
De la universidad a la comunidad: ciencia que florece en Puerto Roma
La conservación del ecosistema y el aprendizaje se unen en un proyecto universitario en el Golfo de Guayaquil
Una lancha es necesaria para llegar hasta Puerto Roma. También en Punta Piedra. Sabana Grande, en cambio, es más accesible por vía terrestre. Las tres comunidades están asentadas en el Golfo de Guayaquil y comparten una característica: poseen zonas bajo custodia de manglares. Es allí donde la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Guayaquil decidió implementar un ambicioso proyecto de vinculación académica y científica con enfoque participativo.
"El trabajo que hacemos se basa en la confianza y el respeto. Las comunidades son quienes deciden si quieren que entremos, y todo se hace en conjunto", explica la bióloga Mireya Pozo Cajas, directora del proyecto y docente de la Facultad. La iniciativa comenzó hace más de seis años en Puerto Roma, y con el tiempo se expandió a Punta Piedra y Sabana Grande, consolidando un modelo que integra la investigación científica con la acción comunitaria.
Participación activa: estudiantes como agentes de cambio
El proyecto ha sido una oportunidad formativa sin precedentes para los estudiantes universitarios. Elisa Rodríguez, egresada de Ingeniería Ambiental, lo resume así: "Este proyecto me permitió desarrollar habilidades de comunicación, empatía, organización y aplicar conocimientos reales. Entendí que la educación también se construye fuera del aula".
Durante su participación, Elisa lideró capacitaciones para la elaboración de huertos orgánicos y compostaje. Al principio, solo 14 familias de Puerto Roma estaban involucradas, pero con el tiempo, más personas se sumaron. "Con los huertos, las familias empezaron a alimentarse mejor y hasta compartirían con sus vecinos. Fue muy gratificante", añade.
Otro de los involucrados es Cristhian Ríos, estudiante de Biología, quien destaca la experiencia como un complemento vital en su formación. "Aprendí de los cangrejeros y camaroneros, colaboré en charlas sobre el cultivo óptimo del camarón, en la restauración de manglares y en la entrega de materiales educativos para niños. Estas vivencias me enseñaron cómo hacer que nuestro mensaje de conservación llegue de forma clara y efectiva".
Resultados tangibles y sostenibles
Los logros del proyecto son visibles y medibles. En Puerto Roma, más de 30 familias cuentan con huertos orgánicos que refuerzan la seguridad alimentaria. En Punta Piedra y Sabana Grande se levantaron planos planimétricos y se brindó apoyo técnico a los camaroneros artesanales. Además, se capacita a los habitantes en el manejo de los recursos naturales y se les involucra como asistentes de investigación.
"El impacto es integral. No solo hemos sembrado hortalizas, también hemos sembrado conocimiento, compromiso y pertenencia. Cada tomate o pimiento que cosechan en su patio representa un ahorro económico, pero también una conexión con su territorio", afirma Mireya Pozo.
En el campo académico, se han desarrollado al menos nueve tesis sobre temas como metales pesados, productividad del manglar, microplásticos y captura del cangrejo rojo. Dos investigaciones más, en colaboración con universidades extranjeras, abordan la productividad primaria del manglar y los efectos del cambio climático.

Un modelo de universidad comprometida.
Este tipo de trabajo, según la docente, va más allá de cumplir horas de vinculación. "Es una experiencia transformadora. Los estudiantes regresan diciendo: 'Señorita, ahora sí valoro lo que tengo, aprende otra realidad'. Y eso es educación", sostiene Pozo.
El enfoque de manejo participativo ha sido clave. "La comunidad se convierte en coautora del proceso, no en simple beneficiaria. Desde la planificación hasta la ejecución, todo se construye con ellos", precisa.
El proyecto, firmado oficialmente en enero de 2024 por el rector Francisco Morán Peña y las asociaciones comunitarias, continúa sumando aliados y ampliando su impacto. "Es un trabajo colaborativo entre docentes, estudiantes, asociaciones de cangrejeros, escuelas y familias. Incluso, hemos recibido apoyo de entidades públicas para investigaciones sobre gases de efecto invernadero y otolitos de peces", detalla la bióloga.
Una invitación abierta
Las puertas de este proyecto están abiertas para la colaboración interinstitucional, la cobertura periodística y la participación estudiantil. "Les invitamos a venir, a ver con sus propios ojos lo que estamos haciendo. No es solo ciencia, es vida, es transformación social", concluye Mireya Pozo.
En un contexto donde la academia muchas veces se percibe como lejana a la realidad, este proyecto demuestra que la universidad puede y debe estar al servicio del entorno, creando puentes entre el conocimiento científico y las necesidades de las comunidades.
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