La vecindad que clama por sombra desde hace 61 años
En la ciudadela 9 de Octubre apenas hay dos parques para 10.000 habitantes. El arbolado es una deuda pendiente del Municipio. Las veredas necesitan color
Salir a pasear por las amplias calles de la ciudadela 9 de Octubre sin tener que cobijarse con un paraguas o cualquier otro objeto, y sin el temor de resbalar por las veredas y peatonales dañadas es uno de los sueños que Carlos Aguirre, de 60 años, no ha podido cumplir durante las cinco décadas que lleva viviendo en esta zona del sur de la ciudad.
La tala que todavía aguarda respuesta en Guayaquil
Leer másEl motivo de su sueño frustrado radica en que esta ciudadela, al igual que muchas de la ciudad, tiene poca arborización y le falta áreas verdes que ofrezcan sombra y distracción a sus residentes. Además, la mayoría de sus veredas y peatonales son solo espacios de cemento que convierten en gris el espacio público del cual pocos quieren apropiarse.
“Necesitamos árboles que no solo sirvan de techo, sino que oxigenen el área y llenen de color las 74 manzanas que han perdido el atractivo para sus habitantes”, indica Aguirre, al señalar que él llegó a la ciudadela cuando tenía 10 años de edad y no recuerda que alguna vez el Municipio haya arborizado esta zona. “De hecho, los pocos árboles que hay han sido plantados por la comunidad. Tampoco hemos tenido parques en buen estado”, recuerda.
En la ciudadela 9 de Octubre habitan cerca de 10.000 personas, la mayoría es adulta y de la tercera edad que reclama más áreas verdes y recreativas.
Ivón Pinzón, líder de la ciudadela y quien habita hace 25 años en el lugar, cuenta que solo hay dos parques ‘grandes’ a los que se le da poco uso.
Siempre que salgo de casa debo llevar un paraguas para protegerme del sol o algo para ventilarme el rostro, ya que en la ciudadela hay pocos árboles para resguardarme del sol.
El ‘Parque de la Madre’, por ejemplo, es poco visitado. “Está cerrado para evitar el robo de las máquinas para ejercitarse que el Municipio instaló hace cuatro años”, lamenta Pinzón, quien habita a pocos metros de esta área a la que sí pueden ingresar consumidores y personas extrañas que siembran el miedo a los residentes.
La zona es poco atractiva. A veces quiero trasladarme a otro sector de la ciudad que sí tenga lo que aquí no hay, pero sinceramente en Guayaquil es algo complicado encontrarlo.
Algo similar ocurre con el parque del área comunal, donde los juegos infantiles están deteriorados. “Queremos áreas con pasatiempos, pista para patinar o andar en bicicleta, que permitan interactuar a los niños y que devuelta a los mayores las ganas de salir para distraerse y divertirse cerca de casa”, anota María de Lourdes Maridueña, quien reside en la ciudadela hace 21 años.
Otro de los problemas de la ciudadela, entregada a sus propietarios en 1961, son las aceras y veredas que no están diseñadas para ser amigables con el peatón. “Están agrietadas porque desde hace más de 15 años el Municipio no ha llegado con los arreglos respectivos”, menciona Rómulo Santos, uno de los fundadores.
Al igual que sus vecinos, rechaza los obstáculos que hay en las veredas que van desde vehículos estacionados, así como llantas, muros, etc., que se han colocado para amortiguar la huida de los ladrones luego de que cometen sus delitos.
El espacio público que cierra su puerta al ocio y la familia
Leer más“Lamentablemente, con esta medida también se castiga al resto de habitantes que ve reducido el espacio público, que no puede caminar libremente por las veredas y que debe lanzarse a la calle para sortear esos obstáculos”, manifiesta Santos, quien agrega que sería más conveniente sembrar árboles para convertir los espacios grises en verdes y colocar mobiliario urbano que invite a los ciudadanos a compartir.
Es que las pocas bancas que hay están inservibles y afectan el ornato de la zona, ya que se han convertido en depósitos de basura, para muchos.
“Merecemos atención. Queremos vivir mejor, para eso pagamos impuestos; no es justo que las autoridades municipales nos ignoren”, reclama Nathalia León quien reside en la zona hace cuatro décadas y, que al igual que el resto de habitantes no pierde la esperanza de ver a su sector cambiar de gris a verde para que las nuevas generaciones lo disfruten.