Dos años después, las iglesias se llenaron de fieles y júbilo
Miles de católicos tuvieron un encuentro presencial para celebrar el Domingo de Ramos sin aforos. En sus oraciones pidieron que la pandemia termine
Los bancos de las diferentes iglesias de la ciudad no dieron abasto para todos los fieles que llegaron a celebrar el Domingo de Ramos, que recuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén; y marca el inicio de la Semana Santa, que conmemora la pasión, muerte y resurrección del hijo de Dios.
Feligreses celebran en las iglesias, con regocijo y sin aforo, el Domingo de Ramos
Leer másTras dos años de pandemia por la COVID-19, la fe católica tuvo un reencuentro presencial en las iglesias, que se llenaron en los diferentes horarios establecidos para las misas, al punto de evidenciarse personas, incluso, en los exteriores de estas.
A la Catedral de Guayaquil los creyentes llegaron en sillas de ruedas, usando muletas o caminando libremente, pero sosteniendo en sus manos los ramos que al término de la misa harían bendecir.
“Estoy contenta de estar aquí. Nunca me he alejado de Dios. Yo creo que la pandemia me ha unido más a él”, dijo Carlota Vera, de 70 años, sentada en una silla de ruedas, que era empujada por su hijo Carlos Pazmiño, a quien se le humedecieron los ojos cuando recordó que su madre es una sobreviviente de la pandemia. “Por eso estamos aquí para darle gracias a Dios y para pedirle que este mal termine definidamente”, exclamó.
Apoyado por dos muletas, Mario Ramírez, de 60 años, avanzaba lentamente con dirección hacia el altar del templo. “Le vengo a dar gracias a Dios de que al menos estoy vivo y que mi familia está bien, a pesar de todos los problemas que hemos tenido”, indica, mientras junta las palmas de sus manos para iniciar una plegaria en la que pide que todo vuelva a la normalidad total.
Es hermoso ver que la fe de los católicos está intacta y que pese a las adversidades estamos unidos en oración para afrontar cualquier problema que se presente en la vida.
Nancy Saavedra, de 30 años, quien llegó temprano a la iglesia para escuchar la misa en primera fila, anotó que la pandemia ha cambiado muchas cosas, pero el deseo de los católicos ha sido siempre unirse en torno a Cristo de manera presencial. “Es muy emotivo volver a encontrarnos”, acotó.
Estoy preparándome para recibir a la Semana Mayor lleno de esperanza, sabiendo que se puede vencer la muerte para lograr esa eternidad rodeado de la gracia de Dios.
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Leer másDurante los últimos dos años los centros de culto fueron afectados por las regulaciones impuestas por el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) nacional y cantonal, para evitar contagios.
Se implementó el uso de mascarillas, el distanciamiento entre los bancos y hasta limitaron el número de fieles que podían asistir a misa.
Desde ayer es diferente. Durante las misas las iglesias estaban repletas de creyentes. Lo único obligatorio era el uso de la mascarilla que se exigía desde la puerta de entrada.
En las afueras de los templos, se escuchaban los anuncios de los vendedores de los ramos elaborados con romero y laurel para la celebración eucarística.
Carlos Solís, comerciante, dijo que había traído 800 ramos y hasta las 10:00 había vendido 500.
Durante la misa, monseñor Luis Cabrera, arzobispo de Guayaquil, agradeció la presencia de los fieles y manifestó sentir regocijo de que la fe se mantenga intacta. “Hay que seguir orando para que desaparezca la pandemia definitivamente y volvamos sin miedo a las iglesias”, resaltó.
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Leer másEn la homilía destacó que “Jesús está vivo y nos llena de esperanza cada día. Pongamos en las manos de Dios todos nuestros dolores, con la esperanza de que serán sanados”.
Asimismo, pidió a los fieles sacar de sus corazones el odio, el rencor, la envidia y los celos que se oponen al amor a Dios y a sus hermanos.
Los católicos también elevaron sus plegarias y en cada una de ellas había una coincidencia: que Dios los proteja y guíe sus caminos.
Al término de la misa, monseñor pidió a los asistentes que no se levanten de sus puestos, ya que él, junto con otros dos sacerdotes, pasarían por los asientos para bendecir los ramos.
Los feligreses elevaron entre sus manos los ramos adquiridos y esperaron que el sacerdote rociara sobre ellos el agua bendita.