Los negocios del barrio Cuba se desploman
La falta de clientela, en su mayoría estudiantes de colegios y universidades cercanas, los ha llevado a la quiebra. Este sector luce desolado
Su negocio luce prácticamente vacío. Solo una de las cuatro vitrinas está ocupada con tres empanadas que aún le quedan de las 20 que ofrece diariamente a 80 centavos cada una. De los cinco congeladores, solo uno tiene prendido para helar unas cuantas botellas de agua y gaseosas que espera vender desde las 08:00 hasta las 13:00, tiempo en el que labora por estos días. Mariana Solís se lamenta y abriga la esperanza de que la situación mejore pronto.
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Leer másElla trabaja desde hace 10 años en las calles Francisco Robles y Chambers, barrio Cuba, sur de la ciudad, en uno de los treinta locales cercanos a los nueve edificios de la Universidad Politécnica Salesiana (UPS); así como de las instalaciones de los colegios particulares Domingo Comín y Cristóbal Colón, cuyos estudiantes eran sus mayores clientes.
Debido a la pandemia por la COVID-19 las clases presenciales se suspendieron y con ello las ventas en estos locales se fueron al piso.
He buscado alternativas para captar clientela, pero la situación es difícil. Espero que esta mejore; hasta tanto, estoy en otras labores para sobrevivir.
Desde marzo de 2020, cuando se pusieron en marcha las restricciones para enfrentar el coronavirus, el trajín constante que a diario se observaba en el barrio Cuba se transformó en un ambiente de calma y desolación. No hay quien lo visite y el sitio muere, incluso los fines de semana.
“Durante una década fue buena idea ubicarse en esta zona, junto a la Salesiana. Cientos de estudiantes y profesores compraban empanadas de carne, queso y mixtas y las acompañaban con jugo, gaseosa, agua o colada. Ahora no tengo clientes”, se queja Solís, al indicar que antes en un día sacaba hasta 200 dólares en venta, dinero que le servía para adquirir más productos, reunir para pagar los $ 400 mensuales por el alquiler del local y destinar las ganancias para las necesidades de su hogar.
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Leer másElla se niega a cerrar su negocio y espera evaluar cómo se desarrollarán las actividades en los próximos meses con las pocas personas que transitan por el lugar, con los vecinos que habitan en la zona y con un posible retorno de los alumnos a las aulas de clases. “Si no logro que sea rentable tendré que vender alguno de los congeladores para tratar de cubrir los 150 dólares que ahora cancelo por el local, ya que su propietario me hizo una rebaja para que yo siga trabajando y a la vez asegurar ese dinero que cada mes debo pagarle”, relata Solís.
Pero los otros inquilinos o propietarios no quisieron prolongar más la agonía de los negocios. Khaled Elsery, quien tiene un restaurante frente a uno de los edificios de la UPS, decidió cerrarlo. Allí ofertaba desayuno, almuerzo y merienda, desde las 07:00 hasta las 22:00, cuando culminaba la jornada académica en el centro de estudio superior. Ahora las puertas de su local lucen cerradas con cadenas y candados.
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Leer másDesde el exterior se puede observar los bancos, mesas y sillas arrumados y sucios; así como basura acumulada que demuestra el ningún mantenimiento recibido desde hace más de diez meses.
“Este local era uno de los más visitados por la variedad de comida que ofrecía; pero cerró desde la pandemia. Da pena ver cómo el barrio pierde un lugar que movía a mucha gente”, manifiesta Carlos Montoya, quien habita a dos cuadras del lugar y era uno de sus principales comensales.
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Leer másUna situación similar vive Ramón Pérez, quien vendía encebollado en un local de la misma zona. “El negocio lo cerré en marzo cuando se dispuso el confinamiento. En mayo, cuando Guayaquil pasó de semáforo rojo a amarillo traté de reactivarlo ofreciendo combos y promociones con la ayuda de otros propietarios de locales vecinos, pero no resultó porque los estudiantes no regresaron y el poco personal administrativo que retornó a las labores presenciales en la universidad y colegio, prefiere traer desde sus casas el desayuno y almuerzo, para evitar contagio al comer en un lugar público”, relata.
En las afuera de la picantería cerrada, Pérez ha colocado un cartel con un anuncio que dice: “Se alquila locales”, que está acompañado de un número telefónico que espera que suene pronto. “Hasta el momento nadie se ha interesado por el alquiler”, menciona con tristeza, al insistir que de nada le serviría abrirlo ya que no tendría clientes fijos.
Por este sector, conocido también como ‘Barrio Cuba Universitario’, transitaban más de 8.000 estudiantes y 300 personas entre docentes y empleados de la UPS. De esos, el 90 % eran los principales clientes de los negocios. A ellos hay que sumar un porcentaje de alumnos de los dos colegios aledaños que a la entrada o salida de clases se daban tiempo para visitar algunos de la treintena de locales, con el fin de deleitar sus paladares.
En las inmediaciones que comprende la calle Chambers, de 5 de Junio a Robles y desde ahí hasta Estrada Coello, junto a la ría (al pie del río Guayas), también había locales que se dedicaban a diferentes actividades como papelerías, bazares, cabinas telefónicas y tiendas; así como informales que vivían de la venta diaria.
Además, había locales de comida típica e internacional que ofrecían desayunos, almuerzos y meriendas. Los propietarios de esos establecimientos populares a veces no se alcanzaban para atender a tantos jóvenes, quienes aprovechaban los recesos para acudir a estos sitios y pedir algo para ‘picar’.
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Leer másDesde hace 18 años, cuando se instaló la UPS en el sector, los habitantes aprovecharon el crecimiento comercial para mejorar sus ingresos económicos. Sebastián Lozano, quien habita hace 40 años en la zona, utilizó el cerramiento que tiene su casa para implementar un comedor donde diariamente atendía a más de 200 personas que acudían a degustar desde una gaseosa hasta un arroz con menestra y carne.
En cambio, Magaly Muñoz, una viuda de 60 años, alquiló la planta baja de su vivienda para el funcionamiento de un ciber. “Estos locales no solo ayudaban a satisfacer las necesidades de los estudiantes, también representaban una ayuda económica para nosotros”, anota la mujer, quien ahora no cuenta con esos ingresos, pero que al igual que sus otros colegas abriga la esperanza de mejores días.