El pesimismo guayaquileño tiñe el futuro de la ciudad
Solo el 26 % ve el futuro de Guayaquil con optimismo. La realidad genera incluso tristeza en los adultos mayores
El guayaquileño está insatisfecho y no solo eso, también siente tristeza, frustración y agobio al ver cómo la inseguridad se va expandiendo en la ciudad, a la par de otros males como problemas con el tráfico y la contaminación, que trastocan su convivencia.
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Leer másLos guayaquileños no ven con buenos ojos el futuro de su ciudad. Y aunque esperan equivocarse, confiesan que no avizoran grandes cambios que mejoren su calidad de vida a corto plazo.
La desilusión prima entre los ciudadanos
“Me gustaría sentir que en unos cuantos meses el dichoso Plan Fénix va a funcionar y que la paz volverá a nuestras calles, o que la Alcaldía va a decidir de una vez por todas recuperar el espacio público, hoy en su mayoría apagado y abandonado, sobre todo en el centro. Me gustaría pensar que el corazón de la ciudad va a volver a latir, que el río no será solo un adorno... pero siento que no pasará y eso me frustra”, manifiesta Leonidas Arteaga, residente de la quinta etapa de la Alborada, que forma parte de ese 74 % de guayaquileños que no ven con optimismo el futuro del Puerto Principal.
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Y es que según el colectivo Guayaquil Cómo Vamos, que realizó una encuesta a 1.708 personas de la ciudad, apenas el 26 % de ese total ve con optimismo el futuro de Guayaquil. La mayoría de ciudadanos se sienten preocupados, según los resultados del sondeo, que tuvo el respaldo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), de la Espol, de la Fundación Ciudadana y de Seguridad Vial Movidana, entre otros.
De hecho, en el grupo de ciudadanos que superan los 65 años de edad hay sentimientos de frustración (6 %) y tristeza (13 %).
Por ejemplo, a Manuel Armijos, quien hace apenas dos meses cumplió 70 años, le apena ver que su barrio, Urdesa, y el de su hijo, el Centenario, ambos icónicos en la ciudad, hayan perdido su esencia.
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Leer más“En ninguno de los dos puedo salir a caminar y en todos me rodeo solo de letreros de ‘Se vende’ o ‘Se alquila’ o de negocios que ya han cerrado sus puertas. Nadie quiere vivir ya en ellos porque tienen miedo: la violencia atravesó las paredes de las viviendas. La extorsión tocó las puertas de una gran mayoría y todo ha quedado desolado. A mis amigos se los llevaron sus hijos a urbanizaciones dizque más seguras, alejadas de todo y de todos, fuera del perímetro de Guayaquil. Hasta a los vecinos los perdí… De Urdesa solo nos ha quedado el recuerdo de un manglar que huele mal y está repleto de fango. Yo extraño al Guayaquil de ayer y me duele, no sabe cuánto, saber que no volverá o que no se está haciendo algo por recuperarlo. Aquí hay líderes que se preocupan por devolverle la vida y mantener seguro al vecindario y lo logran, pero con harta paciencia, venciendo sus propios medios. No debería ser tan difícil tener una vida de barrio. Lamentablemente, lo es, por eso veo a todos casi encerrados”, dice.
A Juan Villacís, jubilado que se dedicó toda la vida a la docencia, la esperanza por habitar en la ciudad que sueña (y dice que la tuvo) se le esfuma cada vez con más rapidez.
Guayaquil, poco amigable para los peatones
Más allá de la violencia, problemática a la que describe como un “cáncer social”, a él le preocupa que la ciudad sea poco amigable para él, los niños y las personas con cualquier tipo de discapacidad.
Siento que los días que vendrán serán iguales a los de ahora: de miedo. Con violencia en cada esquina, parques sin sombra, calles con huecos y autoridades que no nos escuchan.
“En el Puerto Principal no hay manera de caminar. Hay aceras angostas, rotas, sin sombra, con escasas rampas; hay callejones sin vida e inseguros; rutas y servicios poco inclusivos, sin sistemas braille, por ejemplo; y un medio de transporte público que nos maltrata. La ciudad no es empática. Es ingrata con los más vulnerables y dudo de que a mediano o corto plazo eso cambie”, sentencia.
