Crítica: Días perfectos, ¿por qué verla?
Es un gran filme, poderoso como Los que se quedan, pero con más afecto y un análisis más profundo sobre quienes aprenden vivir en paz consigo mismo
El alba ha llegado y, por lo tanto, el día ha comenzado para Hirayama (Kōji Yakusho, Memorias de una geisha, 2005; Babel, 2006). Vive un ritual previamente establecido que sobresale al poner en la furgoneta la cinta con sus canciones favoritas, Días perfectos (de Lou Reed) entre ellas y la cual da título al filme.
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Hirayama trabaja limpiando letrinas en Tokio. Al margen de su tiempo, el japonés de mediana edad encuentra espacio para imbuirse en sus hobbies que, además de la música, preserva: la lectura y la fotografía. Su rutina se trastornará al llegar Niko (Arisa Nakano), su sobrina, que ha fugado del hogar. Ese inesperado encuentro alumbrará las sombras de un pasado que él creía haber superado.
He aquí una obra maestra del alemán Wim Wenders (París, Texas, 1984), cuyo cine es muestrario de su gramática cinematográfica y de su identidad visual que surge, perennemente, con excelencia.
Esta es la clase de largometrajes que los distribuidores deberían promover con la misma acuciosidad que despliegan para sus populares filmes. Y es una lástima que la estrenen sin comentario alguno y de ello doy un ejemplo: Kōji Yakusho, con esta película, fue elegido el mejor actor del año (2023), en el Festival de Cannes y representó a Japón en el Óscar de aquel año. Sobre esto nadie dice nada.
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Dicho esto, sigo. Wenders muestra con pormenores lo bonita que puede ser la vida, pero muchísimas personas, en su diario vivir, no lo perciben y dejan que esa belleza se vaporice.
En el caso del personaje principal del filme, no sucede así: Hirayama se da tiempo para buscar libros, para fotografiar árboles y dejar frente a los ojos del espectador, a través del follaje y los rayos del astro rey, su propio bienestar y exponiendo ese juego de luces y sombras que, en el fondo, es la magia del séptimo arte. Y justamente por ello, la dirección de Wenders y la actuación magistral de Yakusho asientan el hecho de por qué vamos al cine.
Hirayama está feliz con su trabajo, limpia los servicios higiénicos, los contempla. Y, claro, no deben olvidar los cinéfilos que esos lugares, los Tokio Toilettes, son diseñados con toda la elegancia urbana que sus arquitectos crean. No vayan a pensar que son lugares pestilentes, aunque “luego se contaminen”.
La música, la banda sonora, están llenas de rock y la cinematografía muestra los sentimientos de los protagonistas.
Sin embargo, lo más valioso de este estreno es la actuación camaleónica de Yakusho, quien utiliza hábilmente su brillo actoral a través de tomas que siempre están cercanas al primer plano, que muestra el alma de un buen ser humano para generar la sensación de que sabemos quién es el personaje. Lo sentimos como al amigo que nos relata sus contrariedades. Entonces vemos balancear su rostro y, cuando sonríe, no lo hace con el gesto usual, sino que representa aquel sentir con la sonrisa que impone a su mirada.
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La toma final, cuando finiquita la película, es genial.
No deje de ver la película. Es un gran filme, tan poderoso como Los que se quedan. Solo que a esta le han añadido más afecto y un análisis más profundo sobre las personas que saben encontrar las satisfacciones que acarrea el vivir en paz consigo mismo.
Calificación: * * * * *
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