Brendan Fraser se culpaba por el autismo de su hijo
El diagnóstico llegó cuando el hoy joven de 20 años tenía solo 24 meses.
El nominado al Óscar como mejor actor por La ballena confesó en un programa de radio que cuando su hijo Griffin (20) fue diagnosticado con autismo, hace 18 años, se quedó “contrariado”. No sabía si habría cura, ni siquiera lo que ese diagnóstico significaba. “Fue como si me golpeasen con un bate de béisbol en la cabeza”, dice.
En su angustia y con la desesperación de no encontrar respuestas, consideró que podían ser sus genes. “¿Es por la hierba que fumé en la universidad?”, se preguntaba.
Pero el tiempo hizo su parte. Después de esa primera reacción, Fraser alcanzó la aceptación. “Aprendes rápido de que no había otra posibilidad”.
Lo que siguió luego fue un camino de reconciliación con su realidad. “Este niño tiene la mayor alegría que he visto jamás, y resulta que es mi hijo. Quiero saber qué piensa, que es tan increíblemente divertido durante todo el día, siempre se parte de risa. Le encanta ir de paseo en coche, no importa a dónde lo lleves”.
Fraser ha vuelto a sonar fuerte en el mundo de Hollywood tras su reciente nominación a los premios de la Academia. Su actuación en la cinta de Darren Aronofsky no ha pasado desapercibida ni para el público ni para la crítica. Así quedó demostrado tras la ovación que recibió de un público que lo aplaudió de pie durante seis minutos luego del estreno de la película en el Festival de Venecia.
La suya es vista como una historia de superación y valentía, con todos los ingredientes de una buena película: desde los abusos que sufrió en 2003 hasta la osadía para denunciarlos públicamente quince años después, con las consecuencias previstas: su alejamiento de Hollywood. A esto se suma el cuadro de depresión como consecuencia de todo aquello. Pero, una vez más, ha demostrado su fuerza interior.
