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Camino a la libertad
Camino a la libertad.Cortesía

'Camino a la libertad', un gran esfuerzo con grandes resultados

La cinta ecuatoriana retrata efectivamente la historia de aquellos patriotas que forjaron la independencia de Guayaquil.

La historia, basada en hechos reales, vierte la pasión, el coraje y la garra de hombres y mujeres que lucharon por la liberación de un futuro país. Complot lleno de estrategias, amores clandestinos e intrigas; el sueño de ver un próximo Ecuador libre y en la que Guayaquil fue su gestora.

Allí están Gregorio Escobedo (Efraín Rúales), León de Febres Cordero (Emmanuel Palomares), Anunciatta Gunfantti (Ana Karina Casanova), José de Villamil (Juan Carlos Román), Isabelita Morlás (Verónica Pinzón), José Joaquín de Olmedo (Fabo Doja), Ana Garaycoa de Villamil (Alejandra Paredes), así como personajes que se unieron a la gesta.

Veiky Valdez Lebreton ha captado lo imposible: un largometraje histórico ceñido a la verdad y cuyo épico final, apasionado e idílico, emocionará a todos quienes asistan a admirar este Camino a la libertad, producción ecuatoriana que se ha gestado, al igual que su historia… en Guayaquil.

La dirección artística, especialmente sus interiores, alcanza perfección. Las habitaciones están llenas de pinceladas que ilustran a saciedad el mundo en que vivían los guayaquileños de esos años 20. Las camas, los toldos, las palanganas, los sistemas de iluminación (cientos de velas en sus lámparas). Salones dadivosos en pinturas que siempre están dentro de un recuadro coherente a su ambiente decorativo.

Sorprende el vestuario, pues no siempre la industria nacional presta mejor servicio a este rubro fílmico. En 'Camino a libertad' sucede lo contrario… todo está perfectamente elaborado: los trajes de las damas han sido hechos con las más finas telas, los de los actores siguen la línea de la época y los cientos de uniformes jamás muestran otra cosa que no sea estampa de las pinturas que se conservan. Lo propio su armamento.

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Me preguntaba, antes de comenzar la proyección, cómo habrían solucionado dos problemas visuales: el Guayaquil de 1820 al 22 y la Batalla del Pichincha. Siempre era un riesgo el ‘acartonar’ al Puerto, ya que se caía en lo teatral, que en el cine luce falso. Veiky lo solucionó en forma inteligente: solo interiores, con mobiliario adecuado y balcones que permiten observar los navíos, sus velas y mástiles.

Las escenas al pie del río son únicas. Les impone tonos y una cierta bruma que hace de la secuencia un espejismo.

Pero no solo allí está el recurso de los efectos visuales; sobresale la de Isabelita Morán rezando al pie de su lecho, fotografiada con escasa luz, pero que al vérsela en pantalla, se convierte en imágenes irreales, donde el toldo genera un halo de grandeza espiritual. Y la más espectacular de todas: el baile en casa de los Villamil está en su apogeo mientras los independentistas -en otra habitación- intercambian ideas sobre la gesta de octubre.

La directora la transforma en acción paralela a través de imágenes transparentes que no solo se unen, sino que se mezclan cual figuras de cristal y cuyos movimientos en dos lugares muestran al unísono la seriedad del momento y la alegría de baile. Genial.

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La Batalla del Pichincha es caso aparte. Temía que esta se convirtiese en escaramuzas bien fotografiadas, bien montadas, nada más. Conozco los límites en nuestra industria, pero no, aquí hay una batalla: flamean las banderas, caen los heridos, la lucha cuerpo a cuerpo cobra sus víctimas, se escucha, se ve a los caballos galopando, caer, los muertos yacen, las peleas a bayoneta calada reclaman sus víctimas, es el infierno bélico en la faldas del Pichincha. 

Y mientras las escenas van surgiendo, aparece, ocasionalmente, el espíritu de la Patria narrando hechos, sentimientos y que, al agregarlo al estupendo final, deja al espectador anhelante y lleno de sentimientos patrios.

Las actuaciones son bravías, sobrias y la manifiesta virilidad de las secuencias se enaltece, porque han sido dirigidas por una mujer que generalmente huye de la violencia. 

Entre los actores destaca Juan Carlos Román en su papel de Villamil: su voz va al unísono con sus gestos faciales, con sus ademanes, con su expresión corporal le otorga verismo a su rol. Fabo Doja, acertado, a más de su semejanza física con el gran Olmedo. 

Efraín Ruales demuestra que pudo haber llegado muy alto en la industria cinematográfica nacional, pero así no lo quiso el destino. Ana Karina Casanova sorprende porque, tras su belleza, la cámara le otorga un erotismo poco usual y eso permite que sus escenas resulten verdaderamente apasionadas.

La fotografía es perfecta, buen uso de los colores. La música (de David Harutyunyan) no puede estar mejor debido a su perfección y al hecho que germina en los momentos culminantes de todas y cada una de las secuencias, fundamentalmente en la batalla histórica, donde las notas parecen haber sido impuestas en forma individual, pues la sincronización es radiante.

Espero que el público vaya a verla masivamente. Se trata de nuestra historia narrada a través de un Camino que la deja expuesta. El guion olvida textos comunes y manipulativos, a estos los ha arrancado y convertido en páginas que elevan la bandera de la autenticidad.