Tony Torres, el futbolista manco que gambeteó hasta al infortunio
Uno de los pocos jugadores mancos que llegaron a primera división en el país le cuenta a Diario EXPRESO detalles de su vida
La vida parece haberse ensañado con él, pero Tony Torres Arellano no es de los que se dan por vencido. Le falta un brazo y, sin embargo, le sobra talento, aquel que demostró en la década de los 90, cuando se convirtió en uno de los pocos mancos que destacó en la historia del fútbol ecuatoriano.
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Leer másLa extremidad derecha la perdió debido a un accidente y posterior mala práctica médica. “Tenía cuatro años, estaba jugando con unos primos en el recinto La Virginia (provincia de Los Ríos). Me caí de la ventana de la casa de campo y sufrí una fractura expuesta. Los doctores suturaron el corte y me pusieron un yeso, pero la herida se infectó y desembocó en gangrena, por lo que tuvieron que amputar”.
Hoy, con 52 años, le cuenta a EXPRESO el duro camino que debió transitar para hacer realidad su sueño con la número cinco, desde aquellos años de niñez cuando sus amigos le decían ‘mano mocha’, la discriminación que recibió por parte de algunos entrenadores, la falta de seriedad de dirigentes que no le pagaron su sueldo completo, el fallido intento de conformar la selección ecuatoriana preolímpica, su prematuro retiro y todos los trabajos que realizó para poder construir su casa.
“Los niños son crueles y se entiende, sin que esto signifique no haber sentido dolor por cada apodo que me pusieron, pero que los técnicos me marginen por una discapacidad, aunque en la cancha mostré mi categoría, es algo que no puedo entender”, acotó.
LA GRAN FRUSTRACIÓN
Su “graduación” en el rey de los deportes tampoco se pudo dar, porque la oportunidad le llegó demasiado tarde.
“Mi gran frustración es no haber estado en la selección. En cierta ocasión jugamos con Calvi en Pascuales; el técnico Dusan Draskovic fue a ver a mis compañeros Néstor Jácome y Joselo Sánchez para llevarlos al preolímpico de Paraguay (1993), pero terminó fijándose en mí, el problema es que ya tenía 25 años y estaba pasado del límite de edad”, lamenta.
En aquel tiempo anotó el gol por el que muchos lo recuerdan. Fue en el estadio George Capwell, con la camiseta del Deportivo Quevedo y se lo hizo a Carlos Luis Morales. “Emelec había cobrado un tiro de esquina y se produjo un largo rechazo. El defensa (Gustavo) Raggio subió a cabecear y no alcanzó a regresar, yo rematé bien fuerte. Morales siempre se acordaba de eso cuando nos veíamos en Manta, en las pretemporadas de los equipos”.
Los veloces desbordes de Torres en el profesionalismo terminaron prematuramente, cuando él tenía 27 años. “Ya estaba todo arreglado con el Delfín, pero me detectaron fiebre tifoidea, paludismo y hepatitis. Casi me muero”.
La vida nuevamente se confabulaba contra él y, aunque luego de cuatro años volvió a jugar en torneos barriales, su nombre desapareció del profesionalismo, mientras sufría otro golpe. “Darwin, mi hermano menor, se perdió en el mar junto a otros dos pescadores. Era con el que mejor me llevaba”.
Hace un mes, en plena pandemia por la COVID-19, la enfermedad le arrebató a su padre.
Pese a esto, no pierde el humor al recordar anécdotas. “Una vez, jugando ante Liga de Loja, ganábamos 2-1, faltaban pocos minutos y hubo un lateral. El árbitro me dijo que saque rápido y yo le respondí que ya venía un compañero. Me sacó la amarilla y desde la tribuna le gritaron: ‘¿cómo quieres que cobre, si es manco?’. El pana solo atinó a decir ‘la cagué’, pero no me retiró la tarjeta”.
Cuando el fútbol llegó a su fin, trabajó en una fábrica de bloques, de aceite y en una empacadora de atún. También fue cuadrillero de soya y vendió ropa. Esas labores le permitieron construir la casa que quedará como herencia para sus tres hijos.
No ha sido fácil, pero al igual que en la cancha Tony Torres gambeteó cuanta adversidad encontró en su camino, siempre honrando las enseñanzas que le dio su padre (Rosendo), de quien aprendió que “la mejor almohada es una conciencia limpia”.
NO SE APROVECHA DE SU DISCAPACIDAD
En los últimos días se conoció del mal manejo que algunas personas le han dado al carné otorgado por el Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis). Tony Torres no pertenece a ese cuestionado grupo.
Aunque posee el documento y su discapacidad es evidente, solo lo empleó como parte de un trámite fácilmente verificable.
“Fue luego del terremoto del año 2016. Mi casa resultó afectada y apliqué al programa de apoyo que daba el Gobierno para la reconstrucción de viviendas. Entre los requisitos me pidieron el carné, fue la única ocasión que lo utilicé”, afirma.
Hoy labora en una fábrica de aceites, agradeciendo cada día que Dios le da para demostrar el esfuerzo de un trabajo honrado.
Sabe que la corrupción permite ciertos lujos, pero su costo es perder la tranquilidad de ver de frente a cualquiera. Su padre le enseñó a vivir de forma honesta y ese es el legado que desea para sus tres hijos.