Dejar la esclavitud de la pelota

La primera jornada de competiciones en las Olimpiadas tuvo un protagonista impredecible: el VAR. Durante el partido entre las selecciones de Argentina y Marruecos hubo siete invasiones de campo.

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Sólo el recurso tecnológico que asiste al árbitro (Video Assistant Referee) sobrepasó el estrépito de dos horas de suspensión del partido que puso a los jugadores en los camerinos de Saint-Étienne. Luego de la reanudación, el gol de Cristian Medina fue anulado y el marcador fue de 1-2. Incrédulo, el exjugador y seleccionador argentino Javier Mascherano soltó una frase que completaba la sorpresa del momento: “Es el circo más grande que vi en mi vida”.

“En esta sociedad del espectáculo, el streamer es una estrella que encandila; pero el fútbol seguirá alojando relatos ficcionales, como cualquier tipo de fenómeno masivo”, sostiene el investigador Gonzalo Andrés Carvajal (Quito, 1984), autor del libro ‘El sentido del juego: La transformación de los personajes en cuentos de fútbol’. Ese ensayo literario apareció mientras se avecinaban los partidos de la eliminatoria mundialista, cuenta desde su actual residencia, en Riobamba, este hincha de Liga y profesor universitario.

Carvajal pone en contexto lo lúdico y analiza lo narrativo de seis cuentos en que se distinguen los personajes derrotados. Seleccionó a los uruguayos Horacio Quiroga y Mario Benedetti, a la dupla boliviana Alfonso Gumucio y Carlos D. Mesa, al chileno Fernando Alegría, al ecuatoriano Paul Hermann y al argentino Eduardo Sacheri.

Sobre los personajes inventados por Benedetti, Alegría y Hermann, “su característica común es la gloria perdida o la búsqueda de la gloria”, argumenta Carvajal. La gloria “solo se consigue en el involucramiento en el juego, en su entrega y aceptación de totalidad, donde pueden encontrar su libertad en el gozo instantáneo, en el placer de ser otro”.

Ese placer no tiene tanto que ver con el profesionalismo tan contaminado de discursos políticos. En ‘Outsider’ (2006), Hermann sostiene el ritmo de un adolorido jugador que, luego de jugar un partido en el estadio de La Ferroviaria, va en busca de su padre, irredento bebedor que ha salido de casa “con el pretexto de ir a comprar una cocacola”. Carvajal, siempre con las jugadas descritas en mente, se da cuenta de que se sostienen gracias a la etopeya. Hay rasgos del carácter, también costumbres que hacen rebotar al ser humano entre vicios y virtudes. “Se entremezclan la jerga futbolística, los lugares comunes y los extranjerismos”, concluirá con la soltura de quien ha descubierto un subgénero.

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“La distinción con el fracaso es que en este el sujeto no se permite transgredir la vida propia; mientras que en la derrota hay la posibilidad de transgresión, rebeldía ante la impavidez frente a lo cotidiano, aunque efímero, y que es a donde nos transporta el juego”, explica. En el plano social, la protesta, la crítica, nos acercaría a esa posibilidad.

‘Juan Polti, Half-back’ (1918) de Quiroga tiene la etiqueta de ser el primer cuento futbolero de la historia americana. Es también un cuento en el que se recogen las palabras del jugador Abdón Porte, del Club Nacional de Football, que se suicidó en plena cancha. Quiroga fue pionero en “usar las metáforas zoomórficas, llamarle bicho o pulga a un jugador”.

La televisión es esclava de la pelota, escribió David Foster Wallace mientras graficaba lo apolíneo (Federer) y dionisíaco (Nadal) del tenis. Por fuera de esa esclavitud, en las historias, están las posibilidades literarias del fútbol, concluye Carvajal.

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