Coronavirus: Halló el cadáver de su padre en el frigorífico de la morgue del hospital donde lo dieron por perdido
El hijo de la víctima relató el vía crusis que vivió durante un mes, sin que nadie le diera información exacta del paradero de su familiar
Durante un mes Jorge Díaz no tuvo tiempo para llorar la muerte de su padre. Desde el día en que en el hospital del IESS, de Los Ceibos, dieran por perdido el cadáver del hombre que lo trajo al mundo y que lleva su mismo nombre jamás dejó de buscarlo un solo instante.
Díaz, de 31 años, aún lamenta y recuerda con exactitud el vía crucis que tuvo que pasar para poder localizar el cuerpo de su papá quien aparentemente murió como consecuencia del Covid-19, ya que jamás se le hizo una prueba para comprobarlo.
A mediados de marzo, el jubilado, de 75 años, empezó a toser y a sentirse mal. Su hijo lo llevó a un consultorio en el sector de la Valdivia, al sur de la ciudad, donde le sacaron sangre y le tomaron una radiografía a los pulmones. No se encontró nada anormal. Trataron el malestar como una simple gripe e infección en la garganta. La medicación fue paracetamol, azitromicina y otra medicina más.
Sin embargo, la fiebre iba y venía. Lo que se pensó era tan solo gripe o faringitis terminó por causarle problemas respiratorios. Eran síntomas similares a los provocados por el Covid-19, pero en el caso del enfermo nunca se supo a ciencia cierta si estuvo o no infectado.
Lo cierto es que la noche del 25 de marzo, el adulto mayor se agravó, necesitaba oxígeno. Dos de sus hijos trataron de ingresarlo al hospital Teodoro Maldonado Carbo, pero le aconsejaron que era mejor llevarlo al de Los Ceibos. Jorge se desplomó a la entrada. Le dio un paro cardíaco. Su hijo pedía a gritos que le dieran los primeros auxilios. Le facilitaron una silla de ruedas y lo ingresó a una sala donde dice haber observado a varios adultos mayores sin vida. Luego le pidieron que saliera del hospital, porque la entrada estaba restringida. Al día siguiente, en la noche, le dieron la noticia de que su papá había fallecido.
Pidió una explicación, la que recibió fue que necesitaba un respirador que no lo tenía el hospital. “No lo podía creer. Si me lo pedían yo lo compraba o lo conseguía. Llegué a la sala para verlo, en un descuido entré a la carrera, pero no alcancé a llegar porque me detuvieron. Solo quería verlo, pero no me dejaron por el protocolo de bioseguridad”, relata Jorge con rabia, quien se negaba a cremar a su padre porque al estar el sistema colapsado debía esperar varios días hasta que le tocara el turno a su familiar.
“Vi dos hojas con los nombres de solo 30 fallecidos cuando la realidad era que en el interior de ese contenedor habían por los menos unos cien cadáveres, la mayoría sin nombres ni nada”
Su odisea empezó en la morgue. Primero debía tener el acta de defunción para poder agilitar los trámites en la funeraria. En el hospital se demoraron dos días para entregarle el documento. Decidió esperar aun cuando tenía 48 horas sin haber ido a su casa. Al no saber a ciencia cierta si había fallecido o no de Covid-19, el parte médico salió como muerte natural. Con ese documento que debió estar en la morgue, Jorge estaba listo para llevarse el cuerpo de su papá, pero cuando fue a hacer los trámites se encontró con la noticia de que ese papel se había perdido y con él las ilusiones de tener los restos. Lo único que quedaba era esperar a que un médico del Ministerio de Salud firmara el acta de defunción.
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Leer másAl verlo desesperado, una persona que labora en la morgue le dijo que lo ayudaría, pero que regresara el sábado. Ese día volvió al hospital y efectivamente logró obtener el documento que necesitaba, pero esta vez la causa de la muerte declarada era posible covid-19. “Tenía que sacarlo con esa orden de cremación. Pasó una semana y era un ‘coge tu cuerpo y llévatelo como puedas’. La gente de la funeraria me ayudó. Entramos a la morgue y fue espeluznante, los cadáveres estaban apilados como sacos de papas, pestilentes y el piso lleno de sangre, me percaté que en los de la morgue no estaban con sus equipos de bioseguridad”, relató Díaz, al recordar los momentos críticos que tuvo que pasar en su intento por hallar el cuerpo de su papá de cuyo paradero nadie le daban razón.
Dijo haber abierto las fundas de más de 60 cadáveres, pero no lo encontraron. Todo era un caos. Había algunos cuerpos que no tenían marcados sus nombres. Otros estaban identificados con sus datos y cédulas manuscritos en un papel que podrían desprenderse fácilmente. “Por eso hasta el día de hoy hay cuerpos extraviados. Dios quiera que no los hayan entregado mal. Vi a gente no abrir las bolsas y confiarse solo del membrete con el nombre de su familiar”, lamentó Jorge.
El 1 de abril se dio la orden de que todos los cuerpos que estaban en la morgue del hospital de Los Ceibos pasen a los contenedores frigoríficos para trasladarlos al cementerio Parque de la Paz, en el sector de La Aurora. Regresó a la morgue y preguntó si su padre podría estar ahí y le respondieron que por los días que han pasado lo más probable era que sí, pero volvió la desilusión, no lo halló. Por información de una persona tuvo noticias de que su papá seguía dentro del hospital, pero no tenía cómo confirmarlo.
“Vi dos hojas con los nombres de solo 30 fallecidos cuando la realidad era que en el interior de ese contenedor habían por los menos unos cien cadáveres, la mayoría sin nombres ni nada”, contó Jorge, quien todavía se estremece al recordar que muchas familias clamaban por recuperar a sus fallecidos, muchos de los cuales no tuvieron la oportunidad de ser reconocidos.
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Leer másDurante tres semanas permaneció en vigila en el exteior del cementerio Parque de la Paz a la espera de que alguien le dijera que su papá estaba dentro de ese contenedor o que por equivocación se lo habían entregado. Así como él, otras siete familias estaban en la misma situación.
Nunca perdió la fe de encontrar a su padre a quien una noche lo soñó levántandose de entre los cientos de muertos de la morgue y reclamándole entre malas palabras, el hecho de tenerlo ahí cuando él estaba vivo.
Con el pasar de los días hubo noticias esperanzadoras por parte de un antropólogo que estaba realizando el reconocimiento de los cuerpos. Le dijo que uno de ellos podría tratarse del que estaba buscando, pero luego le informó que no era el de su pariente. Todos estaban pendientes de las llamadas. La ayuda finalmente llegó de parte de un primo quien tenía un contacto dentro del hospital de Los Ceibos. Él le informó que lo más probable era que el cadáver de Jorge haya sido localizado dentro de uno de los frigoríficos del anfiteatro.
Cuando vio la foto que le enviaron a su celular, efectivamente, se trataba de su papa. La noche del 23 de abril ocurrió el milagro por el cual había esperado casi un mes de peregrinar sin que nadie lo pudiese ayudar con información exacta. El 24 lo retiró y a las once de la mañana de ese mismo día logró darle cristiana sepultura en el Cementerio General de Guayaquil.
Hubo tiempo para llorar, agradecer y recordar a aquel hombre que era el alma de las fiestas y que siempre acudía a los velorios de amigos y familiares para darles el último adiós, ese adiós que solo pudieron dárselos sus hijos que lo acompañaron a su morada final, después de que uno de ellos jamás se diera por vencido.