Asistir a colegios nocturnos es una rutina marcada por el miedo
Los alumnos regresan a la presencialidad tras suspenderse en apagones. Denuncian inseguridad y falta de movilidad
Con las dos manos sosteniendo su mochila, su celular guardado en los calcetines y nervios de punta, José García (identidad protegida), un joven de 25 años, se arma de valor y decide caminar presurosamente para salir del colegio nocturno Otto Arosemena (Suburbio de Guayaquil). Son las 21:00 y para él culminó la jornada estudiantil, pero apenas empieza lo más complicado de estudiar en ese horario: volver sano y salvo a casa.
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Después de varios meses de racionamientos eléctricos, que suspendieron la jornada nocturna de clases, los alumnos vuelven a la presencialidad; y al miedo de siempre. EXPRESO recorrió el perímetro de varios colegios nocturnos de la ciudad y se percató de algunas de las dificultades que sus estudiantes tienen para lograr finalizar sus estudios; la inseguridad y la falta de transporte urbano son ‘‘el sacrificio’’ para quienes se animan a buscar alcanzar el bachillerato.
“Realmente es muy peligroso estudiar de noche. Los buses no pasan hasta tan tarde y caminar es demasiado peligroso”, resumió García sobre su último año de colegio. El estudiante relató a EXPRESO que todos los días debe esperar a que algún familiar pase por él o caminar alrededor de 14 cuadras para llegar hasta su casa.
El joven cuenta que por motivos personales decidió dejar sus estudios hace siete años y ahora busca lograr ser un bachiller para conseguir un mejor trabajo. “Actualmente trabajo como oficial de construcción durante el día y en las noches estudio, pero los que hacemos esto tenemos muchas dificultades y por eso es que en ocasiones muchos tiramos la toalla. Debería darse más facilidades para los estudiantes”, aseveró el hombre que pidió no se revele su verdadera identidad, pero aseguró que hay muchas cosas que no están bien en la educación nocturna.
Jimmy Aragundi, exdocente de otra unidad educativa nocturna, relató que tanto los estudiantes como los profesores se exponen a muchos riesgos. “Empiezan el año muchos estudiantes, pero los que se terminan graduando son muy pocos. Se van quedando de a poco cuando empiezan a robarles. Entiendo que es muy difícil para ellos seguir si la mayoría son de escasos recursos”, dijo Aragundi, que explicó que él también dejó de dar clases debido a que no era rentable y resultaba riesgoso.
“La mayoría de esos estudiantes son mayores de edad que hacen un esfuerzo por terminar el bachiller. Las autoridades deben prestarles atención y ayudarlos a que tengan garantías al salir de sus jornadas. Creo que volver a la virtualidad no debería ser una opción porque eso sí que resulta casi imposible para ellos”, aseveró el catedrático que insistió en que la solución es mejorar la seguridad y el transporte para los estudiantes.
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Todo el año pasado, ese fue el mismo pensar de Angélica Acuria, madre de familia de 31 años que está terminando de cursar el segundo año de bachillerato. Fueron 105 días los que no asistió a clases presenciales, desde el 23 de septiembre de 2024 con la disposición gubernamental de racionar la energía eléctrica, hasta el 6 de enero de este año, que se anunció la vuelta a las aulas.
Mientras no hubo presencialidad, el Ministerio de Educación activó el uso de guías y otros recursos académicos asincrónicos y, los cuales Acuria, como sus compañeros de promoción, tuvieron que resolver.
“Son unos archivos PDF que nos llegan por WhatsApp, que los envían los tutores y nos dan un horario en el cual nos tocaba ir presencialmente al colegio a dejar los deberes, para no atrasarnos ni acumularlos. Por lo general, eran los viernes”, explica la aspirante a bachiller, puntualizando que también registraban “asistencia” por medio de mensajes.
Acuria señala que, si bien hay continuidad escolar y no se ha interrumpido su proceso de aprendizaje, la presencialidad es mejor. “El problema es que mandan demasiadas guías, y hay cosas que hacer en el hogar que evitan que uno se concentre como debe. Prefiero mil veces estar ahí en el aula”. Su propósito es una realidad como las muchas que vuelven a recorrer los pasillos de los colegios nocturnos. “Sí nos da miedo la inseguridad y otros factores que envuelven el estudiar en la noche, pero es un sueño, no hay nada que no se pueda dejar a un lado por eso”, sentencia.
Por otra parte, otro grupo de personas quienes aún no retoman los estudios, esperan que existan garantías para poder hacerlo durante la noche.
“Tengo toda la voluntad de estudiar de noche, pero realmente sé que es complicado. Creo que si la Troncal 4 de la Metrovía (Guayaquil) empezara a funcionar y estuviesen más iluminadas las calles sería mucho más sencillo”, comentó Ariel Valencia, un padre de familia de 33 años, que analiza terminar el sexto curso de colegio en un centro de estudios nocturno.