Efraín Villacís: Escribir implica protestar
El autor quiteño presentó ‘Parque Inglés’, un libro híbrido que da vida a su retorno a la ciudad
La hora de la penumbra se adelantó el miércoles pasado, sobre el Parque Inglés. O eso parecía. Los incendios forestales de los alrededores en Quito hicieron que la tarde tuviera un tono más oscuro del habitual. El nombre de ese parque es también el título de la más reciente obra del escritor Efraín Villacís (Quito, 1966) Que se sitúa en ese lugar para describirlo en fragmentos que son capítulos, como el titulado “Muertos de risa” en el que se pregunta: ¿A quién le doy una moneda, a quien a mí se me ocurra?
“A esa mujer que habría podido ser mi madre, con fuerza en el andar, y tiento en el hablar: sus modos se bifurcan entre provocar lástima y un intercambio –continúa entre varios personajes de paso el autor–. Ese que amedrenta desde la suciedad y el vicio, invocando la compasión que exhiben estos tiempos urgidos de heroísmo, nacidos en la carencia, la estupidez y la trampa”.
Chile y un ladrón de autoficción
Leer másLos títulos iniciales para esta obra fueron ‘Balada para no morirme’, ‘Canciones atonales’, ha contado Villacís. Fue durante una estadía suya en el Alto Pujilí, sobre los 3.500 metros, en que empezó a incubar la intención de conformar el libro, cuya escritura tomó tres años, que atravesaron las derivas de la pandemia. El caminante, el observador de balcón, el paseador de su perro consolidó sus recuerdos sobre sus tres intereses esenciales: el ser humano, la capacidad de sorprenderse y el lenguaje.
Un bosque sin bruma
‘Parque Inglés’ “nos presenta escenas que buscan brillar en su propia inmanencia, sin articularse a una teología narrativa propia de la novela o del cuento; se trata más bien de viñetas o prosas poéticas con un acotado hilo narrativo que nos lanzan a la mirada, como un flâneur o voyeur, hacia el recorrido especulativo del ojo”, ha descrito Juan José Rodinás (Ambato, 1979). “El recorrido de un ojo atento desenlaza una realidad, quiteña acaso, que a su vez es postal barroca y murmullo delicado”.
En el “Estudio crítico” –escrito por Eduardo Varas (Guayaquil, 1979) para UDLA Ediciones– se refuerza esa idea de la voz narradora de estas piezas poéticas, que conforman un “diorama, crónica, diario de insomnio” como si se tratara de L. B. “Jeff” Jefferies de Alfred Hitchcock en ‘La ventana indiscreta’ (1954): “Una voz que lo mira todo a través de un artefacto con el objetivo de capturar cada detalle, para así evitar una tragedia; en este caso, la tragedia sería la no existencia, porque nada existe si no está la palabra para enunciarlo”, ensaya Varas.
En “Vestida para un safari”, como en otros capítulos, aparecen los colores de valoraciones y sentidos activados por la música actual. Y clásica, como el concierto para piano (de la coronación) n.° 26, K. 537, de W. A. Mozart. Resuenan las Partitas de J. S. Bach, composiciones de Morricone, canciones de Tormenta, Leonardo Fabio, Julio Jaramillo o cantos en kichwa que acompañaron la escritura.
Efraín Villacís
Villacís recuerda de Gabriela Ponce (Quito, 1977) que “incluso cuando uno escribe un diario íntimo, personal que nadie debería leer, se piensa en un posible lector, un escucha para quien trabaja el tono, ritmo, música del texto” Ese cúmulo de búsquedas sin método concreto es lo que dio unidad y sentido a todo.
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En “Canciones”, el autor confiesa que hay una de estas en cada pedazo de sus emociones. Atadas al fuego de cada día, temblando con la vigilia del imaginario. Hay una confrontación del vacío a través de elementos que transitan para resquebrajar lo cotidiano, como la silueta de un guardia, recortada en la calle: “espantapájaros en un paraíso vaciado de ángeles caídos”.
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