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Variedad. Los vendedores informales ofrecen todo tipo de producto, incluso artículos de protección para los autos.JIMMY NEGRETE

Guayaquil: Los semáforos que dan luz verde a la venta informal

Decenas de vendedores aprovechan avenidas con gran tráfico vehicular para ofrecer diferentes productos a bajo costo. Entre ellos evitan competencia

Afilador de cuchillos, plumas, mascarillas, guantes, sombreros, agua, cargadores de celular, frutas, legumbres, caramelos... La lista es interminable y la fila de quienes lo ofrecen, extensa.

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De día y de noche, las calles de Guayaquil se convierten en un gran mercado al aire libre, donde se vende de todo y, quizás, hasta más barato que en centros de abastos y en la bahía. Pero son determinadas intersecciones de grandes avenidas donde vendedores informales aprovechan el gran flujo vehicular y el semáforo en rojo para ofrecer sus productos.

Una de esas ‘esquinas de la oportunidad’ es la que conecta la avenida Francisco de Orellana con la Jorge Villacrés Moscoso, cerca de la ciudadela Los Rosales y diagonal a la Alborada, en el norte del Puerto Principal. En el sitio, más de una docena de nacionales y extranjeros se abren camino entre los automotores, con el único fin de salir adelante económicamente, ante la falta de un trabajo formal.

En este punto es bueno vender porque son cuatro carriles y cada quien aprovecha el momento que se detienen los carros por la luz roja. Nadie vende el mismo producto...

Jinsop Mero
​comerciante informal

Cuando conducía un taxi tenía que hacer hasta 15 horas para poder pagar la guardia y la gasolina, casi no quedaba mucho. En la calle me quedan $ 15 diarios, libres de ganancia.

Gregorio Pasto
​comerciante informal

Entre los informales resalta la figura de Vanessa Núñez, una universitaria de 23 años y de procedencia venezolana. Cual modelo en pasarela camina    entre los carros que han detenido la marcha para colocarles sobre el parabrisas un kit de esferográficas en color negro y azul. Aprovecha el minuto y medio que deben esperar los conductores; y, antes de que cambie a luz verde, regresa sobre sus pasos para advertirles con el dedo índice el valor del kit (1 dólar) y recoger la mercadería. Esta vez no hubo suerte.

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“Hay días buenos y días malos. Hay quienes te dan la mano y otros que son groseros”, cuenta la joven. Desde hace un año decidió trabajar en ese sitio para ganar algo de dinero y poder enviarle a sus padres, que aún permanecen en su país de origen.

Pero enfrentar la calle en sus inicios no fue fácil. “Al principio me decían hasta cosas obscenas, pero... después ya no haces caso”, sostiene al asegurar que prefiere trabajar en esas condiciones porque en empleos formales que le han ofrecido sintió que la “explotaban”, haciéndola trabajar hasta quince horas diarias para recibir menos de un salario básico (400 dólares). “En esto, dependiendo del día me hago hasta 20 dólares, si es malo $ 10”, comenta.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en julio de 2021 la población en edad de trabajar (PET) fue de 8,8 millones de personas (72, 6%), en el área urbana; 5,5 millones fueron económicamente activos. La tasa de desempleo fue del 6,4 % en la urbe. La brecha del desempleo por sexo es abismal. En el mismo mes, la tasa de desempleo se ubicó en 7,1 % para las mujeres y 3,8 % para los hombres.

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A lo largo de la avenida Orellana, en el norte de la ciudad, se observan algunos tramos de gran tráfico vehicular y la luz roja da paso al desfile de quienes intentan salir adelante en las calles.JIMMY NEGRETE

Hace 4 años, Jinsop Mero tenía un trabajo estable, pero la actividad que desarrollaba comenzó a decaer. Buscó la forma de seguir sosteniendo a la familia y lo hizo en la calle. También aprovecha los semáforos en rojo. Sube y baja de los buses que recorren el norte de la ciudad para ofrecer coloridos cables de teléfonos celulares. “En este punto es bueno porque son cuatro carriles y cada quien aprovecha el momento que se detienen los carros por la luz roja. Nadie vende el mismo producto, cada quien    trata de innovar para no quedarse estancado. Hoy uno puede vender una cosa y mañana otra, dependiendo de lo que demanda el mercado y lo que pueda uno vender y sea accesible”, explica el vendedor.

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Una tarea que puede dificultarse en días con mucho sol o lluvia. “Para nosotros no hay descanso, ya que no contamos con un trabajo estable, pero luchamos por conseguirlo apropiadamente”, resalta el ecuatoriano de 30 años, ataviado en su cuello con cables fosforescentes.

Pero lo que más se vende en las calles son frutas y, con una pandemia por la COVID-19, los kits de limpieza que incluyen pañitos húmedos, mascarillas y alcohol. Y de eso sabe Gregorio Pasto, quien dejó el taxismo y las 15 horas que demandaba para completar el día de pago por el alquiler del carro. Aprovecha el tráfico de 07:30 a 09:30 para vender pañitos húmedos y mascarillas. Sin recorrer tanto, desde los vehículos lo llaman para comprarle. Las quincenas y fin de mes son los días buenos. Se hace hasta 40 dólares. Por eso prefirió tener su propio negocio, con poca inversión y mejor ganancia.