Mujeres convierten un dojo del sur de Guayaquil en su centro de lucha y defensa
Cada noche, niñas y adultas de distintos barrios de Guayaquil practican el arte marcial, kenpo. La inseguridad motiva a los padres
Pierna derecha atrás y bloqueo. Uno, dos, tres... Al unísono, todos vestidos con un kimono negro en el tatami, con la mirada fija hacia el frente, con todos los músculos contraídos, gritan “¡kiai!”. Nadie duda.
¡A empoderarlas desde niñas!
Leer másEn el sur de Guayaquil, en la planta baja de un edificio blanco de tres pisos, un grupo de mujeres y hombres se reúnen para practicar kenpo, una técnica japonesa de artes marciales que ha sido utilizada como sistema de defensa personal. Todos buscan fortalecer su espíritu. Sobre todo las mujeres.
Ninguna quiere mostrarse débil. Todas quieren autodefenderse. No quieren volver a ser víctimas, peor ser parte de las estadísticas, un número más. Nadie se distrae, ni ante el flash de la cámara de EXPRESO. Concentración total.
Desde la vía a la costa, la Alborada, el centro o el sur de Guayaquil, muchas de las estudiantes se trasladan hasta el RBA Studios Kenpo Americano. Hace unos años, comenta el maestro Ronald Briones, las mujeres comenzaron a tomarse el dojo. Ellas son las que llegan más temprano (casi al mismo tiempo que él) y adecuan el sitio.
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Nadie pisa el tatami con zapatos y al sitio solo entran los que van a entrenar. Los padres de los menores esperan fuera del local, que está rodeado de rejas. Ellos se sientan en un banco grande que antes las mujeres han sacado del dojo.
Hace dos años y medio, a Ilich Medina le preocupaba la situación de su hija Fabiana (ahora de 12 años) en la escuela. Ella estaba siendo víctima de bullying. Una vez unos compañeros, mientras ella bajaba la escalera del centro educativo, la empujaron. “Por suerte no me caí”, cuenta la menor.
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Leer másUn día, mientras caminaba, Medina vio el dojo y decidió llevar a su hija, quien asistió a la clase demostrativa y le gustó. Ahora ninguno de sus compañeros la agrede. Ellos saben que practica kenpo y compite.
Las más grandes enseñan a las dos menores, de seis y ocho años, a amarrarse bien el cinturón del kimono. La más pequeña no tiene recelo en elevar su pierna para, de atrás hacia adelante, golpear a su contrincante, aunque este sea más alto que ella.
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Tanto niños como niñas deben aprender a defenderse, porque nosotros, los padres, no podemos estar con ellos todo el tiempo cuidándolos. Y esta ciudad es difícil.
Es que “como todo hoy en día está alborotado, me pareció importante aprender artes marciales para saber defenderme”, expresa Carla Bustamante, de 17 años. Hace 10 años ya sabía que en la calle no estaría segura. Este miedo la llevó a pedirles a sus padres que también la inscriban. Su hermano ya lo practicaba, pero cuando ella era pequeña solo miraba. Hoy es una de las antiguas.
Lo primero que todos deben aprender, recalca Briones, es cómo defenderse, cómo actuar, cómo manejar situaciones, ya que no todo es con golpes. Aunque hay jóvenes que al principio van con ganas de desahogarse en la bolsa o no saben canalizar la ira, allí aprenden a manejar sus emociones, explica el maestro.
“Rodillazo, saco la cabeza y golpeo”. Paso a paso, Briones indica a los jóvenes qué deben hacer ante un ataque. En qué lugar golpear. Cómo soltarse.
Con este arte marcial he ganado más confianza. El miedo de poder lastimar a alguien me retenía a golpear, ahora sé que es por defensa. Hoy urge estar preparados.
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Leer másPractican en parejas, hombres con mujeres. Al principio ellas se defienden y luego les toca a ellos. Repiten. El calor se siente en el dojo. El sudor cae por sus rostros. Se secan con el kimono. Siguen.
“Con el proceso de repetir y repetir, la memoria muscular se activa y con el tiempo la mente sabrá cómo actuar ante un problema real”, sostiene el maestro. Es por esto que la médica veterinaria Michelle Briones, de 24 años, no ha dejado de ir al dojo. Ella no quiere volver a ser víctima del acoso callejero.
“¡Sal de ahí!, ¡sal de ahí! ¡Sigue!”, le grita uno de los chicos a Briones, mientras lucha con un compañero. Hace un tiempo, a sus 19 años, varias veces mientras esperaba la metrovía para ir a la universidad un señor la molestó, al punto de que empezó a decirle ‘cosas’, recuerda la médica veterinaria. Ella no sabía qué hacer, nadie la auxiliaba.
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A su criterio, “la gente ha normalizado eso”. Sabía que todo dependía de ella. Aunque no le gusta golpear y le ha dado miedo hacerlo, relata que sus compañeros la han ayudado a que confíe y ahora su puño es más fuerte.
“Es raro que en la calle alguien te quiera secuestrar solito, siempre tiene un compinche a su lado”, comenta el maestro Briones a sus estudiantes. Por eso, para el ejercicio, dos atacan a una de las chicas. El primero la agarra del cuello y ella aplica la técnica ‘the grasp of death’ (las garras de la muerte), cambia y lesiona. Viene el otro y la agarra de los brazos, entonces ella repite la técnica.
Por eso, Roxana Pérez quiere que su hija de ocho años aprenda a defenderse y a anticiparse a lo que pueda suceder. Por eso la lleva al dojo desde hace dos años, para que aprenda a defenderse. “No siempre vamos a estar los padres para hacerlo”, reflexiona.
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