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Ritmo. Bajo el cielo porteño, las personas recorren el bullicioso bulevar 9 de Octubre, un punto de encuentro en el corazón de Guayaquil.Miguel Canales

La jerga guayaca: un reflejo de nuestra identidad

Las palabras que usamos día a día cuentan la historia, el carácter único de la ciudad, mezcla de culturas y creatividad 

Andrés Montalvo y Hernán Ponce son vecinos en la décima etapa de la Alborada. “Ñaño, ¿por qué no fuiste al peloteo el domingo? ¡Eres pura lámpara!”, le recriminaba Montalvo a su amigo, quien enseguida replicó: “Estuve cachueleando hasta la noche y la plena que me dolía el mate”.

La escena describe (por si alguien necesita una ‘traducción’) que Ponce no acudió a jugar fútbol con sus vecinos porque realizó un trabajo extra a su empleo y, además, sufrió dolores de cabeza.

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Así habla el guayaquileño. Como en todas sus acciones, lo hace con libertad, confianza y frescura; es directo, franco y no se anda con rodeos.

“Nosotros no tenemos acento, creo que hablamos el castellano más purito”, comenta el guayaquileño Luis Mendoza mientras se detuvo a comprar un jugo de naranja en la calle Diez de Agosto y Pichincha. Pero se equivoca.

Reemplazar las ‘s’ por un sonido aspirado similar al de las ‘j’ es una de las principales características del acento porteño, por dar un ejemplo. Pero el origen de su jerga tiene varias ramas, según el escritor Édgar Allan García, quien ha publicado libros referentes a expresiones de la cultura local como la guayaquileña, la quiteña y la esmeraldeña.

Al ser una ciudad puerto, Guayaquil acoge a decenas de personas de diversas partes del mundo, que traen su cultura, sus expresiones y que, poco a poco, se fueron adaptando.

Diversos términos adoptados por los guayaquileños, que se han usado desde hace varias décadas y se mantienen en la actualidad, provienen del lunfardo argentino, que mezcla palabras y expresiones de diferentes idiomas.

García destacó algunas palabras como bacán, cana, engrupir, billullo o chamuyo, así como gamba para referirse al número 100 o luca al 1.000.

“También en el lunfardo argentino se utilizan palabras al revés o ‘al resve’ como ‘esnaqui’, que es esquina, ‘jermu’ en lugar de mujer, ‘dorima’ en vez de marido, ‘lleca’ en vez de calle u ‘ofri’ en lugar de frío”, manifiesta el escritor.

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Explica que los guayaquileños se han acostumbrado tanto a este tipo de palabras que parecería que fueron creadas en esta ciudad. Pero la realidad, reitera, es que surgen de la mezcla de diversas culturas en esta urbe cosmopolita.

Otra observación es el uso, en algunas zonas de la ciudad, de la ‘sh’ en reemplazo de la letra ‘s’. “Usamos mucho, y es característico, el ‘shi’ (sí), ‘sha nota’ (esa nota), ‘shimón’ (sí). Pero eso viene de una burda imitación de la forma en que hablan los argentinos al usar la ‘ll’ o la ‘y’”, sostiene García.

Hay otras expresiones que llegaron a la ciudad desde Estados Unidos

Este es el caso de ‘crazy’ (que se usa como sinónimo de creído o presuntuoso, pero significa loco); chuzos, derivación de la palabra ‘shoes’ (zapatos en español); luquear (mirar), que proviene de ‘look’; ‘trip’ (viaje); o la palabra pana, que viene del término ‘partner’ y significa compañero.

Por supuesto, también hay palabras de la jerga guayaca derivadas del quechua. Por ejemplo, ‘huacho’ quiere decir huérfano; ‘ñaño’, que se relaciona con hermano o amigo; así como ‘huasipichai’, que es bienvenido.

“Hay otras palabras como chévere que se utilizan mucho, no solamente en el país, pero que vienen de los nigerianos que arribaron a Cuba en el siglo XIX. Chévere quiere decir valiente, pero acá lo transformamos en algo bonito”, cuenta García.

El escritor reflexiona en que el idioma “es un animal vivo” y que está en constante cambio, “casi sin sentirlo”. Por ello, con el paso del tiempo aparecen nuevos términos.

La jerga guayaquileña sigue evolucionando. Las nuevas generaciones aportan su propio toque, adaptando las expresiones de siempre y fusionándolas con tendencias actuales.

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Pero hablar como guayaco es mucho más que usar palabras propias; es un reflejo del espíritu alegre y aguerrido de la ciudad. Cada expresión está cargada de historia y de profundo orgullo porteño.

El lenguaje del guayaco tiene el sello inconfundible del calor de su gente y esa chispa para hablar. Por eso, no es raro ver a la pípol comprar la cachina en la Bahía para ir a vacilar un rato a la salida del camello, o donde la madrina, sirviéndose un encebollado con pan, con la esperanza de que nos ponga yapa, y leyendo EXPRESO por supuesto.

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