Gregorio, el taxista que devolvió un celular y la fe en las buenas personas
Trabaja afuera de un supermercado de Urdesa y llegando a casa notó que una cliente olvidó su móvil. Fue a entregárselo.
"Él es Gregorio. Hace taxi afuera del Comisariato de Urdesa. Como vivo cerca, preferí tomar sus servicios de transporte en lugar de llamar Uber, como siempre hago cuando no ando en bici. El viaje, de no más de diez minutos, transcurrió en silencio. De hecho. No vi su rostro al subirme, sino una hora después de llegar a casa, cuando Gregorio llegó, desde muy lejos del norte de Guayaquil, para devolverme el celular".
Soy Blanca Moncada, periodista de Diario EXPRESO, y al momento de escribir este post en mis redes sociales estaba muy emocionada; pero no imaginé que mi relato podría hacerse viral en menos de dos horas.
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Leer másDejé olvidado mi móvil en la parte de atrás y la hijita de 8 años de Gregorio Delgado se dio cuenta de que sonaba cuando él llegó a su casa, en la cooperativa Sergio Toral. Tuve suerte. Fui su última carrera.
Cuando me subí al taxi escuché canciones cristianas y me mantuve en silencio. El carro estaba limpio y me llamó la atención una mampara de plástico. Al llegar, Gregorio extendió una moneda de 50 centavos como vuelto y me bajé sin saber que mi celular quedó en el asiento.
Noté que me faltaba hasta después de media hora. Abrí Google Maps y vi que estaba muy muy al norte de Guayaquil. Llamé de otro móvil. Nada.
En otro país civilizado esta historia pasaría sin ningún interés , pero acá es casi increíble, graciad por contarla y felicitaciones al señor taxista . Se ve que Si haya gente buena y honesta todavía 👏👏👏
— Juan Carlos Cueva (@Juan10cueva) July 11, 2020
"De ley se me quedó en el taxi", me dije de una. Y sentí una presión en el pecho, porque, me pasó lo mismo que a ustedes, en esta sociedad de discapacitados morales y corruptos de corbata, hemos adoptado la idea de que todo está perdido.
Con la sangre en los pies aún. Llamé de nuevo. Él contestó. Me dijo que vivía muy lejos, le dije que yo iría a ver el celular. Me dijo que era difícil acceder y que, mejor, él vendría a dejármelo en exactamente 25 minutos.
Llegó y pitó. Bajé con el dinero de las carreras y un extra. Todo lo que tenía, en realidad. Y me parecía poco, porque era capaz de darle mucho más. Lo digo en serio. Estaba emocionada por su honestidad. Y lo estuve mucho más al verlo.
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Leer másDespués de muchas palabras de agradecimiento, le extendí el dinero. Él me miró y empezó a llorar. Me contó que los tiempos son malos para el taxismo y que, pese a que hoy no le fue bien, pasó esto. Luego me dijo que él, por sobre todas las cosas, intenta ser buena persona. Yo también lloré.
De fondo sonada una de esas canciones cristianas. Yo no soy creyente, pero el momento fue mucho más mágico, con soundtrack y todo. ¿O yo exageraba? No lo hacía.
Hago todo lo posible para ser una buena persona. Es el segundo celular que devuelvo esta semana.
Le prometí que contaría la historia en redes sociales para que el mundo sepa que las buenas personas aún existen y están por allí, esperando hacer el bien. ¿Y adivinen qué? Noté que al mundo también le hacen falta historias como esta.
Cientos de personas empezaron a escribir emocionadas y miles compartieron el relato. Espero encontrar pronto a Gregorio para contarle que le ha devuelto la fe en la humanidad a miles de personas. Le diré que su ejemplo pintó de colores una noche de viernes de pandemia y que hizo sonreír a muchos. Se pondrá contento.