Guayaquil: Los aromas de la ciudad se pierden

Todas las mañanas, antes de alistarse para acudir a sus obligaciones laborales, Roberto Casal trota al menos dos kilómetros en Urdenor. Ya sea con lluvia o un fuerte sol, recorre las calles de esa ciudadela norteña y avanza hacia la avenida Juan Tanca Marengo. Explica que, en forma frecuente, hay dos situaciones que se repiten: la congestión vehicular en varias vías que transita, y la fetidez que emana un brazo del estero Salado.

“Hay horas en las que el olor es insoportable, sin exagerar. Y lo malo es que muchos nos hemos acostumbrado a vivir con esa pestilencia, que no es para nada normal”, refiere Casal.

Esta queja no es nueva y se repite en otros barrios del Puerto Principal. Pero si de olores se trata, Guayaquil tiene zonas con contrastes. Caminando por la avenida Carlos Julio Arosemena, cerca de la plaza Guayarte, un aroma a café envuelve los edificios y urbanizaciones situadas a pocos metros de la empresa que procesa este producto.

Cuadras más adelante, en la avenida Las Monjas, el panorama cambia. Desde un pequeño puente en esa vía se observan desechos plásticos guindando de ramas de mangle. Por supuesto, el hedor del estero en días de marea baja aturde.

La avenida Domingo Comín es otra prueba de ello. En menos de ocho cuadras, entre las avenidas Ernesto Albán y Vicente Trujillo, el aroma de dulces recién cocinados se choca con el del olor a pescado. Una industria que elabora golosinas opera en la zona y a pocos metros se impone el mercado de mariscos Caraguay, junto al río Guayas.

“Guayaquil huele a mar, eso es innegable, siempre ha sido así”, comenta Adrián Pacheco, comerciante del sur porteño.

Sin embargo, hay otras zonas donde la ciudadanía sufre por los malos olores, debido a la inacción de las autoridades de turno y también por el accionar inadecuado de las personas. Durante años, los vecinos de Guayacanes y El Limonal, en el norte, han vivido con la fetidez proveniente de las lagunas de oxidación, junto a la autopista Narcisa de Jesús.

“Aunque pasan los años, comer es complicado a veces porque huele horrible. No es cuestión de acostumbrarse o no, es vivir con dignidad”, señala Cristina Dávila, residente de la cooperativa El Limonal.

Pero vamos al centro de la urbe. Los soportales de algunos inmuebles son utilizados como letrinas, sobre todo en las noches, donde indigentes buscan sitios para pernoctar. El olor a orina repele a cualquier transeúnte. Por las mañanas, trabajadores de los negocios en cuyo exterior se acuestan personas sin hogar limpian el área sucia.

“Es un tema del que muy poco se habla, porque no lo toman en serio, pero estas cosas ahuyentan a los clientes, no es algo menor. A nadie le gusta ir a un lugar donde el mal olor es constante”, lamenta Xavier Toala, administrador de un local comercial en la calle Chile.

En el suburbio, hay decenas de barrios que también conviven con el mal olor que emana el Salado. Franklin Ormaza, oceanógrafo de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), explica que ese cuerpo de agua, además de acumular sedimentos, aglutina materia orgánica proveniente de las aguas servidas no tratadas.

“Entonces esta contaminación, que por décadas se ha ido acumulando, ahorita en el estero Salado, el nivel de oxígeno ya no es hipoxia, que es una baja de oxígeno, sino que es anóxico, es decir, no tiene oxígeno”, sostiene el catedrático.

Y agrega que aquel hedor que se percibe en zonas asentadas sobre diversos brazos del estero, corresponde a ácido sulfhídrico. “La materia orgánica descompuesta entra a un proceso que se llama reducción, donde comienza a aflojar ciertos compuestos”, puntualiza.

También en el suburbio y otras zonas del sur, las esquinas que son utilizadas como botaderos de basura emanan hediondez. Daniela Gutiérrez, quien vive en el sector Cisne 2, explica que este problema tiene varios factores. “Primero, la gente no saca las fundas a la hora que es. Si el carro (de recolección de desechos) pasa tres veces a la semana, hay familias que sacan el día en que no viene, y eso se va acumulando. Y los chamberos, rompen las fundas, dejan todo regado. Y así el mal olor se queda dos días”.

“Que la gente cambie de mentalidad es importante. Que puedan conocer cómo realizar una correcta gestión de desechos. La autoridad debe influir bastante, no solo sancionar y cobrar las multas, sino extender la mano, generar incentivos a comerciantes y ciudadanía en general”, reflexiona Fabiola Vera, docente universitaria.

Todos coinciden en el anhelo de tener una ciudad limpia, sostenible y enfocada en salvaguardar el medio ambiente. Un mejor tratamiento de aguas residuales, según Ormaza, es una tarea pendiente, no solo en la urbe porteña, sino a nivel nacional.

Y es que para la recuperación del estero Salado, como ha reiterado EXPRESO en diversos reportajes, se necesita un plan que integre no solo a las autoridades de turno, sino a la academia y a las organizaciones de defensa de este espacio. Algo que, al menos por ahora, se ve poco probable.

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