De barrios tops a bulevares del recuerdo
Residir en ellos significaba distinción, pero migraron por causas como la delincuencia o nuevos polos urbanos. Evocan su historia
La nostalgia atraviesa sus calles y poco se reflejan aquellos sellos característicos que los inundaban de vida. Residir en estos vecindarios representaba distinción y de ser testigos en primera fila del crecimiento que tuvo Guayaquil; pero, precisamente ese desarrollo empujó a más de uno a migrar hacia otros sectores. Los nuevos polos urbanísticos y una ola delictiva que no se frena, figuran entre otros factores por el que dijeron adiós.
EXPRESO pasa revista a cuatro de esos barrios porteños: Las Peñas, Urdesa, Orellana y el Centenario, y los recorrió junto con algunos de sus habitantes; sí, aquellos que aman tanto al barrio que decidieron quedarse, y evocaron los días donde primó la unión vecinal. Guardan en su memoria los juegos populares, las tardes de celebración de fiestas tradicionales, las galladas, mientras que el bullicio y la delincuencia eran los ‘vecinos’ ausentes.
Egda Paladines tiene 64 años y lo recuerda con melancolía. Nació en el barrio Orellana, en el centro de la urbe, y evoca que en el sitio, fundado hace más de 70 años, se percibía seguridad y las vías se convertían en canchas para que los niños y adolescentes den rienda suelta a los deportes populares como el índor y béisbol.
Los barrios encienden sus noches con sabor
Leer másPero Egda narra con tristeza cuando se refiere a los vecinos que hoy ya no están. Por la delincuencia, además, tuvieron que levantar sus cerramientos y ella también fue empujada a hacerlo. “Ya era una situación insostenible, se metieron a los jardines; a mí me partieron los candados y tuve que amurallarme”, cuenta la mujer, que por un lapso de dos años vivió en Machala, pero regresó al vecindario porque lo añoraba.
Caminar por el barrio Orellana es un encuentro con la historia porteña. Se levantan frondosos árboles nativos y diferentes viviendas aún conservan sus fachadas originales, y que lo vuelven pintoresco pese a que se conjugan con los locales comerciales que se asentaron en las últimas décadas.
Terán, Vargas, Álava, Carlier, Rodríguez y Lasso, son algunos de los apellidos de las familias más representativas que allí habitaron. También ensalza a su ícono: el Obelisco que se levanta en la calle Carchi y es tan propio que ha sido, por largos años, el punto de encuentro de la tradicional fiesta del 25 de Julio. La parranda se frenó durante estos dos últimos años de pandemia, pero ya alistan los motores para su regreso. Será un reencuentro a la vida.
Carlos Rodríguez y otros moradores anhelan que el monumento sea restaurado por el Municipio. No se aprecia como lo era originalmente. Se lo ha pintado y perdió su tonalidad, al igual que las bancas, y los automotores pasan cada vez más cerca de la estructura. “De aquí salieron presidentes de la República, de la Corte, (...) las familias se cambiaron a villas más grandes como a Urdesa...”, relata.
Precisamente, en ese punto, la residente María Baquerizo comparte similares recuerdos de aquel proyecto urbanístico que nació, hace más de 50 años en Urdesa, y que fue destinado para la clase media y alta. Hoy en día impera el comercio y lo familiar pasó a un segundo plano, admite. “En las noches se salía a caminar a la Víctor Emilio Estrada con tranquilidad, las casas no tenían rejas y uno de los lugares donde más se acudía era el cine Maya”.
Concuerda que la principal causa por la que sus vecinos se marcharon fue la delincuencia. También influyó el intenso tráfico y el ruido, sobre todo por la aparición de negocios, asimismo, en las últimas dos décadas. Estos problemas, que así como lo ha contado este Diario, al igual que la deficiente atención en los espacios públicos como parques y aceras; aún los denuncia esta comunidad que aguarda una solución integral.
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Leer másPor ahora, Urdesa destaca por sus negocios, que incluyen cafeterías, restaurantes, bares, entre otros, y son pocos los residentes que rondan por las peatonales. Así lo confirma la moradora Yuli Fernández, quien vivió ese cambio. “Se soporta mucho ruido por los negocios y de residencial solo quedó el nombre”, acota.
Una perla que brilló en el sur es el barrio Centenario. Allí, el abogado y habitante Xavier Flores reconoce que el mayor potencial del sitio son sus calles adoquinadas, al igual que la conservación de sus antiguas residencias. A él le gustaría que el Cabildo ponga en marcha un plan que convierta al Centenario en un Palermo, como es en Buenos Aires (Argentina), o Barranco, en Lima (Perú).
“Pero la Alcaldía de Guayaquil ni siquiera tiene un control eficiente de lo que ocurre en el barrio. Por ejemplo, ha permitido la destrucción de casas para construir locales comerciales en la periferia del Centenario (la calle El Oro)”, asevera Flores, al puntualizar que acciones como esa contribuyen al “deterioro arquitectónico, generar tráfico y mala convivencia”, en el tradicional barrio.
En la cuna de Guayaquil, en el emblemático barrio Las Peñas, también se siente la nostalgia de los días silenciosos, seguros y en el que los vecinos eran familia. Jenny Bustos decidió no migrar como lo hicieron algunos de sus hermanos.
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Leer másSu vivienda se levanta entre el escalón 83 hasta el 100 y recuerda que antes del nuevo milenio era escaso el turismo y los pocos negocios consistían en la venta de empanadas o de bebidas, pero nada de alcohol.
“Las cafeterías, galerías, llegaron desde el 2000 con la regeneración... Recuerdo a Yela Loffredo, una señora muy solidaria que invitaba a toda la gente a visitar las galerías”, cuenta entre risas Jenny, al añorar los artistas que aterrizaban en la zona solo el 25 de Julio. “Muchas personas se fueron, migraron, yo no, me quedé en mi barrio, pero claro, nada como antes”.