Cultura

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Taller. Está ubicado en Coronel Tálbot y Mariscal Sucre. Ahí exhibe parte de su trabajo.Jaime Marín / Expreso

Un artista de las filigranas y en el repujado del latón

Las láminas metálicas sirven de lienzo a Carlos Burgos a la hora de crear figuras. Este artesano lleva 60 años en el oficio.  Su arte es muy apreciado

Carlos Bustos Fernández, de 85 años, es un hombre que con sus manos plasma lo que su mente diseña y colorea. El cuencano lleva 60 años creando dibujos en alto y bajo relieve en láminas de latón, bronce, aluminio y plata. Es un arte manual con el que se crean bosquejos o diseños decorativos utilizando la técnica del repujado tradicional: hundiendo o elevando los rasgos de la figura en la lámina de metal, para formar colibríes, soles, lunas, rostros, paisajes y todo cuanto nace de su ingenio.

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Todos sus cuadros son artísticos, dice el azuayo, de cabello blanco, contextura delgada y ojos vivaces, mientras con sus arrugadas manos, por el paso de los años, y sobre una vieja mesa de madera, hundía un punzón sobre un trozo de aluminio para delinear unas hojas, parecidas a las de un árbol.

La mesa, muy antigua, sencilla y artesanal, está colocada al fondo de un cuarto que constituye el espacio o taller donde Carlos se inspira para hacer magia con los metales desde cuando tenía 25 años; es decir, desde cuando decidió elaborar elementos decorativos.

El taller no es más que una habitación de dos metros de ancho por uno cincuenta de largo. Está en la planta baja y hacia la calle de una casa de dos pisos.

Una edificación que está pintada de verde, color como el de la hierba fresca, las hojas de los árboles o la esmeralda, en cuyo interior, lucen más de un centenar de cuadros repujados por habilidad y destreza de Carlos.

Son obras mágicas y de todos los portes y colores, que coquetean y enamoran, y hasta seducen a quien o a quienes visitan al artesano para comprar o contratar sus trabajos.

Las herramientas que utiliza el artista, fueron elaboradas por él, y van desde punzones hasta rodillos, pasando por clavos y martillos, con los cuales poco a poco va dando forma a sus trabajos, en la paz de su taller ubicado en las inmediaciones del Museo de Arte Moderno, al oste de Cuenca y cerca del parque de San Sebastián.

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Cuidado. Carlos Burgos es muy cuidadoso y creativo. Es por eso que su arte es muy considerado en Cuenca.Jaime Marín / Expreso

El artesano dice que su padre y hermano mayor eran hojalateros, oficio con el que utilizando el latón elaboraban antiguamente cantarillas para llevar leche, regaderas para jardines y conductos que se colocan en las viviendas para recoger el agua lluvia y conducir hacia los ductos del alcantarillado. Pero ese oficio, no le atrajo.

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Prefirió entonces trabajar con el latón, pero incursionando en el área artística mediante el repujado. Recuerda que su maestro fue el artista Édgar Carrasco, con quien aprendió a realizar cuadros, hundiendo y elevando el metal sobre una mesa de brea, un material dúctil que le facilitaba marcar los rasgos sobre la plancha metálica.

Pero esa técnica tampoco le “gustó mucho. Pues permitía solo hacer ciertos trabajos repetitivos”, aduce Bustos, al señalar que ello le motivó a buscar otras técnicas que las fue experimentando hasta llegar a sentirse cómodo, creando y formando un abanico de formas y diseños.

Para capacitarse mejor, adquirió un libro que, según recuerda, se llama ‘Manual de la ornamentación’, que recoge testimonios, técnicas y experiencias de antiguos y modernos artesanos, tanto del país y como del exterior, pero la obra no le fue de gran utilidad.

Enamorado del oficio, dice que al final, prevaleció su propio ingenio y buen gusto, para producir marcos de espejos, candelabros, faroles, lámparas, baúles, máscaras, figuras de gallos y dibujos animados, entre otros elementos, que forman su larga lista productiva.

Un taller que impresiona al turista

Los principales clientes de Carlos Bustos Fernández son los turistas nacionales y extranjeros que visitan Cuenca y se maravillan de la sutileza con la que a sus 85 años sigue creando y produciendo arte sobre el latón, bronce, aluminio y plata. Descubrir aquel pequeño local implica una agradable sorpresa en la capital azuaya. Todo ahí dentro parece haberse detenido en el tiempo: la mesa de trabajo, las herramientas, los recortes de periódicos antiguos, las verdes paredes que contrastan con los coloridos objetos que en ellas cuelgan y hasta el rostro amable de este admirable artesano, cuya habilidad y destreza manual van de la mano con su gran creatividad. Su labor implica una ejecución que se debe realizar con suma paciencia y prolijidad.