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Hecho. Los manglares de El Morro son los que tienen mayor influencia en el océano Pacífico.Cortesía

El Morro, en defensa de sus manglares

Habitantes fijan su vista en el ecosistema que, advierten, no solo les permite trabajar sino vivir. Se enfocan en recuperarlo

La madrugada no es tan oscura. Al menos no para Pablo Cruz, quien a diario sale de su casa antes de que el sol aparezca. Conoce el camino “hasta con los ojos cerrados”. Es el mismo que ha transitado desde hace más de 20 años para llegar al muelle, subirse a una lancha y adentrarse en el mar.

Un viaje de 15 minutos lo lleva hasta una zona de manglar donde busca y extrae cangrejos en una jornada de no menos de 8 horas. No lo hace solo, sino en compañía de una comunidad de trabajadores del sector de Puerto El Morro, una población rural situada a 90 minutos de Guayaquil. “Aquí, prácticamente, se nace con el cangrejo y la pesca”, reflexiona.

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Y aunque esa es la historia de casi todos los días, hoy Pablo no buscará cangrejos, sino que se convertirá en un singular sembrador. Es una de las 120 personas que participan en la siembra de pequeñas plantas de manglar, como parte de una jornada de reforestación impulsada por la empresa privada.

Durante 4 horas, intervienen más de 15 hectáreas de manglar devolviendo el verdor al sector, en un intento por recuperar este ecosistema amenazado en el país. Así apoyan la iniciativa de una empresa privada que opera en el aledaño puerto de Posorja.

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Según especialistas, cada plántula de manglar captura unos 70 kilogramos de dióxido de carbono, pero pese a este beneficio, la situación de los manglares en Ecuador es compleja. En el país se ha perdido al menos el 70 % del manglar original (ver nota adjunta).

Desde 2011, El Morro es un área protegida, pues posee 10.030 hectáreas de esteros y manglares. Eso ha dado un sentido de pertenencia y lucha a sus comuneros, quienes dicen ser de “armas tomar”. Uno de ellos es Pablo Morales, presidente de la Asociación Forjadores del Futuro, quien denunció a una camaronera por la tala alrededor del estero Lagarto, cercano a El Morro. Y no es el único incidente, el grupo ya ha denunciado otros casos de afectación a la zona.

Sin duda, el problema se agrava al observar el panorama global, pues el estudio ‘La situación de los manglares’, publicado en el año pasado por WWF-Ecuador , reveló que el 42 % de los manglares del mundo no cuenta con una protección sólida a pesar de pertenecer a áreas protegidas legalmente y ser considerados elementos fuertes en la lucha contra el cambio climático.

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Acción. Las jornadas de reforestación apoyadas por la empresa privada congregan a decenas de personas cada año en El Morro.Cortesía

El desafío sigue latente. La propia Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través de la declaración de Objetivos de Desarrollo Sostenible, establece como una prioridad las acciones por el clima, las comunidades sostenibles, además de la preservación de vida y ecosistemas submarinos y terrestres.

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En El Morro son conscientes de la realidad. El mismo GAD parroquial reconoce en su Plan de Desarrollo y Ordenamiento Territorial que la sustitución del manglar a causa de la industrialización representa “una fuerte pérdida de biodiversidad en ecosistemas sensibles y de alta prioridad para la preservación a nivel local”. Por eso se busca generar más actividades de reforestación, aunque reconocen que necesitan más apoyo del Gobierno o del sector privado.

El documento detalla que los problemas se deben “a la tala, deterioro y contaminación por la expansión agrícola y acuícola, así como por la contaminación de industrias y sitios de reparación de las embarcaciones de pesca artesanal”.

Las consecuencias ambientales son claras y se producen en cadena: el aumento de la contaminación, la destrucción de hábitats fundamentales para la zona, la pérdida de la biodiversidad y atractivo turístico.

Todos estos son recursos claves para el desarrollo socioeconómico de El Morro, por lo que, a largo plazo, conducen al empobrecimiento de una población que necesita el manglar y sus recursos para subsistir.

