Arqueólogos de la música extrema
expresiones les propone a sus lectores una reinterpretación del nacimiento y evolución del death y black metal
Desde que surgió a mediados del siglo pasado, el rock and roll ha evolucionado de formas muy diversas, dando lugar a un sinnúmero de géneros. En ese proceso, hubo una línea evolutiva marcada por el ‘gen de la agresividad’, cuya consigna es: hagámoslo cada vez más fuerte, más rápido, más violento.
Basta ver los nombres de los estilos que fueron surgiendo a través de los años marcados por este peculiar ADN: hard rock (rock duro), heavy metal (metal pesado), speed metal (metal veloz), thrash (golpear, azotar), grind (moler, machacar).
A mediados de los ochenta, tanto en Estados Unidos, como en Europa y en ciertas urbes de Latinoamérica, hubo artistas que dieron el siguiente paso, experimentando una música nueva y más pesada que nada que se hubiera escuchado antes sobre la faz de la tierra. Estamos hablando del death y el black metal, que nacieron en la clandestinidad como hijos del thrash y son ahora movimientos de carácter mundial.
YouTube, Bandcamp y los blogs nos han dado acceso a un sinnúmero de cintas de aquellos primeros años de transición y nacimiento de ambos géneros, de grupos muchas veces desconocidos, incluso para los más fieles seguidores de la escena.
De manera que esta nueva fuente de información ha permitido reescribir en cierta medida la historia de la música extrema.
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Muchas veces se puede llegar a pensar que la música comercial y la underground son mundos irreconciliables.
Pero a pesar de todo su misticismo, en el under, al fin y al cabo se repiten muchas veces los vicios de la música comercial. Es decir, casi siempre llegan a trascender las bandas que logran generar dinero, ya sea a través de sus grabaciones, conciertos y merchandise. Para difundir su trabajo, se necesita el apoyo de sellos que inviertan dinero en promociones y grabaciones de calidad. Y estos sellos, por una cuestión de supervivencia, priorizarán siempre aquello que les sea redituable. Es decir, puede terminar convirtiéndose a fin de cuentas en un negocio.
Una legión
Desde su creación, allá por los años sesenta, las facilidades del casete fueron aprovechadas por los músicos, para autopromoverse sin tener que depender del apoyo de una casa disquera.
El trueque de estos demos (cintas de demostración) fue decisivo en el under, convirtiéndose en el caldo de cultivo del death y el black metal. Como se trataba de artistas cuya música inicialmente no fue tomada en serio, no contaban con el respaldo de un sello para producir y difundir su trabajo. Entonces, a las bandas no les quedaba más remedio que hacer sus propias cintas y moverlas todo lo posible en la escena y a través del correo postal.
Con el tiempo, ese intercambio se convirtió en una red mundial que permitió, por ejemplo, que bandas como Masacre o Parabellum de Colombia fueran conocidas en Europa, adquiriendo incluso el estatus de artistas de culto.
En 1987 Combat Records publicó Scream bloody gore de la banda Death (Florida, EE. UU.), considerado el primer disco de death metal de la historia. A partir de ahí se sumaron otras arriesgadas disqueras, como Roadracer Records o Nuclear Blast (EE. UU.) y Earache (Reino Unido), que aprovecharon este naciente mercado, logrando la profesionalización.
Ya no tenías que esperar meses para que el cartero llegue con las cintas de death compradas o intercambiadas con tus amigos frikis.
Pero para esto, existía todo un movimiento consolidado alrededor de este nuevo género, con seguidores adictos a la música violenta que inicialmente se contaban por miles, pero llegaron a ser millones, regados en todo el mundo.
Desmitificando a los dioses
La historia ‘oficial’ nos dice que la movida deathmetalera estaba constituida básicamente por unos cuantos nombres de primer nivel (Death, Deicide, Morbid Angel, Obituary, en Estados Unidos; Entombed, Dismember, en Suecia, por ejemplo, que estaban por encima de un montón de bandas genéricas de categoría inferior sin mayor importancia en el contexto.
Ahora, a la luz de los nuevos ‘vestigios arqueológicos’ hallados, vemos que desde siempre fue una escena infinitamente más rica y diversa, de la cual solo una ínfima cantidad puede adquirir notoriedad internacional gracias al apoyo de sellos discográficos.
En esos primeros años, por cada banda de metal extremo que editaba un disco de forma profesional, había diez que no pasaban de un demo casero. Y por cada banda con demo casero, había otras diez que no llegaron a grabar, pero se mantenían activas tocando en conciertos. Grupos y proyectos como Fatal, Exmortis, Necrovore, de Estados Unidos; Sorcery y Excruciate, de Suecia; Poison, de Alemania; Mental Decay, de Dinamarca; Mutilated, de Francia, Mystifier y Vulcando, de Brasil; Hadez, de Perú, merecen ser escuchadas con atención, no por nostalgia, sino para entender la evolución de un género que en ese momento desbordaba creatividad.
Siempre se habla de la escena de Tampa, Florida (en Estados Unidos) y la de Estocolmo (Suecia) como los núcleos del movimiento. Pero cada país y cada ciudad tenía y tiene su propia escena con sus propias peculiaridades, muchas veces no tanto musicales sino de actitud.
Alguien podría decir que en su inmensa mayoría se trata de bandas locales y que su música no trasciende más allá de sus fronteras. Pero son inspiración para otros artistas y mantienen viva una escena que incluso hoy no para de crecer y evolucionar.
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Se pueden decir muchas cosas negativas de la escena de noventera de música extrema en Guayaquil. Que los conciertos eran organizados de manera precaria, que el sonido casi nunca era el apropiado o que las bandas eran en su mayoría amateurs.
Pero Guayaquil, a pesar de ser una ciudad más asociada a la música tropical, fue lugar de paso ineludible para muchísimos grupos de la escena latinoamericana y mundial. Porque nos visitaron Krueger (Venezuela), Disemburied (Panamá), Master (EE. UU.), Masacre, Hedor y Nameless (Colombia), Fleshless (Rep. Checa), Transmetal (México), que se presentaban en ocasiones ante miles de metaleros, otras tan solo para unas cuantas decenas, y compartían tablas con los representantes locales: Matanza, Incarnatus, Belfegor, Astaroth, Abismo Eterno, Misterio, Blasfemia, Flaman Excelsis, Nohimen.
Entre todas ellas, EXPRESIONES quiere destacar a Mortuorium, que si bien nació como un proyecto de black death, evolucionó e incluso llegó a experimentar con sonidos emocore más cercanos a grupos como Deftones, algo que se escucharía recién varios años después con el surgimiento del metalcore gringo. Unos adelantados a su tiempo. Lamentablemente, no dejaron un registro de sus temas, pero la banda ha vuelto a las tarimas, demostrando que perseverancia es la palabra clave.
El metal de la muerte está vivo
Otro mito que es aceptado como verdad es que 1998 fue el año que marcó el declive del género, porque entonces las principales disqueras del género empezaron a apostar por otros estilos. ¿Pero se puede hablar de declive de un estilo que para ese momento ya había adquirido un carácter planetario?
No solo que llegó a todos los rincones del mundo, sino que se combinó con otras corrientes, dando lugar a un sinnúmero de subgéneros, como brutal death, death metal melódico, gothic death, doom death, metalcore, cada uno con sus propios héroes.