Delfina y Pedro, últimos tejedores de ponchos
Una pareja fabrica en Quero una de las prendas símbolos del mundo andino. La principal material prima es lana de borrego
Hace 50 años, la familia Grijalva-López era un referente en la confección de ponchos y cobijas en lana de borrego, parte importante en la vestimenta en la región andina, en especial en quienes habitan en zonas más altas o páramo. Llegaban a separar turnos para que les hicieran las prendas, hasta el barrio San Vicente en el cantón Quero (Tungurahua).
En ese tiempo, Segundo Grijalva y Rosario López transformaban la lana en diferentes modelos de ponchos y cobijas. De ese hogar nació Delfina, quien ahora, a sus 86 años, junto a su esposo Pedro Grijalva, de 89, se han convertido en los últimos artesanos del poncho confeccionado de manera artesanal de este sector.
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Leer másCon ellos morirá el legado, ya que sus hijos no siguieron sus pasos. Delfina menciona que le enseñó a su esposo a tener mayor habilidad, ya que sabía, pero le faltaba pulir detalles a la hora de armar las dos capas de la vestimenta.
Delfina aprendió observando a su padre, de quien también heredó el amor por este arte. En su casa todos compartían tareas cuando llegaban los pedidos, pero ella aprendió cada proceso: desde el hilado, la mezcla de colores y elaborar los ponchos y las cobijas. Cuando se casó, pasó sus conocimientos a su esposo, quien perfeccionó la forma de elaborar la prenda, contó la mujer, quien siempre responde con tono dulce y una sonrisa. Sus hijos han preferido realizar otras tareas, porque este trabajo requiere de mucha paciencia y entrega y en la actualidad hay poco ingreso.
Con el tiempo y la modernidad ya pocos prefieren un buen poncho de lana. Delfina contó que anteriormente les llegaban hasta 30 pedidos, en la actualidad, hay meses que reciben máximo cinco. Otros ninguno.
Ellos dedican a cada prenda al menos una semana. La lana de borrego la consiguen en Guano, donde venden de buena calidad. Después van a buscar las semillas en el campo para teñirla, la secan, pasan la urdida, que es colocar cada hijo en el telar y después empieza el proceso de darle forma.
El poncho es más que una prenda, refleja una forma de ser y estar con la naturaleza y con las historias de las manos que lo tejen.
Las herramientas que utilizan son artesanales y la mayoría son heredadas de sus padres. Pedro dice que cada prenda, ya sean ponchos o cobijas, puede durar muchos años. Ellos se elaboraron una cobija en lana de borrego hace 10 años y aún está intacta.
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Leer másCuando no tienen pedidos, se dedican a las tareas del campo. Pedro es el encargado de recoger hierbas para los cuyes y también siembra y cosecha sus legumbres y hortalizas. Mientras que Delfina se encarga de las tareas del hogar y también a cuidar de sus aves de corral. Pedro sostuvo que los dos han dedicado su vida a los ponchos, actividad que les hubiese gustado que sus hijos la continúen.
El ropaje de los incas y panzaleos
Para el historiador Víctor Hugo Navas, el poncho es una vestimenta ancestral y a la vez contemporánea que atraviesa fronteras y el tiempo. “Lo utilizaron los incas, los panzaleos y los otros aborígenes que poblaron nuestros territorios. Desde la antigüedad ha sido un objeto preciado. Lo tejieron las mujeres para quienes iban a la guerra de la Independencia y es una imagen que siempre se asocia con los indígenas, los chagras y la gente del campo en la zona andina”, expresa este investigador.