Cultura

María Sonia Cristoff, escritora argentina.
María Sonia Cristoff, escritora argentina.Cortesía

Un liberador devenir animal

En ‘Derroche’, la reciente novela de la argentina  María Sonia Cristoff  

Vita es una vieja anarquista que aparece como espectro en las cartas que ha dejado para Lucrecia, su sobrina nieta. Y en los susurros, recuerdos-aprendizaje, de Bardo, un chancho salvaje. Son las voces y presencias de la novela ‘Derroche’, de la escritora María Sonia Cristoff (Trelew, 1965).

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En la Patagonia de inicios del siglo XX, recordaba la autora, había muchos anarquistas. La historia es una suerte de bomba que termina de detonar con Bardo, el personaje que lleva el nombre que en el lunfardo (slang, jerga) porteño se usa para hablar del lío, barrullo.

“Una de las líneas que atraviesa los diferentes relatos, historias de Derroche tiene que ver con una crítica al progreso, a la acumulación del dinero”, reseñaba la crítica literaria Alicia Ortega Caicedo hace unas semanas. “Alrededor de esa crítica hay una defensa a la libertad, a las ganas, al goce”, le decía a la autora en una entrevista pública, en Quito.

La ficción surgió de un sentimiento que prevalece contra el ‘deber ser’ (representado en Lucre): “¿Cómo, de mi corazón sencillo y palpitante, puedo escribo algo contra el trabajo?”, fue la pregunta que Cristoff se hizo, como quien extiende una mecha sobre el camino. “Tengo alma anarquista, ligada a ese abuelo del que hablo en (mi novela) ‘Falsa calma”, contó.

En ese libro –que lleva el subtítulo “Un recorrido por los pueblos fantasmas de la Patagonia”– hay un preámbulo que concluye así: “Sentada ahí, casi sin preguntar ni moverme, sin hacer ningún esfuerzo, me convertí en una especie de pararrayos, de antena receptora. Los cuentos llegaban a mí, la atmósfera actuaba de ventrílocua”.

El aislamiento está presente en todo lo que había encontrado escrito acerca de la Patagonia, ha concluido la autora. Esa cualidad –la de lo “fantasmal” que “no implica el vacío”– hacía de esa región “un espacio trastocado por alguna lógica pesadillesca en el que yo caminaría y caminaría sin dejar de estar siempre en el mismo lugar”.

Las intuiciones llegan a través de ese merodeo pampeano. Como es un “gran coto de caza”, hay matanza de jabalíes y, a veces, las crías quedan solas, abandonadas. Vita encuentra una y lo cría. Lo nombra. Le susurra, como contará Bardo en su Crónica de viaje. Las voces que le llegan a Lucre, en cambio, transitan por cartas, diálogos teatrales, correos electrónicos, cancioneros anarquistas y hasta proclamas barrocas que pretenden hacerle despertar. Acaso enseñarle a descifrar lo que traman sus captores-empleadores.

Un día –en su regreso al pueblo de Vita, en busca de la herencia–, Lucrecia llegará a un concierto de rock en un taller mecánico. No es una escena naturalista, que refleje cómo son los recitales de provincia, le decía Cristoff a Ortega: “Está pensado como los conciertos de los setenta en Inglaterra, en mi cabeza me acordaba de Joy Division”, al escribirlo.

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Gruñidos. Aullidos. Balbuceos. Voces. Entre los sonidos que hacen los jabalíes, la autora de ‘Derroche’ encontró unas quince formas. “Los linyeras fueron trabajadores temporarios que, a inicios del siglo XX, eran anarquistas. Uno escribió un libro y dejó un glosario que usé para los dichos de Bardo”. Su banda, que parece una del Manchester de los ochenta, que él abandona decidido, se llama Más Chancho Serás Vos porque también hay juegos de palabras.

“¿Quién puede encarnar la utopía? El animal”, vuelve Cristoff sobre sus pasos. En ‘Desubicados’ (Laurel Editores, 2021), su narradora, echada como una lagartija en un banco del zoológico, se entrega a la voz de jirafas mudas, hipopótamos risueños o elefantes que hacen justicia por mano propia.

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