
Inundaciones en Guayaquil: advertencias ignoradas y efectos de las mareas altas
Especialistas advierten que las decisiones urbanas potencian el impacto de lluvias y aguajes
Mientras Guayaquil lucha contra uno de sus inviernos más lluviosos en décadas, con récords de precipitaciones en febrero y un abril que ya superó su promedio histórico en pocos días, un factor predecible pero a menudo subestimado agrava la crisis: las mareas.
Marea, un 'enemigo silencioso'
Expertos de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) advierten que la forma en que la ciudad ha crecido, ignorando la poderosa dinámica del estuario del río Guayas y destruyendo sus defensas naturales, convierte a las mareas altas, especialmente los aguajes, en un “enemigo silencioso” cuyo impacto se magnifica peligrosamente con el clima extremo actual.
Franklin Ormaza, Ph. D. en Química Marina de la Espol, explica una particularidad de Guayaquil: el golfo actúa como un embudo natural. “La marea fuera, en la playa, está alrededor de 2 metros y medio”, señala, pero al ingresar y estrecharse el estuario, “la onda de marea es cada vez más alta”, pudiendo superar los 4,5 metros en el malecón. Este fenómeno físico es la base de la vulnerabilidad local.
Las mareas, insiste Ormaza, son “totalmente predecibles”. Sus ciclos están ligados a la atracción gravitacional de la Luna y el Sol, con picos anuales entre enero y abril, justo en la época lluviosa, debido a la mayor cercanía de la Tierra al Sol. Aunque el próximo pico de aguaje, esperado para el 14 de abril, será menor que el anterior (estimado en 3,7 m vs. 4,3 m), sigue siendo un factor de riesgo.
Entre fenómenos naturales y la mala planificación
El verdadero peligro surge en la “tormenta perfecta”, concepto que Ormaza usa para describir una coincidencia fatal: marea alta, lluvias intensas (locales y en la cuenca alta del Guayas, que aumentan el caudal del río) y la expansión térmica del agua por el calentamiento global (que añade 10-15 cm al nivel).
Este coctel es lo que colapsa la ciudad, exacerbado por un océano Pacífico inusualmente cálido (hasta 28,2 °C) y una atmósfera húmeda que alimenta lluvias récord como la del 1 de abril (134 mm registrados en la estación del aeropuerto).
Pero la crítica de los expertos va más allá de la combinación de fenómenos naturales. Apuntan a cómo las decisiones humanas han multiplicado el riesgo.
Los manglares, explica, son cruciales porque actúan como una barrera física que atenúa la energía de la onda de marea. “Cuando cortamos un manglar, estamos quitando físicamente una barrera natural”, enfatiza Ormaza. Esta destrucción, junto al relleno de humedales (citó ejemplos en vía a la costa y el parque Samanes, donde “se bajó un cerro” y “se tapó un ducto de agua natural”) y la invasión de las orillas del estero (incluso en zonas como Urdesa), tienen un impacto actual más visible y directo en las inundaciones, desde su punto de vista.
Pilar Cornejo, experta en gestión de riesgos, coincide en la crítica al enfoque reactivo y la falta de planificación a largo plazo. Señala que las herramientas para identificar zonas de riesgo y hacer una correcta planificación existen desde hace años, pero la “memoria corta” y la discontinuidad administrativa impiden su aplicación. Urge actualizar normas de construcción y ordenanzas locales para incorporar criterios de adaptación climática, como superficies permeables y reservorios, recordando que cada dólar en prevención ahorra $15 en reconstrucción.
Según Emapag, su Plan Preinvernal anual de limpieza presentaba un avance del 82,16 % al 2 de abril, tras intervenir en más de 124.000 metros del sistema de drenaje.
Adicionalmente, la entidad destacó el Plan Choque, iniciado en 2023 y que contempla una inversión total de $14,5 millones entre sus dos fases (2023-2025). Este plan, según el documento, consiste en obras de infraestructura como la construcción de ductos cajón y alcantarillas consideradas “de implementación rápida”, en puntos vulnerables ya identificados.
En contraste, la solución según los académicos pasa por “resembrar” manglares, detener la invasión de las orillas y hacer cumplir estrictamente las leyes de uso de suelo. La cooperación entre gobiernos y la corresponsabilidad ciudadana, vigilando y denunciando la destrucción ambiental, son también indispensables, más aún cuando el invierno de este 2025 ya supera los 123.000 afectados.