Francisco Santana: “Guayaquil es esa ciudad indolente donde los políticos hablaban de la Aerovía mientras la gente se moría en la calle”
El escritor habla sobre el libro de relatos 'La piel es un veneno', su exilio pandémico y sobre escribir en medio de la incertidumbre.
Son las 10:00. En la esquina de Gaspar de Carvajal y Aldana, con su característico 'look' de rastas y pantaloneta, espera el escritor y cronista Francisco Santana. En los cuatro meses que lleva en Quito, un exilio accidental provocado por la pandemia de coronavirus, se ha aclimatado al frio capitalino.
“¡Habla!” grita a manera de saludo desde la puerta de la casa del poeta Andrés Villalba, donde se refugió mientras pasaba el cataclismo que ha dejado 9.038 fallecidos entre decesos oficiales y sospechados.
Estamos aquí para conversar sobre 'La piel es un veneno', obra de relatos y segunda entrega de una trilogía que empezó con la polémica y popular 'Historia sucia de Guayaquil'. El libro, lanzado en 2012, se convirtió en uno de los emblemas de la narrativa contemporánea de la ciudad, llevando al lector a través del 'lado b' de la ciudad puerto, sus bares, su violencia y los amores del protagonista, tan fallidos como la ciudad misma.
Ya en 2012 hablaste sobre esta nueva obra, como una continuación de un diálogo que mantienes con y sobre la ciudad. Sin embargo, ‘La piel es un veneno’ es distinto a ‘Historia sucia de Guayaquil’, más reflexivo, más nostálgico. ¿Cómo surgieron estos relatos?
Cuando escribí ‘Historia Sucia de Guayaquil’, yo tenía un plan. La idea era que fuera un libro grande, pero mi editora, María Paulina Briones me aconsejo partirlo, entonces en la edición hubo cuentos que se fueron quedando porque quería que ese libro tuviera cierta cohesión, que dijera algo. Es un libro violento, que busca llamar la atención. ‘La piel es un veneno’ es la continuación, y si bien hay historias de esa época, el protagonista evoluciona, madura un poco y se nota, porque hay una transición. Es el caso con todos nosotros, cambiamos con los años.
También es una obra política, frontal con las asperezas de Guayaquil, o en este caso de Guayami, un aspecto distinto a los relatos previos. ¿Es necesario hablar de política cuando se habla de una ciudad, o de esta ciudad?
No creo que el arte sea esencialmente político, pero sí creo que es imposible desligarte de esa condición. Guayaquil, en este caso Guayami, es una ciudad que te hace mierda en muchos aspectos y no puedes desligarte de eso ni serle indiferente. Eso lo puedes abordar de distintas forma, pero yo elegí lo político, porque no se puede ser indiferente frente a la agresión que es Guayaquil. Dos generaciones han estado sometidas al mismo partido político que dirige la ciudad, y muy poco se cuestiona las decisiones que han tomado y lo que han hecho de ella. Como escritor no me puedo mantener al margen.
¿Por eso la obra arranca con un relato que menciona brevemente el feriado bancario?
Algo así. Es un truco que sirve para narrar, pero también era un buen sitio para empezar, porque el feriado bancario partió al país en dos. Es curioso, porque creo que desde ahí, desde ese momento, la ciudad empezó a convertirse en otra cosa, la gente a convertirse en otra cosa. A mí me tocó vivirlo desde España, y la reflexión que hice era: ¿cuándo hemos sido un país realmente? ¿Cuándo hemos sido un país unido persiguiendo un mismo fin? Eso no existe. Este es un país que te anula, que te expulsa. Es la gente que se queda sin nada la que se va, y te quedas sin país porque quienes lo construyen, ya no están. Y acá te dejo otra reflexión: es justo por eso que las modas de fuera funcionan tan bien en Guayaquil, porque es una ciudad que no tiene una identidad.
Es curioso que hablemos de este país, de esta ciudad fallida, cuando nos encontramos en medio de una nueva hecatombe. Viviste la peor parte desde Quito. ¿Guayami se comportó acorde a tus expectativas?
(Ríe) No sé si acorde a mis expectativas, pero se comprobó mis hipótesis. Guayaquil es esa ciudad indolente donde se hablaba de la Aerovía mientras la gente moría en la calle, y una vez que se superó la peor parte, aquí no pasó nada.
¿No ansías volver? Porque pese a todo, es la ciudad sobre la que escribes…
A ver… La ciudad es una marca en mi vida y sí, la he tratado de poner en el mapa literario, no lo niego. No voy a escribir sobre Nueva York o París, eso lo hacen otros. Pero siento que para contar Guayaquil se necesita una distancia crítica. Para poder observarla y contarla. Porque cuando estas metido en el bosque solo ves los árboles alrededor. Allá están mis hijos, amigos muy queridos, entonces claro que iré. ¿Pero prisa por volver? Ninguna.
Otra diferencia clave entre ‘La piel es un veneno’ y ‘Historia sucia de Guayaquil’ es el desarrollo de los personajes femeninos. En los primeros relatos, las mujeres eran…digamos que decorativas. En esta nueva obra hay voces fuertes, prioritarias. ¿Se trata de una reflexión desde el autor o desde el protagonista?
En este momento es imposible estar al margen, minimizar lo que las mujeres han hecho a través de la historia, o los problemas a los que se enfrentan. Hacerlo es una necedad. ¿Cómo no van a decir cosas importantes las mujeres? ¿Cómo vas a ignorar el discurso de la mitad de la población?
No soy quien era a los veinte años, pero tampoco soy feminista. Lucho todos los días contra mi educación machista y recalcitrante. Quizás nunca lo logre, pero hay que intentarlo.
Aún falta la tercera obra de esta trilogía. ‘Cómo te ha tratado la cuarentena? ¿Has avanzado con ese proyecto?
Admiro a la gente que se puede abstraer. Que me den la receta. Para mí, al menos, ha sido complicado. No estoy tranquilo ni sosegado. ¿Cómo te puedes poner a leer con lo que está pasando? No he escrito ni una línea en tres meses. Cosas pequeñas sí. Amigos muy cercanos fallecieron con el covid. A veces no quiero hacer nada. Y tampoco creo que salgamos “fortalecidos” de esto, o que salgamos "mejores". Peores quizás. Finalmente, lo único que vale en esta época es sobrevivir.