Un mes de clases: El noroeste de Guayaquil estudia con un teléfono compartido
Según una ONG, en hogares urbano marginales de esa zona, el 60 % carece de internet y computadora. El celular es la vía común para estudiar.
En el hogar de Melba Alvarado, ubicada en la cooperativa de vivienda Sergio Toral Uno, en el noroeste de Guayaquil, la frase ‘Uno para todos y todos para uno’, tiene una connotación diferente. En lugar del mítico lema de los mosqueteros de Alejandro Dumas, es un resumen de la situación que han vivido los padres y sus tres niños durante el primer mes de clases de este año: todos dependen de un solo teléfono.
Lo hacen por turnos, explica la ama de casa: a la niña, quien está en el centro infantil Creciendo con Nuestros Hijos (CNH), y al mayor, que está en octavo de educación general básica, les toca en la mañana; al intermedio, que cursa cuarto grado, en la tarde; y a los padres, en la noche: “Les he tenido que pedir a mis familiares y a los que me llaman que no lo hagan durante el día”, afirma.
El padre trabaja en la venta informal y el presupuesto familiar no alcanza para adquirir una computadora o Internet fijo. Por ello, el teléfono es la vía por la que reciben las indicaciones de los maestros, sus instrucciones, descargan los documentos de texto, audios o videos que deben leer y revisar, formulan preguntas y reciben las respuestas a sus dudas y, finalmente, por donde deben enviar las tareas realizadas o las fotos como evidencia de ellas.
Este año, marcado y condicionado por la pandemia de la COVID-19, obligó a Ecuador y a los demás países de la región y buena parte del mundo a optar por la educación no presencial para evitar el riesgo de contagio entre la población estudiantil.
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— Ministerio de Educación del Ecuador (@Educacion_Ec) July 2, 2020
El Ministerio de Educación ha reiterado que no se trata solo de educación por Internet, sino también por otras opciones y plataformas, como la televisión, la radio y las fichas pedagógicas impresas. Pero transcurrido el primer mes de clases en la Costa, el registro técnico de esa cartera de Estado reporta que el 52 % de los accesos a su portal para visualización o descarga de contenidos se realiza por algún teléfono que cuenta con Internet.
En parte eso se debe a que, si bien la cobertura de Internet fijo en viviendas es baja y a inicios de año alcanzaba apenas el 40 %; en cambio, la mayoría de la población tiene un teléfono celular: había más de 15 millones de líneas hasta 2017, según cifras de Arcotel. Y también según estas estadísticas, 8 de cada 10 eran ‘prepago’, es decir, de usuarios que deben realizar recargas de datos o saldos.
Esta es una situación común sobre todo en los sectores urbanos marginales de Guayaquil. La fundación Hogar de Cristo, que a través del proyecto Aula del Conocimiento brinda apoyo a niños de 151 hogares de más de 20 cooperativas de vivienda del noroeste de la ciudad, precisa que esa es la realidad del 60 % de esas casas.
Esta cifra es el resultado de una encuesta a esas familias, que suman 365 menores. El estudio también les permitió conocer que el 50 % de los hogares tiene al menos dos hijos; y el 39 %, entre tres y cinco.
Es decir, como en el caso de la familia de Melba Alvarado y parecida a la de Pamela Navarrete, quien vive a cuatro cuadras de distancia. Ella tiene una niña de tres años, otra que está en noveno de básica; y el mayor, en tercero de bachillerato. Todos dependen del teléfono de la madre.
Aunque hicieron un esfuerzo para comprar una computadora portátil, la ama de casa asegura que no han podido conseguir internet. “Todas las operadoras me dicen que no tienen disponibilidad o que no tienen cobertura hasta acá”.
A la madre de familia le preocupa que su hijo mayor, que está por terminar el colegio, vaya en desventaja cuando intente ingresar a la Universidad, debido a la situación en la que estudia. “¿De qué le sirve hacer tareas y enviarlas? Yo pienso en el examen de ingreso: habrá una mayor diferencia de conocimientos”, dice.
Aunque de esto no hay estadísticas, un mes después de iniciadas las clases, cada vez más padres se preguntan si sus hijos están realmente aprendiendo. Una duda que, por cierto, también la comparten por teléfono.
Si antes ya había desigualdad para los niños y jóvenes de esta zona, esto lo va a incrementar