La violencia silencia al buen ciudadano
Defender un bien público del vandalismo implica ser amenazado. Hasta la mirada del infractor cuenta al decidir si se alza la voz
Hace apenas una semana EXPRESO publicó un reportaje en el que quedó evidenciado cómo el espacio público de Guayaquil se ha fracturado ante el avance del vandalismo. Paredes garabateadas, esculturas sin cabezas o con piezas destruidas o tan dañadas que resulta imposible reconocer a quién le hace honor su nombre, así como paraderos de buses rotos o sin puertas ni torniquetes son apenas algunas de las muestras de cómo hay quienes desprecian a la ciudad.
La metrovía atribuye el daño de las puertas a bandas y usuarios que evaden el pasaje
Leer másEl espacio público se fractura ante el avance del vandalismo
— Juan Daniel Ponce Merchán (@JuanDaPonce) May 25, 2022
El perjuicio se extiende a estatuas, viviendas o árboles. Expertos lamentan que se haya perdido el respeto al bien común. Ciudadanos solicitan más vigilancia.
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Las escenas son diarias y, salvo algunas excepciones, ocurren a plena luz del día, entre la multitud y en espacios públicos cotidianos. ¿Por qué siguen pasando? ¿Es el guayaquileño capaz de reclamar al implicado cuando es testigo de lo que ve? Preguntó este Diario a los habitantes y a sus lectores, a través de sus redes sociales oficiales, para entender por qué estos actos lamentables siguen siendo parte del paisaje del Puerto Principal. Del total que respondió, un 76,6 % aseguró que lo hace, que reacciona; pero reconoció que ahora actúa según las circunstancias, tomando en cuenta el sitio dónde se comete la infracción y el perfil del agresor. Su mirada, advierten, les da las pautas.
“Por reclamar he sido amenazado por los vándalos. Me han lanzado botellas de vidrio y palos; han golpeado mi auto, han amenazado a mis hijos, pero a ellos yo no les tengo miedo. Si me he frenado de responderles es porque la última vez me apuntaron con un arma, y no soy cobarde, pero tampoco me quiero morir. Sin embargo, seguiré peleando porque mi mayor miedo es que nuestro entorno se torne cada vez más pandillero”, lamentó Daniel Villavicencio, habitante de Sauces 2; que compara la imagen que proyecta Guayaquil con la de las cárceles.
“Ni en ellas hay tantas obscenidades en las paredes como sí las hay en el Puerto Principal”. Las bases de los puentes, los murales, sentenció, provocan llorar.
Mirtha Mora, quien fue catedrática de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, reconoce a EXPRESO haber llamado la atención cientos de veces. Si veía que un bien, público o privado, estaba en riesgo de ser vulnerado, alzaba su voz, espantaba al infractor. Hoy, dijo con pena, se ve limitada a actuar de la misma forma.
“Me he frenado por la ola delictiva que estamos viviendo. Ahora las palabras se quedan dentro, eso sí, miro a quien comete la infracción, la mirada no la bajo nunca para ver si sienten algo de vergüenza... Aún sí siento temor. La reacción no es la de antes porque hasta eso nos ha quitado la inseguridad”, señaló.
Duele tanto no poder actuar por la violencia que nos rodea. Nos insultan, agreden, no hay respeto. Me duele ver la realidad que enfrentamos.
El espacio público se fractura ante el avance del vandalismo
Leer másIvonne Pinzón, quien habita en la ciudadela 9 de Octubre y es líder comunitaria de ese vecindario, comparte el pensamiento, al asegurar que no es tan fácil lograr que una persona vuelva a tomar las riendas de su camino. Que haya jóvenes armados, niños incluso violentos, ambos con la mirada perdida a causa del consumo de drogas, y una total falta de respeto, le ha puesto trabas al accionar ciudadano.
“Yo busco la manera de llegar y parar la acción porque me ofende lo que hacen, ofende a la ciudad, ofende a la historia. Por lo tanto, actúo pero cuando veo a un guardia cerca o un grupo ciudadano cercano que me respalde y socorra. Lo hago cuando veo que la mirada del agresor incluso no refleja violencia. Sus ojos dicen mucho. O te confirman que pararán o que tienen sangre fría y se van a ir en tu contra y de mala manera”, detalló.
Es doloroso, pero frenar el vandalismo implica analizar en segundos al agresor y el entorno. Ya no es tan sencillo como antes, ahora quien habla está en riesgo.
Pero el ciudadano Marcelo Bonito, a quien le apena ver cómo, al mes, se siguen hurtando al menos 200 piezas del mobiliario urbano, entre rejillas y tapas; exhorta a que la comunidad no permita que el miedo gane esta batalla. “Es difícil, lo digo por experiencia propia; pero esos vándalos están tratando de infundirnos temor y no debemos permitirlo más. Y para eso hace falta actuar por todos los frentes. Hay que vencer ese pánico”, señaló.
Mora y Pinzón coinciden con este último punto, y apuntan a que la lucha, sobre todo, venga del núcleo familiar y la escuela, y de la mano del civismo. Algo tan simple como evitar que un niño raye su banca, destruya su parque, irrespete los íconos de su barrio, pueden lograr un cambio inmenso, alertaron.
Debemos unirnos para eliminar ese miedo justificado que nos rodea. Aún los buenos somos más, por eso hay que dar el paso y hacerlo juntos para vencer.
Guayaquil: la escultura del Vendedor de Lotería ya fue restaurada
Leer más“Las autoridades municipales han reconocido que son al menos 200 piezas, entre rejillas y tapas del mobiliario urbano, que por mes son hurtadas en la ciudad. Aquí no hace falta que un policía o metropolitano esté velando cada pieza, es absurdo. Aquí hace falta que se promueva el amor por la patria en cada rincón de Guayaquil, empezando por la casa y acentuándolo en los espacios públicos y con programas que promueva el Cabildo y a los niños de absolutamente todos los estratos. Hoy la inseguridad que nos atormenta, nos está obligando a quedarnos callados, y eso duele. En lo personal, me duele detenerme a no decir lo que pienso. ¿Y qué pienso? Que esas personas no hacen nada por dejar de ser tercermundistas, que no les duele que ni sus padres, ni sus hijos tengan un lugar sano para crecer. Que les gusta y sienten orgullo de la decadencia urbana...”.
El miedo paraliza todo. ¿Y frente a ello qué necesitamos? A la autoridad, la seguridad de que hay ojos que nos ven y responden cuando estamos en peligro.