El postergado duelo por las muertes en días de COVID-19
No pudieron despedirlos ni abrazarse con sus seres queridos. Algunos vivieron verdaderas peripecias para enterrarlos. Eran el sustento de sus familias
Una declaratoria emergente, la del 12 de marzo, determinó no solo la suspensión de las clases, eventos masivos y un confinamiento obligatorio, también provocó la suspensión de los nexos de proximidad entre familias y amigos; entre compañeros de trabajo y vecinos.
Casi tres meses en que los hijos dejaron de ver a sus padres, los hermanos visitarse, los amigos se olvidaron de sus reuniones de fin de semana. Cerca de 100 días en los que un virus, el SARS-CoV-2, causó estragos en la vida de los ecuatorianos. Se calcula que unas 7 mil personas murieron en ese lapso. Un tiempo en el que el confinamiento determinó la postergación hasta del duelo.
La muerte por la pandemia fue muy dolorosa.
Qué falta nos hizo ese abrazo, esa palabra de
aliento de la familia y seres queridos.
Linda Bravo
Hermana de un fallecido.
“Lo que sucedió fue tan rápido que a veces creo que está en el trabajo, y me va a llamar a preguntar por su nietecita”, refirió Gina Morán, la hija de José Morán, una de las víctimas del virus. El luto de la familia ha sido intenso, pero en reserva. No se pudieron visitar, y no les quedó otra forma de contactarse y expresarse su dolor que a través de las vías virtuales que proporciona la tecnología, como videollamadas que realizaron a los familiares que residen en Ambato.
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Leer más“Tengo que asumir el papel de mi papá, porque él era quien proporcionaba todo para la casa. Entre muchas cosas, le compraba a mi mamá las medicinas. Aún tiene medicamentos de los que dejó comprados. He tocado puertas, pero por no tener un documento que me acredite como docente, no me contratan como profesora de inglés”, agregó la hija.
Christian Bravo, integrante del grupo de salsa urbana Latin Lovers, a los 39 años de edad fue una de las víctimas del coronavirus. Linda Bravo, su hermana, fue a quien le tocó recorrer los hospitales públicos y privados, todos saturados en su capacidad, para atender a su familiar. Cuando lo consiguió fue demasiado tarde, y falleció el 10 de abril. “Su muerte fue muy dolorosa. Qué falta nos hizo ese abrazo, esa palabra de aliento de la familia y seres queridos luego de la tragedia que vivimos. Sentí un gran dolor al no poder estar juntos”.
A Linda le correspondió sepultar a su hermano sola, sin amigos ni familiares, pues estaban lejos; unos en España y otros en Manta.
El momento en que falleció la madre de Christian, María Mancilla, una esmeraldeña de 60 años, pasaba la cuarentena en casa de la familia donde trabajaba en España. “Siempre estuvimos juntos a pesar de que estábamos lejos, nos comunicábamos constantemente por videollamadas. Durante su enfermedad trataba de animarlo y le hacía bromas. Tuvimos conversaciones muy espirituales y bonitas, especialmente la última vez que hablé con él”.
Luego de dos meses de su sepelio, finalmente algunos miembros de la familia pudieron visitar su tumba. Lloraron juntos después de tanto tiempo del fallecimiento. Dos largos meses que parecieron años, según manifiestan. “Ahora nos queda ese amargo pesar de que si lo hubieran atendido a tiempo, y le hubieran suministrado los medicamentos debidos, posiblemente estaría con vida”. El artista dejó dos hijos que ahora están al cuidado de su hermana Linda.
Alan Villalobos, morador de la ciudadela La Romareda, al norte de Guayaquil, recuerda a su abuelo Alfredo Iglesias. “Gracias a Dios pudimos retirar el cuerpo del hospital para proceder a la inhumación enseguida. No hubo velación, sin embargo, pudimos realizar el sepelio de forma digna al menos”, agregó. Actualmente intentan apoyarse entre los miembros de la familia cercana (esposa, hijos y nietos), para lograr salir adelante y superar la partida del galeno. Fue médico fisiatra por 34 años en el IESS; trabajó también en el hospital Roberto Gilbert y fue Profesor en la Universidad Católica.
“Estaba en mi casa durmiendo cuando sonó el teléfono para darnos la noticia, fueron los momentos más dolorosos durante esta pandemia. Lo más triste fue no haber podido estar en su última despedida. No puedo asimilar aún la muerte de mi hermano y no haber podido asistir a su entierro. Para mí esto todavía parece un mal sueño, porque no he podido visitar su tumba. Lastimosamente el duelo no se asimila, porque no hemos podido asistir a un sepelio como normalmente se acostumbra”, comentó Jaime Iglesias.
ESPECIALISTA
Según Wagner Sarez, psicólogo clínico, toda muerte o pérdida de un familiar es dolorosa. Es muy probable que los afectados se sientan solos, como ocurrió al despedirse de sus seres queridos a distancia. Somos seres humanos acostumbrados a despedirnos, es parte de las arraigadas tradiciones y costumbres, incluso ancestrales. Existe ambivalencia entre cuidar o velar al ser querido y el miedo a contagiarse. Son necesarios para la salud mental, los momentos en que la persona afectada pueda expresarse, llorar o entristecerse y manifestar sus verdaderos sentimientos. El confinamiento obligó a la gente a reprimir una realidad ante la muerte. No podíamos exponernos, se pospuso una tradición y tuvimos que reorganizarnos con nosotros mismos, comentó el profesional.