golpe definitivo: un escándalo protagonizado por el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Hamilton Jordan, acusado de consumir cocaína en público.
El declive de Studio 54 tiene fecha: febrero de 1980. Diana Ross y Liza Minelli cantaron a una audiencia compuesta por Jack Nicholson, Richard Gere, Ryan O’Neal y Mariel Hemingway, entre otras celebridades. Poco después, los dueños originales de ese sueño hecho realidad traspasaron el local. Con su partida se fue la magia.
Steve Rubell falleció en 1989 a consecuencia del VIH. Ian Schrager se convirtió en un magnate de los hoteles. Y Studio 54 pasó a ser el alter ego de toda una comunidad aunque solo fuera por 33 meses.