Guayaquil: la diversión tampoco retumba en el restobar
Tres de 33 negocios de este tipo de la zona rosa funcionan. Los dueños son cocineros, meseros y limpian sus locales. “Ya no más restricciones”, dicen
Febrero de 2020. El abogado Martín Carvaca decide abrir un local en la bulliciosa zona rosa, en el centro de Guayaquil, pero no quiere competir con las populares discotecas que encienden las noches de este punto tradicional. Su línea de negocio consiste en la venta de helados con licor y cocteles, por lo que contrata a un bartender. Hoy, tras un año de que aterrizara la pandemia en el país, Carvaca no solo es el dueño del negocio. También es el barista, cocinero, mesero y el que se encarga de la limpieza.
“Para evitar el cierre dejé de lado el negocio que tanto añoraba y comencé a preparar encebollados y almuerzos. La venta no es buena, ya que hay días que apenas alcanzo a vender seis platos. Un lunes vendí solo un encebollado”, rememora el también músico, quien ahora incorpora aquellos helados en el postre del almuerzo.
Esta es la realidad que comparten los propietarios de los negocios de diversión nocturna de la zona rosa, de la que solo le queda el nombre. En el sector ya la llaman “zona negra”, debido a que cada vez hay más locales que no resisten más restricciones y cierran sus puertas de forma definitiva, convirtiendo aquel sector lleno de dinamismo en uno desierto.
Centros de diversión nocturna: “El Cabildo piensa que el virus solo sale en la noche”
Leer másDe hecho, de los 33 negocios de ocio nocturno que concentraba el lugar apenas tres continúan atendiendo, pero solo bajo figura de restaurantes, ya que como restobares, la única disposición dada por el Municipio en 2020 para que estos negocios puedan reabrir sus puertas, no son de gran utilidad porque los visitantes son escasos y cada vez hay más limitaciones dirigidas al sector de la diversión.
Así lo asegura Gloria Cabrera, una chef que, al igual que Carvaca, ahora es la que administra, limpia y cocina en su restobar que se levanta en la calle Rocafuerte. El negocio, bautizado como Puerto Callao, comenzó con una plantilla de tres chefs que preparaban platillos peruanos y donde se facturaban unos 500 dólares diarios. En la actualidad las creaciones gastronómicas del país vecino quedaron de lado y únicamente Cabrera elabora almuerzos y pese a ello no ingresan a la caja ni 100 dólares al día.
El bar del sitio quedó, asimismo, relegado. Ella paga de arriendo $ 400 y teme ser la próxima propietaria que se despida de la zona rosa. “Aguantaré hasta lo último, esperando que ya no haya más restricciones. Solo me ayudo con los almuerzos, pero no hay clientela; muchos empleados hacen teletrabajo o ni saben que trabajamos bajo este concepto. El centro muere y esta zona igual”, cuenta Cabrera mientras escribe sobre una pizarra negra el menú del día.
Se lamenta de que durante los últimos días el sector ha estado más apagado y esto ha favorecido a que las bancas o portales sean ocupados por consumidores de drogas y delincuentes. Exige mayores controles policiales y un plan de trabajo municipal que estimule la reactivación económica de este territorio, así como se lo está haciendo en la calle Panamá.
Ernesto Vásquez: "A los negocios formales o legales nos hacen pedazos”
Leer másLo mismo opina Carvaca, que no oculta su enfado de ver que los articulados del sistema de transportación Metrovía van con exceso de pasajeros y es a los negocios a los que, asevera, siempre van las medidas y son los que sí pueden controlar el aforo. “¿Por qué la Metrovía sí puede rodar con gente aglomerada? ¿Por qué no se ha hecho un estudio consciente y apegado a la realidad? Las autoridades deben entender que somos negocios de la noche, que nos deberían dejar funcionar al menos hasta las 00:00, pero nada”, cuestiona.
El tercer negocio de este tipo que abre sus puertas pese al escenario oscuro de la zona es Praga. Antes de la pandemia era una de las discotecas más populares y ahora en la amplia pista de baile ya no están personas, en su lugar se encuentran mesas y sillas sin ocupantes. El aroma de los alimentos inunda el vistoso espacio.
Mailin Cárdenas es la administradora. Cuenta que de los diez trabajadores solo quedaron dos y son quienes preparan los platos y realizan todos los oficios necesarios para mantener de pie al negocio. Acota que en un día “normal” se despachan unos 80 almuerzos, pero ahora solo alcanzan a elaborar unos 35. Al igual que Cabrera, teme cerrar el negocio, ya que las ventas no alcanzan para costear todos los gastos que se generan en el local.
Reconoce que el teletrabajo, los pocos visitantes y las últimas restricciones han sido los factores claves que han recrudecido las actividades de los restobares. Y coincide con sus compañeros: ni la diversión halla espacio en estos negocios.
De igual manera piensa Nicolás Vasco, presidente de los centros nocturnos de la zona rosa, quien también pasó a servir los piqueos que se vendían en su discoteca, H20, pero que hoy no la abre porque, admite, hacerlo representa más gastos que ganancias.
Dice que otro 10 % del sector de la diversión ya ha entregado los locales en toda la ciudad y él, sentencia, puede que también lo haga si este escenario se mantiene. “No veo que haya una solución para esto”, sentencia Vasco, quien se ha cansado de hacer llegar sus pedidos a las autoridades, de participar en marchas, o en reuniones con personal municipal con el fin de encontrar soluciones o planes que apunten a fomentar el despertar de la zona rosa, que ha perdido su color, vida y hasta su nombre.
- "No queremos más restricciones drásticas al ocio nocturno"
El escenario actual de la zona rosa también se evidencia en otros sectores de Guayaquil. Así lo confirma Ernesto Vásquez, presidente de la Asociación de Centros Nocturnos de la provincia del Guayas, y quien se lamenta de ver que cada vez haya más propietarios que entregan los locales, pues los ingresos no alcanzan para poder pagar el alquiler y trabajadores.
Afirma que al menos el 50 % de los negocios de este tipo en la ciudad ha decidido cerrar sus puertas. El principal motivo es el costo del arriendo de estos locales, que fluctúa entre los $ 800 y $ 1.500.
“No se alcanza para pagar esas cantidades. Hay propietarios que han llegado a acuerdos con los dueños de los inmuebles, pero mantenerse es difícil. Otro efecto de esta situación es que la clandestinidad ha aumentado”, argumenta Vásquez.
Él transformó su discoteca, ubicada en la calle 38, en un restobar y subraya que hace dos semanas las ventas bajaron debido a las últimas regulaciones dadas por el COE cantonal y nacional. “Queremos trabajar y no tener más restricciones drásticas al ocio nocturno. Como lo dije una vez: ‘El virus no sale de noche’”.