‘La carrera del centavo’ sigue, pese a los corredores viales
La ATM asegura que controla, pero las unidades de transporte público se saltan paraderos y toman vías centrales.
Para llegar puntual a clases, desde el sector de Sauces 8 hasta la Universidad de Guayaquil, en la vía Delta, Claudia Castro, estudiante de Ingeniería civil, debe tener 20 minutos de ventaja, a más de los 30 que le toma el trayecto. Ella se embarca todos los días en dos buses.
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Leer másDesde su casa, toma el bus de la 132, que la lleva hasta la vía Juan Tanca Marengo, donde espera la línea 10. Aquí empieza su desesperación. “De cada cuatro buses de la 10, con suerte uno me para, el resto pasa a velocidad por los carriles centrales”, expresa la joven de 21 años y ve su reloj. Lleva 10 minutos esperando que el bus no la ignore.
Claudia vive a diario lo mismo que miles de pasajeros desde hace más de diez años, pese a los distintos cambios que han hecho las autoridades por mejorar la transportación pública urbana, donde viaja el 70 % de la población guayaquileña.
Desde esa fecha hasta ahora se han cambiado buses pequeños por grandes; se han climatizado algunas unidades, se intensificaron las revisiones de placas y llantas, y, ‘por un mejor servicio’, hasta se subió el pasaje de $ 0,25 a $ 0,30, y, en algunas líneas, como la 89, hasta a 35 centavos, por el servicio de acondicionador de aire.
Esos avances se estrellan con la realidad. La historia de Claudia no es una exageración. En el recorrido que hizo EXPRESO en esa misma ruta (Sauces-Universidad de Guayaquil) corroboró el irrespeto de las unidades de transporte público a su carril derecho, por donde deben circular. Aquello implica no frenar en los paraderos que le competen (que están en la acera donde esperan los pasajeros como Claudia), para colarse en los carriles centrales o izquierdos y así no tener que frenar la marcha.
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Leer másLa razón de esto se explica desde la Autoridad de Tránsito Municipal. Los conductores trabajan sobre reloj, admite Freddy Granda, jefe de planificación de la entidad. “Tienen un tiempo de llegada con el que deben cumplir, caso contrario son multados por las cooperativas para las que laboran. Hemos hecho controles y les hemos pedido que ya no trabajen con reloj, pero lo siguen haciendo”, narra el funcionario.
"“Tienen un tiempo de llegada con el que deben cumplir, caso contrario son multados por las cooperativas para las que laboran. Hemos hecho controles y les hemos pedido que ya no trabajen con reloj, pero lo siguen haciendo"
El transportista Marcos Ramírez, presidente de la Cooperativa de Transporte Pascuales, dice, simplemente, que no se puede cambiar. “Eso no puede eliminarse porque los sistemas tienen que tener un control, un tiempo de salida y un tiempo de llegada ”, enfatiza.
Añade que el trabajo a reloj sí es un motivo del cometimiento de la infracción, pero que no es la razón principal. Esta es, asegura, la competencia entre carros de diferentes cooperativas que circulan por la misma ruta. Esa pelea por adelantarse para recoger más pasajeros que el rival: ‘la carrera del centavo’. Y aquello tiene su fondo en “la falta de respaldo de las autoridades al transporte público, para que las cooperativas se unifiquen y haya una sola empresa. “Así no habría tanta competencia”, detalla. Esta es una idea que Ramírez y otros transportistas han venido mencionando hace 15 años.
Los puentes sobre el Daule, con distinto flujo
Leer másGranda, de la ATM, señala que la fórmula para que se termine el ‘corre corre’ es la caja común, es decir, las cooperativas deben permitir que todos los conductores ganen por igual.
Para controlar esta falta de tránsito, según la ATM, patrulleros monitorean constantemente los corredores de los buses. Pero para el ingeniero vial Francisco Molina el control que se hace no es suficiente si lo que necesitan los conductores es educación vial.
“Hay que educar a los conductores para que tomen conciencia y tengan presente que deben conducir con respeto a los pasajeros, a la gente que se sube y se baja de las unidades. Respeto a los peatones y a los otros conductores. Porque están dando un servicio. Es difícil llegar a concienciarlos porque el conductor puede estar presionado por cumplir un horario y por eso es necesario escuchar sus problemas para ver qué les obliga a cometer esa infracción”, concluye.
El irrespeto a los carriles se repite en todos los sectores de Guayaquil. Lo dicen decenas de ciudadanos consultados. “Van volando, no quieren parar. Cuando van de apuro, uno les alza hasta las dos manos y simplemente nos ignoran”, señala Sofía Bermúdez, ama de casa, desde una parada de la avenida Francisco de Orellana.
La ATM tiene identificado varios puntos de la ciudad donde más se repite esta infracción: Avenida Delta, por la Universidad de Guayaquil; en la Francisco de Orellana, por el sector del San Marino y cerca de La Garzota; en la avenida Casuarina, cerca del sector de Monte Sinaí; avenida Modesto Luque, cerca del Fortín de la Flor y en la vía Perimetral.
Esta infracción deriva en una multa de un Salario Básico Unificado ($ 400), según la Ordenanza Municipal de Tránsito. En 2018, la ATM multó a 51 buses por ignorar sus carriles. El año pasado la cifra bajó a 45, es decir hubo una disminución del 11 %. Y hasta enero de este año ya había 8 multas, el doble del mismo período del año pasado, según la Dirección de Estadísticas de la ATM.
La falta de planificación llevará más problemas a vía a la costa
Leer másAunque la cantidad de multados representa un pequeño porcentaje ante los 2.700 buses que recorren la ciudad. Esa cifra (apenas 8 este enero) responde solo a los que han sido detectados por agentes.
Al tener que cumplir con un tiempo límite, los conductores caen en otras infracciones: se pasan la luz roja; no recogen ni dejan a los pasajeros donde corresponde; se desvían de la ruta y conducen a alta velocidad. Esta última infracción, como ya lo ha publicado este medio, es la principal causa de accidentes en el Puerto Principal.
Los efectos del ruido continuo
Quienes habitan al pie de los corredores viales, por donde transitan decenas de buses de transportación urbana, tienen múltiples quejas.
José Acosta, de 68 años, jubilado, quien vive en una de las viviendas al pie de la avenida Esmeraldas, que es una de las vías principales del centro de Guayaquil y uno de los corredores, asegura que está sordo por el ruido constante de los buses.
“Tuve que operarme del oído porque el ruido de todos los días de los buses me dejó sordo”, cuenta el adulto mayor.
Mónica Acosta, otra moradora, también se lamenta. “Los vecinos estamos cansados de tanto ruido. Los choferes abusan de las bocinas”, expresa. Ella, además, se queja de los hollines que dejan las unidades en las paredes de las viviendas.
El economista Xavier Macías, quien también vive al pie de ese corredor, lamenta la desolación del sector en las noches, tras el cierre de más de 120 restaurantes que quebraron desde que la ATM designó la circulación de varias líneas de buses en esa vía.