La isla Santay deja diez meses de cuarentena
La luz de la reactivación asoma al área protegida. No hubo estragos de la COVID-19, pero el encierro, que parecía interminable, deja huellas.
Cuando en mayo y junio pasado Guayaquil y gran parte del país reabrieron sus restaurantes y varios de sus parques, tras la cuarentena que impuso la pandemia de la COVID-19, dando paso a la nueva normalidad, el Ministerio del Ambiente anunciaba que Santay, la isla ubicada en medio del río Guayas, se preparaba para brindar sus servicios turísticos con las medidas de bioseguridad adecuadas. Algo parecido se avisó en agosto: ministros de Salud, de Vivienda y del Ambiente evalúan la posibilidad de reactivar las actividades en esta nueva área nacional de recreación.
Pero llegó septiembre, luego noviembre y no fue hasta el pasado viernes en que, diez meses después de una cuarentena obligada, la isla volvió a abrir.
Esto luego de que en diciembre no se haga nada al respecto. Ese mes corrían rumores de una segunda ola de contagios del virus.
Todo este tiempo, unas 80 familias no recibieron los ingresos que generan las visitas. Solo en enero de 2020, último mes antes de la emergencia sanitaria, esta área nacional de recreación generó 17.720 dólares por las visitas, de lo cual, 15.918 se destinaron al pago de sueldos para la seguridad social de los isleños.
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Leer másEl viernes pasado, los ministros del Ambiente, Paulo Proaño, y de Desarrollo Urbano y Vivienda, Julio Recalde, oficiaron la apertura del sitio, pese a que habían dicho que iba a depender, también, de los COE de Guayaquil y Durán.
De acuerdo al Ministerio del Ambiente, el protocolo para la reapertura del área protegida fue aprobado por las autoridades con el objetivo de impulsar la reactivación económica local y del sector turístico del país.
No fue fácil llegar a esa decisión. El ministro del Ambiente señaló que no solo se trabajó en “las medidas de bioseguridad correspondientes”, sino que se ha ejecutado una restauración de senderos, pisos y letreros, gracias a la donación de aproximadamente 75 metros cúbicos de madera incautada de la especie samán, que sirvió para la reparación de camineras internas en el tramo de la casa comunal hacia el muelle de embarque, una deuda que se tenía con la isla.
Ana Cepeda, representante de la comunidad, dijo a Ambiente que “después de estos 11 meses es muy grato contar con la reapertura del área para brindar servicio turístico a todas las personas que acuden a isla”.
Hubo un trabajo interinstitucional para reabrir Santay. El Ministerio de Turismo, por ejemplo, brindó capacitación en temas como manipulación de alimentos, implementación de protocolos de bioseguridad, servicios turísticos, entre otros, en beneficio de las 75 familias (305 habitantes incluidos niños) que habitan la isla.
Cuando EXPRESO hizo la solicitud de información sobre el tema de la reapertura, ni el Ministerio de Salud ni el de Vivienda enviaron sus respuestas a este Diario, sino que esperaron a informar en sus páginas oficiales sobre la agenda.
Hay preguntas que quedan en el aire. La principal es por qué no abrió la isla en junio, cuando se dio luz verde a parques y zonas recreativas a reactivarse. Ambiente recurrió a las resoluciones del COE cantonal de Durán (4 de enero) y el de Guayaquil (3 de enero) de este año como argumento, y adelantó entonces que “una vez se levanten las disposiciones de los COE cantonales en relación a sitios de recreación (parques), la cartera establecerá la fecha de la reapertura del área protegida”.
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Leer másAugusto Granda, presidente de la Asociación de Guardaparques del país, recuerda que casi la totalidad de los parques nacionales fueron reabiertos en las semanas posteriores a la cuarentena. Solo se mantuvo cerrado el Parque Nacional Yasuní. “Entiendo que es para precautelar la integridad de las comunidades y pueblos ancestrales que viven dentro de esta área natural”, menciona.
Desde la construcción del paso peatonal sobre el río Guayas, los habitantes de Santay dejaron sus canoas con las que pescaban o usaban para el traslado de agua y alimentos o ir a trabajar en las camaroneras, con bajos pagos y largas jornadas, para convertirse en servidores turísticos de la zona protegida.
Pero sin visitantes no había ingresos. Estos meses, cada día, de cinco a ocho de la mañana, el movimiento de personas por el puente de la calle El Oro que se registraba correspondía a los isleños que dejaban la Ecoaldea para ir en busca de trabajo o a cumplir jornadas.
“Tenían que sobrevivir con lo que sea”, dice Valentín Domínguez, quien hasta antes de la pandemia lideró la asociación de dueños de las embarcaciones que trasladaban turistas a la isla en botes, y durante el cese de visitas debió buscar trabajo en una camaronera.
Elsa Rodríguez, presidenta de la Asociación de Servicios Turísticos San Jacinto de Santay, que reúne a las familias que viven en la Ecoaldea, recuerda que la isla se mantuvo cerrada desde el 16 de marzo pasado, a pesar de que todo el país entró de lleno a vivir una nueva normalidad. “No dependía de nosotros (los isleños) que se reabra el ingreso. También era necesario pensar en la salud de los habitantes de la isla antes de tomar una decisión”.
Tanto el Ministerio de Salud, como el del Ambiente han generado durante la pandemia varias campañas de información y evaluación en la salud a los habitantes de Santay para enfrentar la pandemia ante la reapertura de la isla. En un comunicado reciente, Ambiente especificó sobre este tema que Salud aporta con doctores y enfermeras dentro del lugar para llevar un control de los habitantes de la comunidad. Ayer sábado fue el segundo día de apertura en Santay, que mira con optimismo su reactivación.
Las obras pendientes desde antes de la pandemia
Desde su apertura en 2011, con las mejoras que se ejecutaron y la agrupación de las familias de la isla en el sitio denominado Ecoaldea, varios daños se han evidenciado en la infraestructura de este proyecto turístico.
El camino a Santay se puede cumplir por dos rutas: la acuática (en botes atravesando el río Guayas) o caminando, por los dos puentes peatonales que parten desde Durán y Guayaquil. Ambos viaductos en su momento fueron afectados en tiempos distintos por la embestida de barcos que perdieron el control. Los puentes fueron reparados tras varios meses.
A esto se suman los seis kilómetros de camineras que conectan la Ecoaldea con los dos puentes peatonales que cruzan desde Durán y Guayaquil. En un informe emitido por técnicos del MAAE, de agosto del 2017, se determinó que los huecos se acercaban a los 600.
En varios tramos se han ejecutado reparaciones parciales, con la reposición de la madera sintética, pero tras el uso continuo aparecen nuevos huecos.
Desde mayo del 2016 se evidenció que hubo una mala elección de la madera artificial que se usó en las camineras, destinadas al uso peatonal y al cruce constante de bicicletas.
Desde entonces se dijo que había que buscar soluciones. En julio del 2018, se habló de una fiscalización para determinar si hay responsabilidades en la empresa proveedora del material.
Ambiente informó que a través de la colaboración de Miduvi fueron entregadas 280 tablas de madera plástica que se ocuparon para la reparación de la ciclovía de acceso al área protegida, tanto del piso como de los pasamanos.