Un homeschooling florece en Olón
Ayni Green School es una escuela ecológica que nació en la pandemia. Su fundadora es una mujer que dejó la ciudad por la naturaleza y el mar
En Olón, balneario de la provincia de Santa Elena en Ecuador, crece Ayni Green School, una incipiente escuela comunal bilingüe que se asienta en un total de 5,4 hectáreas.
Rodeados de vegetación, montañas y teniendo a 800 metros un brazo de mar, y no muy lejos de la playa, este proyecto florece bajo una consigna: educar para cuidar el medio ambiente y aprovechar los recursos naturales para generar fuentes de empleo en la comunidad.
Se trata de un homeschooling (una opción educativa en la que los padres deciden educar a los hijos fuera de las instituciones), que tiene apenas dos cabañas de bambú como aulas de clases. La arquitectura de las chozas (separadas por unos 10 metros) permite a los estudiantes observar la naturaleza y recibir una brisa fresca, mientras atienden la clase. Es que las aulas no tienen puertas y sus paredes de caña son bajas.
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Leer másLos creadores de este rústico establecimiento verde, acreditado por el sistema de educación estadounidense, son Ishai Eshed, de 39 años de edad, y su esposa Laura Gold, de 36. Sus dos hijas de 3 y 6 años, ecuatorianas de nacimiento, fueron la razón de ser y hacer este centro.
La pareja es extranjera. Él, un israelí aventurero, promotor turístico y exmilitar, que llegó a Ecuador hace 16 años; y ella, una norteamericana que reemplazó a Nueva York por la naturaleza, pasó por África, por la Amazonía y se quedó junto al mar. Arribó a ese punto de la playa hace 14 años.
La escuela como idea nació en medio del confinamiento de la pandemia de la COVID-19, cuando Laura se dio cuenta de que podía educar a sus hijas y en al menos dos idiomas. Al fin y al cabo ella es maestra de Inglés, dicta clases virtuales en instituciones extranjeras.
“La pandemia nos demostró la importancia de la naturaleza. Tuvimos tiempo para reflexionar y eso nos impulsó a darle forma a esta idea, que en otros países está bastante desarrollada, y que en Ecuador está tomando fuerza”, detalla Laurita, como la llama su familia y sus alumnos.
Con sus ahorros y el apoyo de sus amigos, alquilaron el terreno y levantaron las cabañas.
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“Mis dos hijas de 5 y 8 años son parte de esta escuela. Entraron allí porque no hallaba en esta zona, de las escuelas tradicionales qué hay, nada apropiado para el buen desempeño escolar de ellas. Estoy feliz porque puedo ver cómo mis hijas que entraron con muchos vacíos, ahora saben mucho y están cada vez más desenvueltas. A mi hija menor no se le entendía cuando hablaba y ahora habla muy claro, gracias a esta escuela
Allí, en ese espacio, similar al de los paisajes de la comunas de los pueblos amazónicos de Ecuador, desde hace un mes, 13 niños de entre 3 a 12 años aprenden matemáticas, lenguaje, historia, ciencia, cultura, medio ambiente..., en español e inglés, de lunes a viernes, por seis horas y en dos aulas. Cada aula tiene un profesor ecuatoriano y otro norteamericano.
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Leer másLos estudiantes viven a pocos metros de distancia del establecimiento y llegan a pie o en bicicleta. La mayoría son hijos de amigos extranjeros, con quienes decidieron fundar el establecimiento, en el que también algunos de los padres -tras ser aprobados por su perfil académico en el sistema educativo del exterior- dan clases, como lo hace Laura.
Acreditada por una institución de Estados Unidos, este homeschooling es autosustentable, cuyo 90% de su construcción es materia orgánica. Los niños y maestros utilizan los recursos de la naturaleza que los rodea para la enseñanza aprendizaje. Por ejemplo, cuando los chicos deben sumar y dividir, recogen palitos secos o caparazones de caracoles para hacerlo; cuando deben decorar un dibujo, usan hojas secas. Las lecturas las hacen arrimados a los árboles y tienen actividades como minga de plásticos en la playa.
Quizás lo más ecológico del lugar son los baños. Hay uno en cada aula y son secos: se trata de baldes plásticos, donde luego de usar, en lugar de agua, los pequeños le echan aserrín. Los restos, al final de la clase, son llevados a un tanque de deposición, para ser convertido en abono para la siembra.
Es que como este proyecto educativo pretende ir de la mano de la producción agrícola, en la primera parte del proyecto, en 1.2 hectáreas, que ya están marcados del resto del lote, los estudiantes y maestros crearán una granja. En ese cortijo sembrarán maíz, yuca y un tipo de lombriz que servirá de alimento para los pollos.
“Tendremos huevos criollos. Traeremos 250 gallinas ponedoras, a las que alimentaremos con comida orgánica. Cuando tengamos los huevos, saldremos con los niños, a los mercados y a los puntos de venta de Olón, Montañita y San José a ofrecerlos. Ellos aprenderán cómo aprovechar la tierra e iniciar un negocio”, dice Ishai, mientras muestra el terreno. Él es quien dirige los proyectos que se hacen para el aprovechamientode la tierra,
Para financiar la escuela, los materiales didácticos que utilizan y pagar a los docentes, cada padre paga entre $ 170 y $ 250. Ayni Green School está a esperas de que el Ministerio de Educación de Ecuador los apruebe y poder convertirse, también, en una escuela local bajo reglamentos del gobierno. Sin embargo sus puertas están abiertas para que más niños vayan a aprender a sus aulas.
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Leer más“El proyecto nos entusiasma, sobre todo porque apuntamos a becar alumnos, y a poder -por ejemplo- contratar italianos, franceses, que estén de paso (6 meses o un año) en el sector y estén dispuestos -siempre que cumplan con el perfil- a enseñar su idioma u otras materias”, explica Laurita.
Las dos hijas de Laura e Ishai, que son ecuatorianas de nacimiento, son una muestra de la educación que pregona la pareja. Las niñas, que recorren con emoción el espacio natural de la escuela, hablan en español, inglés y hebreo, mientras sus padres conversan con EXPRESO.
“Esta área de Ecuador es la mejor para plantar una semilla, que puede ser una plata misma o los hijos. Aquí hay todo para crecer”, dice Laurita y sus ojos celestes brillan mientras ve a sus pequeñas.
Ella, a diferencia de Ishai, llegó al país por casualidad. “Yo era una chica de ciudad, con mis tatuajes y me cabellos planchado. Pero un fragmento de mi vida fue difícil. A los 22 años decidí lanzarme al mundo y viajar. Fui a Kenia, en África, hice voluntariado con los animales y las culturas. Y luego tomé otro programa que me trajo a la Amazonía. A Montañita llegué por invitación de unos amigos”, sonríe y recuerda.
El paisaje de Montañita, Olón, Manglaralto y toda la zona la atrapó y ya no quiso volver a su país. Decidió quedarse con el mar y la naturaleza. Cinco años después se enamoró con su mejor amigo, quien ya vivía allí: Ishai.