La casa más angosta de la ciudad está en el centro
Tiene apenas 2,50 metros de ancho y en ella no vive nadie. La familia de quien fue su dueña quiere que en ella se exponga arte y sea un patrimonio
Cada tarde, durante 90 años, Isabella Quinto Aspiazu se sentaba entre dos gigantes para cuidar sus flores, mientras miraba la gente pasar a través de sus grandes vitrales. Si giraba su cabeza hacia la derecha, el primer gigante con el que se topaba era el Hotel Vélez, de ocho pisos. Si volteaba a la izquierda, tenía que elevar su mirada hacia el cielo y chocaba con otra edificación de cinco plantas.
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Leer másEs como si ambos edificios hubieran hecho un pacto tácito para estrujar la vivienda de tres pisos, dejándole un espacio de 2,50 metros de ancho y 30 de profundidad para habitar, en Vélez, entre la avenida Quito y Pedro Moncayo, en Guayaquil.
Esa vivienda quedó atrapada en el tiempo, no solo por la estructura vinceña de antaño, con grandes vitrales de marcos amarillos y una fachada aguamarina. En este lugar, pese a que Isabella murió en 2019, su recuerdo sigue habitando. Liz Chóez, una de las vecinas del sector, la recuerda como un sueño lejano.
“Era fiel cliente de nuestro local de comida. Fue una fina dama que se ganó el respeto de quienes la trataban y también la nostalgia de quienes quedamos aquí”, asegura.
Las puertas dejaron de estar abiertas para los curiosos que se preguntaban cómo se vivía en un espacio tan angosto y los transeúntes solo se pueden limitar a pararse frente a la vivienda unos segundos para contemplarla y seguir su rumbo.
Ahora, en ese mismo portón de madera que hace de puerta, hay un candado que selló el acceso a la vivienda. Tampoco existen las flores y, hasta en el sentido literal, el color se fue perdiendo.
La madera se ha ido mojando con el paso de los años y algunas partes han quedado huecas. En el interior solo hay oscuridad y los vitrales, que antes eran tapados por unas cortinas blancas, tampoco existen y lo único que puede divisarse son unos costales olvidados.
El letrero de ‘Tienda Marianita’, que antes funcionaba en la primera planta de la casa, también quedó abandonado en una esquina, con el que algunos habitantes de calle aprovechan para hacer de este su cama en las noches. Lo único que corre en el interior de la casa más angosta de Guayaquil son los roedores, que de vez en cuando se escapan de ahí a medianoche y les pegan un buen susto a los moradores y vigilantes del Hotel Vélez.
Isabelita, como la recuerdan sus familiares Mercedes Muirragui y Dolores Sánchez, deslumbraba por su manera de caminar, como si se tratara de una reina de belleza, pese a que medía 1,55.
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Leer másSus cortos pasos eran lentos; hablaba como una oradora, con una voz gruesa, pero afable, gesticulaba cada frase como si estuviera en teatro y encantaba a cada persona con sus ojos color miel y tintes verdes. El cabello le llegaba hasta el mentón y los delicados rasgos hacían de Isabelita una de las vecinas más queridas.
Nunca tuvo esposo, ni tampoco hijos. “En ese tiempo no existía lo de las mujeres empoderadas, pero ella lo fue. Nunca necesitó de un hombre”, dice Dolores, recordando a su tía-abuela.
Sin embargo, la casa ha quedado en una especie de ‘abandono’, dado que desde la muerte de Isabella no hay ningún heredero. Una parte de los sobrinos la tomó para venderla en $ 10.000. A mediados del año pasado encontraron un cliente, el cual iba a demoler el lugar, pero Dolores acudió para expresar que no se encuentra a la venta. “Queremos que esta sea la casa Isabelita y la tome el Municipio para que la gente pueda recorrer la casa más angosta de Guayaquil y aquí se exponga arte, en su memoria. Queremos que sea patrimonio cultural”, piensa.
La vida de la casa más angosta de Guayaquil se apagó cuando partió Isabella. Es imposible para los moradores rememorar la vivienda sin Isabella y a ella sin su hogar, como si las cosas pudieran personificarse y existir ligadas a alguien.
Si un extraterrestre aterrizara por estos días en la avenida Quito y Pedro Moncayo solo podría ver una casa decolorada, con la madera pudriéndose y una que otra rata escapando de ella. Pero jamás podrían imaginarse que ahí dentro, en aquellos ventanales, había una mujer que se esmeraba por cuidar sus plantas y ver a la gente pasar por la acera; que su voz encantaba a cualquiera y que, cada día, estaba atrapada entre dos gigantes, de los cuales su recuerdo aún no ha podido escapar.
- Las viviendas que se pueden abrazar en la capital
En el corazón de Quito, en el cruce de las calles Canadá y La Habana, se encuentra la casa más angosta de la capital. Pocos conocen que en el Centro Histórico hay una ruta de las casas más angostas. El truco de estas radica en compensar su ancho con la altura y la profundidad. Algunas tienen solo metro y medio de ancho. Caben en un abrazo, en otras palabras. Al entrar, las personas prácticamente no pueden estirar los brazos.
Pero al subir a la segunda planta, todo empieza a ensancharse. Su aspecto acaba pareciéndose a una rebanada de pizza. Ya en el tercer piso pueden encontrarse los dormitorios. Diagonal a esta vivienda se encuentra el taller de Don Juanito.
El lugar es tan angosto que los estantes fueron mandados a hacer para que pudieran entrar.
En cuanto a la tercera casa más angosta, su fachada mide 2,60 metros de ancho, pero en el interior todo se extiende en un gran patio, cuartos pequeños, zona de lavandería y baños comunales. En algún momento, dentro de este inmueble, llegaron a arrendar 27 personas para vivir.
- La más estrecha del mundo está en México y tiene un récord Guinness
En Morelia (México) se encuentra la casa más angosta del mundo. Tiene tres pisos y mide 1.42 metros de ancho y 10.20 de profundidad.
Jorge Melgoza, dueño del inmueble, lo construyó en 1985. En ese entonces vivía en el lugar con su esposa y dos hijos en el pequeño espacio. Pero solo fue hasta 1999 cuando la reconocieron como la casa más angosta del mundo, de manera oficial, obteniendo así la certificación del Récord Guinness.
Desde ese entonces empezó a recibir turistas de todo el mundo y curiosos, de lunes a viernes, desde las 10:00 hasta las 19:00.
Los turistas quedan maravillados con las historias que cuenta el hombre, además de enseñar la forma de vida en un espacio tan reducido.
Mendoza, en reiteradas ocasiones, mencionó que nunca imaginó que su casa fuera a ser catalogada como la más angosta del mundo. Sin embargo, esto le ha servido para poder pasar más tiempo en casa, junto a su familia. Antes era un vendedor de carnitas y ahora vive más cómodo.