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ENTREVISTA SILVIA BAK (14318182)
Sylvia Bakker junto a una de sus obrasLeonardo Velasco Palomeque

Sylvia Bakker: "Mi mayor ilusión es ayudar a otros"

Criadora de caballos de paso, pintora y altruista social, Sylvia recupera su vida tras un arduo trabajo en el campo agrícola

De bajo perfil, sale a la luz con una obra vibrante en color, textura y concepto, que transita entre el impresionismo -con el portentoso paisaje andino y la abrumadora vastedad de la costa ecuatoriana-, y la libre corriente abstracta. En un vuelo visual, sus creaciones, mimetizadas en diversas colecciones, se conjugan, diáfanas, en la síntesis racional del idioma que domina a través del trazo y el color, sin egos o mezquindad alguna, en amplios y luminosos formatos. Y es que la esencia de la artista se cuela con quien es y lleva dentro: Un universo creativo que se manifiesta nítido a través de una contemplación casi espiritual de la naturaleza. Así es Sylvia, quien, por definición, es la fe y sus creencias lo que la sustenta en gran medida, no solo a través del lienzo, sino con la empatía y la pasión hacia el mundo equino y quien, antes, fundó y lideró una empresa agrícola en un medio donde sobresalió de entre los hombres.

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Con exhibiciones, sobretodo en Estados Unidos y Europa, ha expuesto también en la galería TCC- The Colectors Club-, y ésta última, llamada ‘Entre flores y pañuelos’, que resulta una oda a la belleza natural exhibida en el Cármine, un restaurante de alta demanda capitalina, donde sus creaciones captan los sentidos de inmediato. Es aquí donde Sylvia se explaya y cuenta la historia que le precede y de cómo llegó a ella el arte: “Todo empezó hace unos años en una tarde lluviosa en la playa. Mi hermano Cristian, que es un gran artista, me prestó una cajita de pinturas y un lienzo y ¡me salió un cuadro lindísimo que ni yo creía que lo había hecho! Acabé regalándoselo a mi cuñada Inés, que es lo máximo y mi fan número uno. Tomé clases con un maestro y empecé a pintar paisajes en acrílico con un estilo impresionista, luego descubrí el abstracto que me gusta mucho porque me da más libertad. He sido tan planificada en mi vida que hoy, lo que menos quiero, es estructura, y la pintura me da libertad total. Tengo muchos planes por delante para seguir pintando y exponiendo permanentemente la obra”.

Holanda y Ecuador emparentados

Proveniente de una amplia familia de seis hijos, Sylvia recuerda las idílicas vacaciones en la hacienda de sus abuelos donde montaba a caballo desde los 6 años. Eran tres meses de libertad que disfrutaba a plenitud. Salía temprano y volvía entrada la noche: “Mis papás nos tenían con la ‘rienda corta’, como se diría en términos ecuestres. ¡Eran estrictos, pero en el campo era libre! Toda la vida me encantó la naturaleza y los caballos. Mi abuelo, holandés, Lodewijk Jan Bakker, era una maravilla, jugaba con sus nietos y era muy amoroso. Conoció a mi abuela guayaquileño y se casó, estableciéndose en Quito. En mi vida, Ecuador y Holanda se complementan porque también mi tía y hermana se casaron con holandeses y una sobrina sale con un holandés. Esa es la historia”.

Pasión ecuestre

Amante y gran conocedora ecuestre, Sylvia presidió la Asociación de Criadores y Propietarios de Caballos de Paso Peruano de Pichincha los últimos 4 años, función que acaba de finalizar semanas atrás. Una pasión compartida con su padre, Luis Bakker, con quien compite en ferias y exhibiciones fuera y dentro del país con ejemplares que embelesan por sus particulares e innatas destrezas. Él fue quien la introdujo en este mundo desde muy pequeña, con burros que adquiría para la hacienda familiar, pero por su arisca naturaleza, decidió ir por caballos criollos, de carácter más dócil. Más tarde vinieron los de carrera, que traían desde el hipódromo, y que requerían más cuidados. Entonces llegaron los de paso peruano, que finalmente conquistaron a Luis y a Sylvia, convirtiéndose en dedicados criadores: “Esta raza es un símbolo nacional en Perú por ser la más suave del mundo. ¡Crío los castaños negros que me encantan! Mi hermana Pepita también ama los caballos, es criadora de la raza española, compartimos esa pasión que es divertidísima”.