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En El Morro hay cuatro tipos de manglares: blanco, negro, zaragoza y rojo, este último es la especie precursora del resto y el más abundante del sector. Se lo identifica por sus largas raíces zancudas, es decir, parten desde la base del tronco antes de llegar a la tierra, y crecen desde ahí extendiéndose hasta penetrar el suelo.

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Pero para la comunidad local no solo se trata de cuidar su hogar, sino de honrar a su tradición. La recolectora de conchas, Carmen Ramírez, lo tiene muy claro. “Los 7 muchachos (hijos) que tengo vienen desde muy pequeños para que vean cómo sus padres se sacrifican para darles sus estudios. Aquí trabajamos todos”, dice mientras busca sus productos.

Al ser una comunidad que depende del ecoturismo, gran parte de los habitantes trabaja en comercios afines: agrupamientos pesqueros, restaurantes, guías de turismo y más.

Lorgia Vega es vocal del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) parroquial y asegura que “en la zona hay 400 familias que dependen de la pesca de crustáceos, moluscos y el turismo que los manglares generan”.

En la localidad, sobre todo los fines de semana, se evidencia la dinámica que genera el ecosistema: hay una amplia oferta gastronómica, desde comida típica hasta platos como la lisa asada, la concha prieta y el cangrejo rojo. Este último es el más demandado. De hecho, El Morro celebra cada año la Feria del Cangrejo Rojo y la Concha Prieta, uno de los eventos en los que participan turistas, gremios pesqueros y la comunidad local.

Nada de esto ocurría si no fuera por los manglares y por eso hay fuerzas suficientes para denunciar abusos a la naturaleza y trabajar por la reforestación. “El mangle significa todo para mí: mi esfuerzo, mi trabajo… ¡Es mi vida!”, afirma con emoción Karen Cruz, extractora de conchas, al responder sobre el significado de este recurso.

CifraEl Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales asegura que Ecuador perdió el 70 % de su manglar original al ser transformados por estanques para la cría de camarones de cultivo.

Si los manglares están bien, la comunidad también lo está: prospera en materia económica, turística y social, en eso coinciden los habitantes de este sector. Según las cifras del Ministerio del Ambiente, ya son 10.000 visitantes que llegan a la zona cada año para además disfrutar del avistamiento de delfines nariz de botella (Tursiops truncatus), la colonia de fragatas en la Isla Manglecito y, en definitiva, la belleza del ecosistema.

Desarrollarse a través del turismo es precisamente lo que anhela Pablo Cruz para su comunidad. Por eso, no le importa qué tan oscuras sean las madrugadas, pues dice que seguirá trabajando para ganarse la vida, sostener a su familia y mantenerse vigilante, “en pie de lucha” y proteger así el manglar que ha visitado desde que era un niño.

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Según especialistas, cada plántula de manglar captura unos 70 kilogramos de dióxido de carbono. Esto equivale a cinco veces más que los bosques regulares. Una hectárea de bosque de manglar puede entonces retener hasta 1.000 toneladas de CO2. Pese a este beneficio, la situación de los manglares es compleja. El Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM, por sus siglas en inglés) asegura que el país perdió el 70 % de su manglar original al ser transformados por estanques para la cría de camarones de cultivo.

El Morro no se ha librado de la actividad camaronera de las procesadoras que se han instalado ahí (o cerca) desde hace varias décadas. Hasta mayo de 2023, según datos oficiales, se registraron 1.211 agrupaciones dedicadas al camarón en Ecuador, muchas de ellas han depredado los manglares.

Es una estadística que genera una mezcla de pesar y nostalgia en Simón Figueroa, un pescador ya retirado que vive su vejez en El Morro. “Antes había mariscos gordos y de repente uno se daba el lujo de agarrar cangrejos y conchas para comer al momento… Ahora, la realidad es muy triste”.

De acuerdo a la información del Plan Nacional para la Conservación de los Manglares del Ecuador Continental, a los percances que afectan a este singular ecosistema se suman la tala indiscriminada, las débiles sanciones y la contaminación por desechos provenientes del transporte acuático como barcos de carga, gabarras, entre otros.