Ocio

Brendan Fraser, sus hijos Leand y Holden Fraser y su pareja, la maquillista Jeanne Moore.
El actor junto a sus hijos Leand y Holden Fraser y la maquillista Jeanne Moore, pareja del actor desde 2009.CAROLINE BREHMAN//EFE

Brendan Fraser, un actor moderado y coherente

Aunque han pasado los años, el ganador a mejor actor muestra todavía residuos de juventud.

Lo recibimos aplaudiéndolo de pie, aunque yo pensase que el ganador debió ser Austin Butler por Elvis; pero a rey muerto, rey puesto.

Vi por primera vez a Brendan Fraser cuando triunfaba con George de la selva (1997), Dioses y monstruos (1998) y la trilogía de La Momia (1999, 2001, 2008). Al verlo tantos años después, acepto que las décadas no pasan en vano, para nadie.

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Fraser, por supuesto, no tiene la obesidad que presenta en La ballena (The whale), pero sí pasa las 200 libras. A sus 54 años, continúa mostrando residuos de juventud y mantiene su 1,91 metros de estatura. Su pelo castaño oscuro ya muestra canas. Al hablar exhala y jadea, tal como lo hace en el filme que le da el triunfo. Sus respuestas llegan moderadas, coherentes.

Daniel Moto, de American Digital, opina y pregunta: “Este es un minuto asombroso para usted y quisiera saber cómo se siente en este momento, ¿qué le significa ganar este premio?"

Fraser mira la estatuilla y sonríe mientras dice: “Es como si una gran luz se hubiese metido en mi cabeza y es… intensa, pesada. Opino que al finalizar la noche, uno de mis brazos estará más largo que el otro (por sostener el premio). También que debo encontrar trabajo y sentirme agradecido por el Óscar debido al grupo humano que debió (debimos) trabajar en el período del coronavirus y lo cuidadosos que debimos ser para evitar contagios. Evoco también todas las películas realizadas este año, porque todos vivíamos bajo la presión de no saber si existiría un mañana, un futuro”.

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Siento que es mi turno y elevo mi tarjeta numerada: “¿Qué lo llevó al rol?”. A lo que él responde: “Los actores somos como las polillas a la llama y Aronofsky me habló sobre la historia de un individuo que ha comido en demasía, que lo está matando, que se siente solitario y quisiera reconciliarse con su hija. Eso es lo que supe y por supuesto que me enseñó el libreto basado en una obra teatral que Darren vio en el 2012. Era un rol desafiante, había que crearlo físicamente, espiritualmente. Menos mal que estaba Adrien Morot, rey del maquillaje y quien acaba de ganar el Óscar”.

Se levanta una nueva tarjeta: “¿Qué tan satisfactorio ha sido para usted el otorgar vida a un personaje ‘queer’ como Charlie?”. “Charlie es algo más que un gay”, dice con aplomo Fraser. “Él es un padre, un educador y buscador de la verdad que cayó sin esperanzas, inconvenientemente, bajo la presión de un amor irreal, sublimado (…)”. El cuestionario sigue, yo me limito a escucharlo y guardarlo en la memoria.

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Es así como se observa al multiverso… ¡Santo cielo! Agradezco a la Academia este honor”, dice jadeante, lleno de emoción y con lágrimas que luchan por no salir de sus ojos. “Y esto lo extiendo al estudio, por realizar un filme tan osado. Al director Darren Aronofsky por echarme las redes que encierran toda una vida y ponerme en este navío que ostenta el título de La ballena. Aplaudo a mis compañeros de nominación, porque impusieron sus corazones y percibimos sus almas (…). Añado que únicamente las ballenas logran nadar en el talento que posee Hong Chau (la enfermera en la cinta). Comencé esta profesión hace 30 años y las cosas no me fueron fáciles (jadea), pero hubo una facilidad que en ese momento no aprecié, hasta que se detuvo. Y doy gracias a Dios por ello, porque sin este y el reparto que integra La ballena, no lo habría alcanzado. Ha sido como formar parte de una expedición submarina, en lo más profundo del océano, en el aire, en la superficie, en un lanzamiento que me permitió ver a gente que llena mi vida: mis hijos Holden, Leland y Griffin. Te quiero Griffy (…)”.