Cultura

Mónica Ojeda
Personaje.- La escritora Mónica Ojeda.Cortesía

Música y poesía entre volcanes

En la novela de Mónica Ojeda, una mujer busca, entre visiones colectivas, a un padre que no termina de domesticar el entorno

La vida de los volcanes es la materia de la que está hecha la más reciente novela de la escritora Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988). Es la más musical de sus obras: se puede leer como se lee la poesía. Y también la más andina: un “rayo durmiente” es guardado -dicen los chagras- por el árbol que se encenderá espontáneamente.

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La chispa en ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ (Random House, 2024) fue un festival que se hizo en 1999 (Rock desde el volcán Pululahua) y que la autora investigó de forma obsesiva. Sin embargo, la historia no está situada en ese cráter. Aparece en las faldas del Chimborazo, en un futuro muy presente.

El Festival Ruido Solar cumple su quinta edición en el año 5550 del calendario andino, dentro de uno 27 años. El viaje, con sus días y noches de caminata, trance y delirio también tiene sus silencios. El de Noa, que recuerda a Nietzsche (“el oído es el órgano del miedo”) y el de su padre, Ernesto, que una década antes ha escrito en sus “Cuadernos del bosque alto” el diario de su propio viaje.

Biografía de Mónica OjedaEs autora de las novelas ‘La Desfiguración Silva’, ‘Nefando’ y ‘Mandíbula’. En el libro ‘Las Voladoras’ empezó a explorar el mundo andino a través de los cuentos ‘Soroche’, ‘Terremoto’ y ‘El mundo de arriba y el mundo de abajo’; también en ‘Inti Raymi’, incluido en la antología de Granta publicada en 2021.

“Cazo porque la presa es digna”, escribió Ernesto en una casa junto a su perro Sansón. Allí están las treinta ocho naturalizaciones que heredó de una misteriosa taxidermista. “En la presa está Dios, el cazador y mi madre”, sigue escribiendo mientras prepara el recibimiento de su hija, a quien recuerda de niña.

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“Uno encuentra una similitud en la hoguera vecina, una cadencia, un ritmo, un golpe. Y en esa repetición hay un ejercicio de sacarle un cierto jugo al pensamiento, tratar de ver algo en ese fuego”, explica la autora desde Madrid, ciudad en la que vive y da clases desde hace seis años. “La escritura o la estructura de un libro es la creación de un cuerpo textual que está atravesado por intensidades”.

En el abismo que la separa de sus personajes surgió un puente a través de lecturas que llenaron sus cuerpos de fuego. “Me metí en él (Ernesto, el padre de Noa), un poco como hacen los actores, y en ese ejercicio de transmutación de la personalidad logré despojarme de mí como escritora, pero también conectar en un sentido íntimo, muy personal con su experiencia”.

Me sorprende la añoranza que tienen algunos guayaquileños de que ‘antes estábamos bien’. Esa es una ceguera absoluta: nunca lo hemos estado, lo que pasa es que hemos ido a peor, y eso se escribe.

Mónica Ojeda

Escritora

El resultado es una sensibilidad poética con el bosque, con lo animal, con la vida, con la muerte cuya forma contiene una suerte de “desnudez, a veces flagelante, con respecto a la propia culpa y a la imposibilidad de amar a quienes te aman o a quienes te necesitan”, comenta Mónica.

Un calor que se aviva

Nicole, la amiga y acompañante fiel de Noa, también verá sus miedos expuestos durante su viaje en la novela. Pero volver a casa no será encontrar la paz. El Guayaquil de estas veinteañeras es como el del presente, con sus crímenes, inundaciones. Y hasta cenizas volcánicas.

La poesía como conjuro, la música como lugar de refugio, su relación con la tierra que hace posible que un cuerpo asustado baile, se active, imagine y vuelva a crear está presente en los viajes de cada personaje (a todos se les había muerto alguien en los últimos años por culpa de la guerra, cuenta Pedro, sobre Carla, Mario, Adriana, Julián, Pamela). Y si ese viaje se distingue del horror, se hace de un espacio pese a la violencia, empieza a ser político.

“No he conocido un Guayaquil no violento”, concluye Mónica. “Lo que pasa es que antes las muertes, los asesinatos les ocurrían a ciertos cuerpos. No a los de Samborondón, pues. Era inevitable que eso entre en la novela. Esas recurrencias tienen que ver con un estado mental mientras estás escribiendo porque para despojar el cuerpo de miedo, hay que tratar de imaginar un futuro”.

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