Cerro Santa Ana, una cuna que llena de orgullo y confía en su custodia para legar
La regeneración marcó un antes y después en el cerro Santa Ana. Bohemia y civismo sostienen al turismo que se niega a morir
Las crisis por las que atraviesa el país no apagan la energía del guayaquileño para pintarse de celeste y blanco, pues celebra sus fiestas octubrinas. Y precisamente en la cuna de la ciudad, en el cerro Santa Ana, el civismo ya se estampa por los 444 escalones que conforman las escalinatas Diego Noboa y Arteta, un ícono en donde destacan las pintorescas casas, negocios y lo más valioso: su gente.
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Leer másEstas gradas guardan un sinfín de memorias, sobre todo de aquellos residentes más añejos. Aquí se conocieron Miguel Salazar y Alicia Vallejo cuando apenas eran niños, hace más de 50 años. ‘‘Esa era la época de mandarnos papelito”, cuenta Miguel con una risa pícara.
El tiempo pasó y se casaron en el 71 y decidieron levantar su hogar en el escalón 169 solo con una mesa, una cama y un fogón. Hoy Miguel tiene 79 años a sus espaldas y recuerda las centenas de serenatas que se cantaban hacia los balcones de las tradicionales casas del barrio. ‘‘Aquí incluso a un compadre mío, Julio Boada, le decimos el ‘poeta del cerro’, leía bastante y también con sus versos nos atacaba a nosotros, pero a forma de chiste, claro’’, evoca la pareja Salazar Vallejo, que este mes celebran, con Guayaquil, sus 53 años de casados.
Manuel vélez
Si hay una característica del cerro que perdura es la pasión por el fútbol, y como ejemplo figuran las escenas de banderas de Barcelona y Emelec que adornan los balcones y letreros de los locales.
Del cerro surgió la gloria de Emelec, Felipe Landázuri, quien falleció en abril de 2023, pero su hermano Hugo mantiene vivo el recuerdo de sus goles y los ‘peloteos’. ‘‘Cuando a mi hermano lo compró Emelec, toda la familia se hizo emelecista, aunque yo sigo siendo barcelonista, pero lo veo mal a mi equipo’’, comenta.
Al continuar por el escalón 169 un grupo de niños y jóvenes se encaminan hacia una cancha donde se juega el buen fútbol. ‘‘Nuestras canchas se llenan y hay ‘unos pelados’ que están surgiendo y tienen mucho talento, ya hay equipos que se los han llevado”, acota Landázuri, al afirmar que “lo más lindo del mundo” es vivir en el cerro, por lo que ahí fallecerá. “Una vez me quisieron llevar a vivir con mi mamá a Nueva York. Yo no quise, les dije que a mí del cerro solo me bajan muerto, y me velarán aquí también’’, sentencia.
Marco Zavala, otro de los habitantes del ícono lugar desde hace cuatro décadas, cuenta que el cerro se caracterizó por ser un lugar tranquilo, pero luego se volvió más dinámico. Y lo aprueba. “Todo sea por el progreso de la ciudad... espero que las autoridades hagan las cosas bien”, remarca el ciudadano quien anhela que esta joya de la ciudad perdure por más generaciones. A su juicio, el control debe primar ya que, al ser una de las caras más bonitas de Guayaquil, se deben redoblar los controles hacia las personas ajenas al barrio. “Sobre todo a las motos, hay muchas y nosotros como vecinos no tenemos ni dónde parquear”, detalla.
Miguel Salazar
Sin embargo, si hay un elemento clave en el que todos los residentes concuerdan es que la regeneración urbana que aterrizó al sector, hace más de 20 años, marcó un antes y después.
Lo recuerda Blanca Reyes, cuyos padres fundaron una de las primeras tiendas del barrio, en el escalón 310. Hoy el negocio lo bautizó como ‘La Candelaria’ y se sostiene a pesar de la competencia, que creció a medida que aumentaba la población y, en efecto, las necesidades de abastecerse de víveres.
El barrio necesita más actividades
‘‘Aquí no venía nadie, solamente la comunidad. La regeneración nos cambió la vida a todos’’, relata la mujer, quien admite que el golpe de la pandemia alteró las visitas al cerro, por lo que hace un llamado para que se incentive a la promoción turística de toda la zona. ‘‘Hacen falta más eventos culturales, por ejemplo en el faro, que obliguen a las personas a subir o actividades para niños, para que en vez de ir a un centro comercial vengan acá y nosotros tenemos comida un poco más sana que los centros comerciales’’, concluye.
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Leer másPara los turistas urge, en cambio, mayor seguridad. “El Santa Ana es hermoso, una cuna de valores, historia, vida y gente linda. Tiene todo, pero no recibe la atención que merece. Le urge seguridad, mucha. Urge que las autoridades le tengan y pongan más fe al sitio. Definitivamente puede ser la joya del Puerto Principal”, piensa en quiteño Marcelo Dávila, quien por trabajo viaja tres veces al mes a Guayaquil y se aloja en la calle Panamá.
Testimonio: “Daba vergüenza decir que vivía en el cerro, pero actualmente es un orgullo”
Silvia Vélez tenía vergüenza cuando decía que vivía en el cerro Santa Ana. Pero aterrizó la regeneración a la zona, hace dos décadas, y aquella afrenta se transformó en un orgullo. Desde entonces se propuso llevar la bandera del civismo para que este sitio no quede en el olvido y sea un patrimonio que perdure por más generaciones.
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Leer másEs conocida en el barrio y al llegar las fiestas de la ciudad, engalana el sector con banderines, exposiciones del Guayaquil antiguo, entre otros atractivos, y desde ya, en su quiosco, en el escalón 37, alista el chocolate y los tradicionales aplanchados para estas festividades.
“Cuando llegó la regeneración hubo un cambio total y nos incentivó. Antes daba vergüenza decir vivo en el cerro, ahora es orgullo, vivo en el cerro, arriba en el faro, 444 escalones, uno se siente orgulloso...”, narra.
Preside la Asociación Cultural Cerro Santa Ana y narra que aún quedan al menos 60 familias tradicionales y hace un llamado al Municipio: que se los incluya en la agenda de eventos a propósito de las fiestas.
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Leer másDetalla que hay ferias de emprendimientos, concursos y festivales, pero falta ese apoyo, reconoce.
En torno al legado, espera que se mantenga el sello de que el cerro es bohemio y, si la gente quiere menear más las caderas, está la Zona Rosa.
Manuel Vélez, su hermano, también es conocido en el sector por ser uno de los primeros propietarios de negocios. Fue en el 85 cuando abrió ‘La Gran Chuleta’. Ahí había más chuleta que cerveza, pero luego de 15 años cambió a ‘La Taberna’ y la cerveza es la actual protagonista.
Se une a los comentarios de Silvia y también sentencia que es vital en la parte baja del cerro una plazoleta y aguarda proyectos municipales como el transporte fluvial.
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