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Para César Cárdenas, director del Observatorio Ciudadano de Servicios Públicos, esa desilusión que experimentan los guayaquileños se da porque “la Alcaldía no ha cumplido con lo prometido”.
“El alcalde Aquiles Álvarez prometió darle un giro de 180° a la administración municipal, pero lamentablemente lo que vemos es el continuismo de lo mismo. No se ve ninguna obra concreta que realmente beneficie o priorice las preocupaciones del ciudadano. De allí que hay más preocupaciones al terminar este 2024. Dotar de agua potable a Monte Sinaí, legalizar las tierras en la zona norte o solucionar los conflictos viales son problemáticas que se están resolviendo a cuentagotas. La gente quiere respuestas y pronto, pero como no las encuentra, aumenta el desánimo”, piensa.
Se supone que esta Alcaldía le daría un giro de 180° a la administración y no pasó. Lamentablemente lo que vemos es el continuismo de siempre, con los mismos daños y problemas.
Hace apenas unos días, durante la inauguración de una nueva vía de acceso a Chongón (obra que ha sido solicitada por años a la Alcaldía para desatascar la vía a la costa), el alcalde de la urbe hizo referencia a las obras que, dijo, priorizará en 2025.
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Mencionó el quinto acueducto para la zona de Monte Sinaí, el alcantarillado de Pascuales, las soluciones viales de la avenida del Bombero y de la Juan Tanca Marengo, además de obras de regeneración en Urdesa y un gran porcentaje de la parroquia Tarqui.
La promesa de Álvarez apunta a las obras y la equidad en los distritos
Recordó que cuando llegó al cargo, el 73 % del presupuesto municipal se destinaba a inversión y el 27 % para gasto corriente; y que para el año que viene un 86 % del presupuesto total irá destinado a obras públicas.
“Administramos con civismo y de forma equitativa. El porcentaje de inversión en los distritos 1 y 2 es altísimo porque son los más olvidados, lo mismo las parroquias rurales”, indica.
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Sin embargo, pese a los anuncios, para los ciudadanos “las cosas no mejorarán”. “Hemos vivido tantos años entre promesas, viendo cómo la ciudad se llena de más cemento y cómo el turismo queda relegado. Hemos visto que la figura del concejal ha quedado limitada a aplaudir lo que dice el alcalde. Eso no cambiará. Si queremos que haya mejoras, la Alcaldía debe escucharnos y planificar. Debe hacerlo a conciencia, levantarnos los ánimos. Arrimar siempre el hombro es lo que por años hemos hecho. Pero esta vez, al parecer por tantas crisis, se torna más complejo hacerlo. Necesitamos participar, ver a nuestro río vivo y al centro con gente. Necesitamos que el turismo vuelva a Guayaquil. Que se vaya el miedo y vuelva la convivencia”, expresa Mónica Ortiz, habitante de Sauces 4, uno de los barrios donde predomina la preocupación por lo que vendrá.
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La convivencia, trastocada en los barrios
Urge que haya barrios siempre unidos, que se cuiden y protejan, y que haya autoridades, en todas las ramas, que cumplan sus funciones con civismo y honradez. Eso dará esperanza.
Los habitantes de la parroquia Letamendi, así como los del centro y de ciudadelas como La Alborada, Sauces, Guayacanes y los que integran vía a la costa, son, según el informe del colectivo, los más preocupados y afectados por el futuro de la ciudad.
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En estas áreas, el miedo a ser víctimas de la violencia es tan grande que una gran mayoría no solo ha dejado de frecuentar los parques por considerarlos inseguros, sino que también ha dejado de ir a los restaurantes y a las tiendas del barrio.
“He optado por hacer las compras a través de plataformas digitales y por no visitar más los bancos. Vivo cerca del parque Samanes y aún así no lo recorro, salvo en feriados, que se llena. En Samanes y en La Alborada, por citar un ejemplo, fácilmente podríamos caminar por los senderos, pero si estos estuvieran iluminados. Hay zonas que colindan con cuerpos de agua (canales de agua, ramales del estero), pero no los frecuentamos nunca porque están cubiertos de maleza. Es una pena, pero ante los ojos de las autoridades, los refugios urbanos que solo albergan a antisociales se multiplican. En el norte, a diario retumban las balas. Vivir así no es vida. Nunca lo será. Uno no se acostumbra a la violencia”, señaló Nicole Robles, de Samanes.
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