Cultura

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El autor falleció de un infarto en su casa de Río de Janeiro.Cortesía

Recordando a Rubem Fonseca, ídolo de la literatura brasileña

El afamado escritor falleció a los 94 años. Sus cuentos y novelas revolucionaron la narrativa de su país natal. La censura cayó sobre su obra. 

“Escribir es algo más que eso, es urdir, tejer, zurcir palabras, no importa si es una receta médica o una pieza de ficción. La diferencia es que la ficción consume cuerpo y alma”, dijo Rubem Fonseca en una de sus reflexiones sobre la narrativa y la literatura.

El aclamado autor brasileño, considerado el ‘Gran Jefe’ del relato del país latinoamericano, falleció la semana pasada a los 94 años. Deja tras de sí un legado que difícilmente será olvidado.

Fonseca nació en el Estado de Minas Gerais, el 11 de mayo de 1925. Se mudó a Río de Janeiro de pequeño, donde se aficionó a la lectura y donde años después inauguraría la corriente literaria ‘brutalista’.

Pero durante veinte años, y pese a la popularidad de sus relatos, el escritor no se dedicó de lleno a las letras, sino a la jurisprudencia. Fonseca trabajó como abogado, y luego como comisario en los suburbios cariocas, tras cuyas experiencias forjó al inolvidable comisario Guedes y al infatigable abogado Mandrake.

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Ese tono policíaco, con crímenes o misterios por descubrir, le valieron comparaciones con nombres como Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Sin embargo, su obra también puede leerse como una parodia del género negro, ya que los crímenes son el telón de fondo para una crítica social elaborada.

Fonseca era un nihilista, en el sentido de que veía a la sociedad como opresora del individuo: narraba la violenta vida cotidiana en las grandes ciudades y los dramas humanos que esta desata. Sus delincuentes son amorales, reacios a cualquier sentimiento de culpa, sean ricos o pobres. Este dominaba con maestría el juego entre los arquetipos del bueno y del malo, pero sin caer en lugares comunes. A menudo era difícil saber quién era uno u otro en sus textos.

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El dominio de los muchos matices del alma humana le permitió escribir con la misma verosimilitud sobre levantadores de pesas y ejecutivos, criminales y financieros, comisarios de policía y asesinos profesionales, prostitutas y pobres diablos que deambulan sin rumbo por las calles de Río de Janeiro.

“Escribí 30 libros. Todos llenos de palabras obscenas. Los escritores no podemos discriminar palabras. No tiene sentido que un escritor diga: ‘No puedo poner esto’. A menos que escribas libros infantiles. Todas las palabras tienen que utilizarse”, dijo en 2015.

Entre sus obras más conocidas están ‘El cobrador’, ‘Feliz año nuevo’ y ‘Agosto’.

Pero además de populares, sus relatos y novelas también fueron considerados polémicos. Su primera obra ‘El caso Morel’ fue confiscada por la policía en 1975, y otras, como las mencionadas previamente, fueron censuradas por el gobierno de la época. Hace tan solo pocos meses, la Gobernación del norteño estado de Rondonia ordenó la retirada de las escuelas públicas de decenas de sus títulos por considerar sus contenidos “inadecuados”. La entidad luego dio marcha atrás ante la ola de repudios.

El brasileño escribió hasta sus últimos días. El año pasado lanzó el libro de relatos ‘Carne cruda’, que aún espera su traducción al español, al igual que la obra previa a esa, ‘Calibre 22’. Su último libro lanzado en castellano fue ‘Historias cortas’.