Juanita Fernández, la mujer que ayudó a cambiar el estigma de la fotografía en Guayaquil
Guayacos. Esta profesional cuenta que sí se puede vivir de captar retratos. Ella lo ha hecho por 48 años
Guayacos es una sección en la que contamos historias de los habitantes de Guayaquil, vidas que alimentan y hacen más rica esta ciudad. Relatos que ayudan a conocer mejor la madera de la que están hechos.
Juanita Fernández, de 60 años de edad, se desliza entre luminarias, paraguas, softbox, rebotadores, una enorme tela negra que sirve de fondo fotográfico y una butaca en el centro. Tiene un cámara Nikon entre las manos que tapa a su rostro. Da instrucciones mientras dispara flashes. Se acerca, se aleja, se va dos pasos a la derecha, después se agacha un poco y hace una pausa para ver las fotos. “Otra vez, pero viendo más a su izquierda”, le dice al cliente. Ese estudio fotográfico es suyo y es su centro de trabajo.
En la parte frontal de ese local, situado en la ciudadela Alborada, en el norte de la ciudad, hay un escritorio mediano, rodeados de fotografías, lentes y cámaras. Allí, esta guayaquileña de crianza, recibe y atiende, personalmente y por llamadas, los pedidos de sus clientes: bodas, bautizos, graduaciones y otros eventos y reuniones sociales. Su especialización son los retratos.
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Leer másSu nombre de pila es Juana, pero el cariño de sus familiares y amigos le marcaron el diminutivo, aunque, por su experiencia de 48 años en el mundo fotográfico y por romper esquemas en una época donde se creía que solo el hombre podía disparar una cámara, la convierten en un referente de ese campo. Juanita es considerada una de las primeras mujeres fotógrafas de Guayaquil.
A inicio de su carrera tuvo que lidiar con la estigmatización y los estereotipos. Tuvo que aguantar miradas de desprecio y desconfianza por ser una mujer que andaba con la cámara fotográfica en las manos.
“Cuando yo tomaba las fotos en el estudio y llegaban los clientes, o cuando iba a eventos sociales y me veían, me preguntaban '¿pero usted es la que va a tomar la foto?' o '¿y el fotógrafo, cuándo viene?', porque la imagen que tenían era solo de fotógrafos hombres. Fue un poco duro, pero yo siempre les decía que las mujeres también podemos tomar fotos excelentes”, cuenta con orgullo y su mirada brilla tras sus antejos.
Su contextura delgada, su cabello corto, su paciencia y sencillez, a simple vista la hacen ver como mujer débil, pero es todo lo contrario. Su lucha, en medio del trabajo, fue más allá del hecho de ignorar comentarios machistas. Se encargó de reconstruir el prestigio de su profesión. Su presencia constante en las reuniones sociales, ayudaron a que muchas personas borren la idea de que el fotógrafo es un hombre y borracho, que está obligado a tomar las fotos y entregarlas a domicilio a bordo de una bicicleta. “Como tenía mi estudio, les decía a los clientes dónde debían ir a retirar los retratos. En las fiesta me dedicaba solo a mi trabajo, nunca bebía”, destaca.
- ¿Cómo empezó en la fotografía?
Cuando tenía 14 años de edad, su hermano, en aquel entonces de 30 años, compró un estudio fotográfico situado en pleno centro de Guayaquil. Allí empezó como recepcionista, luego pasó a ser asistente, ganó experiencia y se convirtió en fotógrafa. “Como estaba en el estudio veía como tomaban las fotos, cómo dirigían la iluminación y me lancé a tomar fotos”, recuerda. Captar los rostros de las personas en sus diferentes estados de ánimos le apasionó tanto, que cuando fue mayor de edad y le tocó elegir una carrera, optó por estudiar fotografía en la Universidad de Guayaquil.
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Leer másLa primera cámara que manejó fue la de fuelle, diseñada en la era del daguerrotipo, es decir, por el año 1840, que funcionaba con motor. Por su tamaño y peso solo se manejaba con trípode. Explica, que en esa herramienta las imágenes se guardaban en una película que eran de tamaños de entre 20 a 30 centímetros. Esa fue su cámara en 1974.
Años más tarde, trabajó con dos cámaras más actualizadas: las de rollo de 135 milímetros, que tenían un cartucho de película de formato de 35 milímetros. Para entonces ya tenía entre 17 y 18 años de edad.
“El local que teníamos, (antes de abrir el mío) se llamaba Foto Estudio 45. Se llamaba así, porque en esa época los estudios fotográficos entregaban la foto a los clientes en una semana y hasta en uno o dos meses, después de haberle hecho la foto. Nosotros, adquirimos una tecnología más avanzada y las entregábamos en 45 minutos. En esa época, 45 minutos era rapidísimo, una locura”, recuerda.
Después de ganar experiencias, mostrar su trabajo y que muchos clientes la buscaran a ella directamente, por la popularidad que ganó y que aún conserva, en la rama de la fotografía, en 1994 Juanita vio la oportunidad ideal para crear su propio estudio. “No temí abrir mi propio local, porque yo soy una persona que toma decisiones y me lanzo con la seguridad de que voy a ganar”, cuenta sonriente. Mientras se deja fotografiar por EXPRESO, pide revisar las tomas y da algunas recomendaciones.
Entre sus retratos hechos, Juanita guarda los rostros de reconocidos personajes políticos de Guayaquil y del país como León Febres Cordero, Luis Noboa Naranjo, Juan Carlos Faidutti, Jaime Nebot, Bernard Fougéres, Oswaldo Hurtado, Guillermo Lasso, entre otros.
Con una seguridad contagiante y a la vez serena, asevera que decir que de la fotografía no se puede vivir es solo un mito. Detalla que a lo largo de su carrera vio cómo muchos fotógrafos se zafaron de los lentes para realizar otra actividad, porque no creían sostenerse económicamente en ello. Algo lamentable, detalla.
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Leer más“Con esta profesión he comprado mi casa, mi local, he criado y dado estudios a mis dos hijos y vivo tranquila. Siempre he tenido clientes. El único secreto es hacer bien las cosas. Cada foto al tomar, hay que ponerle todo el entusiasmo, interés, hacer que la persona a fotografiar se sienta bien. Buscar el mejor ángulo y si no nos gusta ni a mí ni al cliente, repetirlo cuantas veces sean necesario y en las poses que sean necesarias”, menciona.
Al mes tiene unos diez contratos. Gracias a la fotografía tuvo su primer empleo, emprendió y sigue trabajando. “Yo siempre le digo a mi familia que seré fotógrafa hasta que me muera”, sentencia satisfecha.