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Las chazas se niegan a desaparecer en Guayaquil
Estos elementos evocan el Guayaquil de antaño. Pocos inmuebles en el Puerto Principal aún los conservan.
Las chazas, ese característico sistema de tablillas de madera que durante décadas adornó las fachadas de Guayaquil, representan un símbolo arquitectónico que, más allá de su estética, cumplía una función vital en la adaptación del hábitat urbano al clima cálido y húmedo de la ciudad.
Estos elementos, también conocidos como venecianas, permitían la circulación del aire sin comprometer la privacidad, un detalle esencial en una época en la que el aire acondicionado no era una opción.
A pesar de que muchos imaginan a las chazas como parte del Guayaquil colonial, el investigador histórico Fernando Mancero aclara que su origen en la ciudad se remonta a la segunda mitad del siglo XIX.
Antes de su llegada, las edificaciones guayaquileñas contaban con balcones abiertos y toldas para protegerse del sol. Sin embargo, estas últimas fueron prohibidas por el riesgo de incendios, lo que facilitó la adopción de las chazas como alternativa funcional y segura.
Según reseñas del historiador Rodolfo Pérez Pimentel, la primera vivienda en Guayaquil que incorporó ventanas perteneció al comerciante italiano Lorenzo Lavezzari di Canotieri, quien la estrenó con un baile al que acudió el presidente Gabriel García Moreno, generando asombro entre los presentes por la innovadora adición.
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En aquel tiempo, la llamaron la Casa de las Chazas Venecianas. Con el tiempo, más construcciones adoptaron este diseño, volviéndose una práctica común tras el gran incendio de 1896.
Mancero cuenta que las primeras implementaciones se dieron en antiguas casonas que, al cerrar sus arcos con chazas, optimizaron la ventilación interior. Con el devastador incendio de 1896 y la reconstrucción de la urbe, su uso se masificó y terminó consolidándose como parte del paisaje urbano.
”Los carpinteros de ribera nacionales supieron interpretar adecuadamente toda esta dinámica que refrescó durante muchísimo tiempo a las casas guayaquileñas. Es una seña de identidad, no tan antigua como algunos pudieran creer. Tiene unos 150 años más o menos”, sostiene Mancero, presidente de la fundación Bienvenido Gye.
El arquitecto Javier Castillo resalta el papel crucial de las chazas en la regulación térmica de los espacios. En un entorno donde las temperaturas elevadas son una constante, estas estructuras permitían el paso del aire fresco y facilitaban la salida del aire caliente a través de claraboyas superiores. Gracias a este diseño, las casas guayaquileñas lograban mantenerse frescas sin depender de mecanismos artificiales de refrigeración.
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Más criterios de los especialistas
Más allá de su funcionalidad, las chazas también fueron un reflejo de la identidad arquitectónica de la ciudad. Se integraron con otras soluciones urbanísticas, como los soportales y las galerías techadas, que ofrecían sombra y protección contra la lluvia. Sin embargo, con el auge del hormigón armado y el vidrio en el siglo XX, estos elementos tradicionales fueron perdiendo presencia en la nueva arquitectura guayaquileña.
Mancero señala que, en su versión original, estas ventanas se fabricaban en madera y se abrían “de par en par”, facilitando una corriente de aire constante en el interior de las viviendas porteñas.
Hoy en día, aunque las chazas han sido desplazadas por estructuras más modernas, algunos intentos de revival arquitectónico han tratado de reincorporarlas en las fachadas.
No obstante, Castillo advierte que muchas de estas adaptaciones han sido decorativas, sin cumplir su función original de ventilación natural. En algunos casos, se han instalado sobre vidrios y con interiores climatizados, lo que contradice su propósito primario.
“Se volvió un signo identitario de la arquitectura, así como el soportal, que muchos ahora lo ven como algo feo porque se ha hecho urinario público o por falta de iluminación duerme gente indigente, pero realmente estos elementos son respuestas arquitectónicas que surgen a nuestra realidad, pero que se han ido abandonando por la modernidad, porque ya pensamos que son espacios desperdiciados”, dice Castillo.
En barrios históricos como Las Peñas, es común encontrarse edificaciones que conservan chazas en sus balcones, recordando la época en la que estas estructuras eran sinónimo de confort climático.
El desuso de las chazas no solo responde a cambios en la arquitectura, sino también a la evolución de las preferencias urbanas. Con el paso del tiempo, se privilegió el aislamiento de los espacios y el uso de climatización artificial, dejando en el olvido soluciones pasivas como la ventilación cruzada.
A pesar de ello, algunos expertos consideran que podrían rescatarse con una correcta implementación, adaptada a las necesidades contemporáneas.
Aunque hoy son pocos los edificios que conservan intactas estas estructuras, su legado sigue presente en la memoria urbana de la ciudad.