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Exhibición. Se observa a una de las salas del museo de Filadelfia con obras de Rousseau, Courbet o Renoir.EFE

El primer centenario de un histórico museo de EE. UU. para aprender a mirar el arte

La reserva se encuentra en la ciudad de Filadelfia. Su creador fue un investigador químico

Filadelfia es conocida por ser la cuna de la democracia estadounidense y albergar importantes monumentos y centros culturales, pero cuenta también con joyas no tan conocidas como la Fundación Barnes: un museo creado para aprender a mirar el arte.

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  • Es una de las colecciones de arte más importantes del este de EE. UU., que Barnes comenzó en 1912 cuando encomendó a su amigo y artista William Glackens, las primeras compras de pinturas en París.

El artífice de esta colección que acaba de cumplir cien años fue el médico Albert Coombs Barnes, que hizo su fortuna inventando, junto al alemán Hermann Hille, el argyrol, el medicamento utilizado para tratar la gonorrea. Pero Barnes pasará a la historia no tanto por ese fármaco, sino por aprovechar las ganancias que le reportó para crear una de las principales colecciones privadas de arte moderno del mundo y concebir un museo que invita a pensar, a disfrutar el arte sin necesidad de conocerlo y a conocerlo sin tener que estudiarlo.

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La filosofía: una mirada democrática del arte. El método: colgando las obras en conjuntos sin un orden histórico o estilístico aparente que conforma, en realidad, muchas simetrías. En la avenida de Benjamin Franklin, donde se encuentran los principales museos de la ciudad, se erige la sede actual de la Fundación Barnes.

  • En 1922 establecía la Fundación, en la que el médico y filántropo implantó las teorías de su amigo y mentor John Dewey, el filósofo estadounidense defensor de la educación experimental, del "aprender haciendo", como fórmula para la transformación social y la democratización.

Una invitación que queda clara en el interior del museo, donde cada sala replica la colocación de las obras tal y como la concibió el propio Barnes en la sede original, situada a las afueras de Filadelfia -y cuyo traslado en su momento no estuvo exento de polémica-.

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Nada más entrar está claro que este no es un museo normal y que no se trata de conocer al autor de una obra o el año en que se realizó, datos que no aparecen, como es habitual, junto a cada pieza. Se trata de vivir y disfrutar lo que se está viendo.

“La idea es enseñar a la gente a pensar por sí misma y que cada uno tenga su propia experiencia” y “sus propias ideas” sobre las obras y la forma en que se han colocado, dice la curadora Cindy Kang en un recorrido por el museo.

Aunque la mayor parte de la colección la conforman obras de arte moderno, hay muchas otras piezas más, desde muebles, arte decorativo europeo y americano, esculturas africanas, máscaras, manuscritos medievales o una vasta colección de hierro forjado. Como comenta Tim Gierschick, preparador del museo, habitualmente la pintura colocada en medio de cada pared es el centro sobre el que gira el resto del conjunto y la que le da sentido.

Un ejemplo es el conjunto que preside el cuadro de Rousseau “Exploradores atacados por un tigre” y en la que a cada lado se van colocando obras que encuentran su similar en el lado contrario.

  • Custodio. El museo de Filadelfia tiene en reserva 181 obras de Renoir -la colección privada de este artista mayor del mundo-, 69 de Cézanne, 59 de Matisse o 46 de Picasso, entre muchas otras.