Empresaria agrícola

De carácter templado, directa y sincera, Sylvia es una mujer también observadora, y reservada por principio. Estudiante dedicada, del Cardenal Spellman de mujeres, en Quito; luego se especializó en administración de empresas y manejo de haciendas en Cazenovia College -Nueva York-, con el firme propósito de volver a su país. Se hizo cargo del área ecuestre de la hacienda familiar y acabó administrándola por varios años hasta asociarse con su padre, en una empresa agrícola que fundaron y que, con el tiempo llegó a tener más de 52 hectáreas de hortalizas, con una amplia gama de productos que se comercializaban en el mercado loc

“Soy la cuarta de seis hermanos y la única que se dedicó al campo, que es duro, porque se necesita carácter para que te respeten, ¡sobre todo porque era la única mujer! Además, producir hortalizas es complicado porque si cae una granizada o una helada se pierde todo, o si llueve mucho la producción no es como debería ser. Si trasplantas una planta y la hundes demasiado, se ahoga... Fui una ‘workoholic’ ¡no tenía vida! Dejé de ver a muchos amigos y sacrifiqué tiempo de mis hijos, pero tenía que trabajar y producir para tener de qué vivir. Con mi papá -también un ‘workoholic’-, y siendo mi socio, la presión era fuerte y pasaba recontra a full, pero era feliz con lo que hacía: Que una semilla se convierta en un tomate o una lechuga es un milagro de vida. La empresa era como mi hijo mayor, pero no tenía un balance”.

En el momento oportuno, Sylvia dio un paso al costado y vendió la empresa para retomar su vida personal, en una etapa de madurez y plena conciencia del presente y el futuro. El ritmo frenético al que estaba acostumbrada cambió por días de creación, naturaleza y crecimiento espiritual.

El poder de la oración

A sus 58 años, Sylvia confiesa que Dios está presente en ella, ante todo, algo intrínseco que le ha dado fortaleza y una postura ante la vida aterrizada a su realidad. Su abuela materna fue una gran compañera y ejemplo, quien influyó también en sus recias convicciones. “El estar cerca de Dios es uno de mis pilares. Recomiendo a todos ver la película ‘El cuarto de guerra’, me impactó porque te das cuenta del poder de la oración, y es que cada Ave María es como una rosa que entregas a la Virgen. He tenido muchos milagros gracias a eso, pero no soy curuchupa, no voy a misa todos los días ni soy una santa”.

En ese contexto, Sylvia está decidida a que, a través de su testimonio, motive a otros a rezar y tener a Dios cerca: “Hay que dar bases a los hijos para que tengan fe, no importa la religión, lo que cuenta es Dios, orar y hacer el bien, ser buenas personas”, afirma.

Debido a sus férreas creencias, le tomó 20 años tomar la decisión de divorciarse del padre de sus hijos, pero no tuvo opción pues las direcciones eran opuestas. Hoy, 13 años después, es una mujer fortalecida, que vive su mejor momento con dos hijos buenos y que vuelan por sí mismos.

Su mayor ilusión

Ayudar a otros, por lo que está comprometida con la Fundación San José, donde vela por varias ancianitas abandonadas, en un espacio que espera el aporte de instituciones o manos generosas: “Desde que era niña me gustaba estar con viejitos, son sabios. Todos los martes almorzaba con mi abuela Saida Guerra de Bakker y sus conversaciones eran maravillosas, por eso tomé la posta de la Fundación con el padre Jaime Lenin pero estamos en un punto de desesperación porque no tenemos ayuda y necesitamos recursos para mantener el centro y seguir creciendo”.

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