La industria del sexo capta a muy jóvenes
La necesidad de dinero y de apoyar en sus casas las fuerza al negocio sexual. Su jornada está plagada por la precariedad y episodios de agresiones y amenazas
No tienen horario fijo ni fecha en el calendario. La gran mayoría entra por la necesidad de generar ingresos; pero, más allá de los estereotipos e ideas erróneas que se tiene por la labor que desempeñan, las trabajadoras sexuales son afectadas física y mentalmente. A diario se presentan a una línea de trabajo donde no saben qué tipo de cliente van a atender.
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Leer másPor hora cobran entre 50 dólares, la media $30 y $20 el momento, pero en muchas ocasiones sienten que la ganancia no compensa el riesgo.
Samantha, una joven de 22 años, se inició en esta profesión por las dificultades económicas que siempre ha atravesado su familia, además le tocó ser la cabeza de hogar y costear todos los gastos de vida y medicina que necesitan sus padres.
“Hace año y medio necesitaba dinero. Lo que hacía vendiendo pan no era suficiente, no conseguía nada mejor para cuidar a mis padres; fue por una conocida que entré a este negocio. Honestamente, nadie me ha alcanzado a robar o algo peor, pero sí lo han intentado... He tenido clientes que buscan más de lo que puedo y estoy dispuesta a ofrecer. Cuando recién comencé alguien me contrató por una hora en su domicilio, dijo que era solo él, pero al llegar estaban varias personas. En ese momento corrí sin mirar atrás, me intentaron agarrar, pero por suerte había gente en los alrededores y grité para llamar la atención y asustarlos”, narró Samantha.
Sigo esta línea de trabajo, pero eso no quiere decir que puedan faltarme el respeto o creer que por darme dinero pueden hacer conmigo lo que quieran.
La historia de Katiuska es similar. La necesidad de un ingreso diario la llevó a ser trabajadora sexual “para vivir dignamente”. La joven de 19 años relata las dificultades que ha atravesado junto a su familia para poder salir adelante. “Me crié sola con mi madre, nunca tuvimos un hombre que nos ayude en lo económico, así que mi mamá se dedicó a cuidarme y trabajar para mantenernos vivas. Me gradué del colegio, pero solo eso, no entré a la universidad, así que me dediqué a trabajar para ayudar a mi madre, que no tiene la misma fuerza que antes. Necesitaba ayudarla y no sabía qué más hacer. Al final terminé aquí”.
Katiuska cuenta que al inicio le llegó a tocar de 10 a 15 clientes por día, lo que la dejaba exhausta y sin ganas de seguir. Cada vez se sentía peor, como si hubiese cometido un crimen.
“Estaba cansada, física y mentalmente, pero a eso hay que añadirle los clientes que se quieren sobrepasar, nunca han pasado del intento, porque en el departamento donde atiendo hay cámaras, pero nunca faltan los que vienen con armas o que me toca gritar por ayuda para que salgan corriendo cuando intentan hacer ‘algo’. Una situación que se volvió muy común de lidiar en mi vida”.
Me dan miedo las cosas que puedan ocurrirme y que casi me pasan, pero lo que más me asusta es como ahora parece tan normal que me pasen todos estos incidentes.
Melyssa a diferencia de Samantha migró desde Venezuela con la esperanza de darle un mejor futuro a sus hijos y familia que quedaron en su país.
Salió para mejorar su situación económica, pero la pandemia la dejó sin dinero y recursos. Fue por un conocido que comenzó a trabajar en este medio, pero no fue hasta que su madre enfermó que decidió entrar a este mundo.
“No tuve opción, necesitaba las medicinas y mis hijos debían comer”, admite.
“Cuando comencé, recuerda, fueron varias noches que llegaba a mi casa solo a llorar, me sentía sucia. Tuvieron que pasar varias semanas para dejar de llorar cada que me metía a la ducha, pero perdí algo en mí, me sentía vacía y lo único que me motivaba eran mis hijos y mis padres”.
Además de los efectos negativos a su cuerpo y la salud mental reconoce que uno de los riesgos constantes que tiene son los clientes con enfermedades sexuales, a quienes ha podido identificar antes de estar con ellos. “Muchos exigen que no quieren usar preservativo. Me empapé del tema para cuidarme, así que identifico a varios que tienen enfermedades y les reclamo por sus pedidos, pero reaccionan agresivos y quieren abalanzarse, por suerte he contratado gente que me pueda cuidar, que me ha ayudado en esos momentos”, dice la mujer.
Abby, de 20 años, comenzó en esta línea de trabajo hace un año por necesidad. Relata que no ha tenido el dinero, ni las oportunidades de estudiar, por esto se vio obligada a trabajar para ayudar a sus padres y a ella, pero a falta de un título pocos negocios estaban dispuestos a contratarla por un sueldo justo; “lo intentó, pero no ganaba suficiente”, asegura.
Ella inició con la ayuda de su hermano, quien buscaba clientes y le ofrecía protección. Se fue a Cuenca para hacer su trabajo, donde pasó varios meses, hasta que ambos sufrieron un atentado contra su vida.
“Hace dos meses apuñalaron a mi hermano. Está vivo, pero se fue del país por esto; yo en cambio fui amenazada de muerte por un ‘tipejo’. Él casi me viola en ese momento, pero pude salir del carro donde me tenía, como había policías cerca salió huyendo del lugar. Nunca más lo volví a ver y me fui de Cuenca”, recordó la joven.
Dos veces fueron las que pensé que iba a morir, vi mi vida pasar frente a mis ojos y solo pude correr. Me intentaron violar y matar, de eso uno no se recupera.
Vino a Guayaquil con la idea de comenzar de nuevo. Esta vez sola, pero hace un mes le ocurrió otro incidente. “Fue con un cliente que había visto antes, en su momento no le di importancia, pero la segunda vez que vino trajo a alguien más y ahí fue que me puso el cañón de la pistola y me dijo que me mataría, después de eso no pude hacer nada más que llorar. Ya presenté la denuncia en la Fiscalía, pero ha pasado un mes y sigo sin saber nada, es como si no les importara lo que me pueda pasar”.
- “Son pocos los casos de agresión registrados”
Lourdes Toscano, presidenta de la Asociación de Trabajadoras Sexuales 20 de Abril, institución adscrita a la Red de Trabajadoras Sexuales del Ecuador, relata que frente a las denuncias por intento de robos, violación o amenazas que reciben las trabajadoras de este gremio en Guayaquil, al año llegan no más de 10 de estas fiscalizadas con el debido proceso, añade que estas cifras no son contabilizadas.
“Recibimos el triple de estas quejas o un poco más, pero solo alrededor de 10 de estos casos deciden llevarlos hasta la Fiscalía”, revela Toscano. La dirigente añade que solo en Guayaquil existen alrededor de 3.000 trabajadoras sexuales, cifra que puede ser superior. Pero a pesar de recibir varias quejas por agresiones y ataques, muchas no siguen el debido proceso legal por el miedo que tienen a las represalias de sus clientes.