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Trabajo. La agente Petita Torres controla el tránsito en Padre Aguirre, entre Baquerizo Moreno y Córdova.CHRISTIAN VASCONEZ

La agente de tránsito que rompe barreras

Petita Torres Burgos vigila y controla las calles de Guayaquil en silla de ruedas. Tiene el 81 % de discapacidad física. Es un ejemplo para su familia

Sobre una silla de ruedas, Petita Torres Burgos, de 55 años, hace cumplir la ley de tránsito en Guayaquil: da paso a los peatones, a los vehículos y recuerda la importancia de respetar los espacios designados para las personas con discapacidad.

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Hace 22 años, un accidente cambió su vida cuando al caer de una escalera se golpeó las vértebras y quedó sin movilidad en sus piernas. Pese a la discapacidad física del 81 %, nunca se rindió hasta cumplir el anhelo que tenía desde pequeña: ser una agente de tránsito.

Fue en 2015 cuando Petita se puso por primera vez la camisa celeste, el pantalón y gorra azul; así como el chaleco verde que forman parte del uniforme de un agente de tránsito.

Para obtener este puesto fue capacitada durante dos meses por la Agencia de Tránsito y Movilidad (ATM), que incluyó materias como Ley de Tránsito y Relaciones Humanas.

En sus inicios realizaba controles y operativos por diferentes sectores de la ciudad, a bordo de una patrulla de la institución. Desde el año pasado se la puede ver en las calles Padre Aguirre, desde Baquerizo Moreno hasta General Córdova (alrededores de la Clínica Guayaquil), centro de la ciudad.

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Acción. Realiza su tarea con respeto y amabilidad. La ciudadanía le retribuye el gesto.CHRISTIAN VASCONEZ

Allí se encarga de vigilar el tiempo en el que los vehículos están parqueados, además de supervisar que las rampas y estacionamientos para personas con discapacidad estén despejados y bien utilizados. Esta tarea la hace de lunes a viernes, de 08:00 a 13:00 o de 14:30 a 21:00, según el horario rotativo que le toque. Una camioneta de la entidad la deja en el punto y al término de la jornada la regresa a casa.

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“Más que controlar quiero crear una cultura en las personas, para que comprendan que el mundo no se termina para aquellos que están en una silla de ruedas”, señala, mientras recorre la zona en medio de la admiración de quienes la llaman Mi sub o Mi generala y se cuadran frente a ella como muestra de respeto y halagos.

EjemploPetita Torres se ha ganado la admiración de su familia y de la ciudadanía que ven en ella a una mujer que ha sabido luchar contra la adversidad.

Ella sonríe sin perder el rumbo de su trabajo. Mira de un lado hacia el otro y con sus manos empuja con fuerza las ruedas de su silla. Sobre sus piernas inmóviles coloca su cartera donde guarda algo de maquillaje y sus documentos personales; a la altura de su hombro descansa la radio con la que se comunica con sus otros compañeros, mientras que en su pecho mantiene colgado el silbato que la ayuda en su tarea de controlar de tránsito.

“Mi labor aquí es respetada; ningún conductor o peatón se ha propasado conmigo. Creo que eso se debe al respeto con el que yo los trato. Ellos me lo retribuyen”, cuenta satisfecha, mientras hace una pausa a su narración para pedirle a un conductor, con amabilidad, que saque su carro que está estacionado junto a una rampa para personas con movilidad reducida.

Sin embargo, reconoce que las dificultades que se le presentan a diario se deben a que las calles del centro, donde ella labora, no son amigables para las personas con discapacidad, lo que impide que puedan movilizarse con facilidad.

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Familia. Goza del cariño y admiración de su esposo, hijos, nietos y nuera.Freddy Rodriguez

Asegura que lo primero que se quita de la cabeza al salir de casa es el paradigma de que la vean con lástima, como una persona necesitada o enferma; por el contrario, busca ir con la cabeza en alto consciente de que tiene todo a su alcance para salir adelante de las limitantes. “La gente pocas veces ve a una persona en silla de ruedas controlando el tránsito, entonces creo que esto va rompiendo barreras porque tú demuestras que sí somos útiles”, agrega.

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Tras su accidente, Petita se dedicó al comercio para seguir aportando ingresos a su familia. Hoy, como agente, relata con una sonrisa en el rostro cómo su esposo Jorge Acosta; sus tres hijos, Evelyn, Jonathan y Jorge; sus cuatro nietos y su nuera están orgullosos de ella y la presumen cada vez que tienen la oportunidad de hacerlo.

“Cuando le comenté a mi familia que iba a trabajar dirigiendo el tránsito se rieron y ya después cuando me vieron no lo podían creer. Esto me llena de orgullo y motivación para seguir. Esta es mi vida, rodar por las calles del corazón porteño y juro que me gusta muchísimo”, confiesa.

Sus ojos brillan cuando habla de su entorno y del apoyo que siempre le brindan. “Trato de no ser una molestia para los míos, por ello no me limito en las actividades del hogar. Cocino cuando tengo tiempo, participo en el arreglo de la casa y en otras labores que me hagan sentir útil”, enumera.

Trabajar en la calle le ha permitido ir hacia adelante. “Si no hubiera salido del confort de estar en mi casa, a lo mejor estaría deprimida y lamentándome de mi suerte”, puntualiza, convencida de que va por buen camino.