Un tributo póstumo a Ernesto Cardenal
El afamado poeta nicaragüense falleció el pasado 1 de marzo.
“Te mataron y no nos dijieron donde enterraron tu cuerpo,
pero desde entonces todo el territorio nacional es tu sepulcro;
o más bien; en cada palmo de territorio nacional en que no está tu cuerpo, tú resucitaste.
Creyeron que te mataban con una orden de ¡fuego!
Creyeron que te enterraban
y lo que hacían era enterrar una semilla”.
Los versos de ‘Epitafio para la tumba de Adolfo Báez Bone’ son un buen punto de partida para rendir un homenaje a Ernesto Cardenal, que el pasado 1 de marzo falleció a los 95 años.
El sacerdote y poeta nicaragüense fue un icono de la lucha contra la dictadura del régimen de Anastasio Somoza y, uno de los principales exponentes de la Teología de la Liberación.
Teólogo, revolucionario, funcionario público y marxista, Cardenal vivió su vida envuelto en medio de la polémica y la lucha por las causas justas.
Joven de una familia adinerada, cursó la universidad en México y luego en Nueva York. Regresó a su Nicaragua natal en los años sesenta a emprender la lucha contra Somoza. Tras un intento fallido por derrocar al dictador, volvió a Estados Unidos, donde ingresó a un monasterio y se integró a la vida religiosa de manera oficial.
En 1979, se sumó al Frente Sandinista de Liberación Nacional para, una vez más, destituir al dictador. Esta vez la revolución triunfó, y Cardenal se incorporó al sistema de gobierno como ministro de Cultura. Años más tarde, en 1994, el papa Juan Pablo II lo suspendió de las actividades del sacerdocio, alegando que este nunca debió involucrarse en los temas políticos que aquejaban su país. El castigo se extendió hasta 2019, cuando el papa Francisco, lo reintegró a la vida sacerdotal.
Desafortunadamente, la vida le pagó al religioso con nuevas injusticias, pues además de fuertes quebrantos en su salud, vivió para ver el sistema político en el que creyó volcarse hacia la represión bajo el mando de Daniel Ortega, quien había luchado de joven junto a los sandinistas.
Ortega y su gobierno se dedicaron a hostigarlo en sus últimos años, colmándolo de acciones judiciales que fueron denunciadas a nivel internacional.
Pero, además de sus múltiples aristas políticas e ideológicas, Cardenal destacó como poeta, recibiendo varios galardones internacionales por sus versos.
Estos, de amor, de fe, de duelo y de lucha, recogen la realidad de una época, y de una lucha social.
Y el mejor tributo a un hombre que dedicó su vida a la justicia es leerlo. En esta edición de Kiosco de Libros, les dejamos tres de sus poemas más conocidos.
Porqué me has abandonado (Salmo 21)
Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Soy una caricatura de hombre
.............................................el desprecio del pueblo
Se burlan de mí en todos los periódicos
Me rodean los tanques blindados
estoy apuntado por las ametralladoras
y cercado de alambradas
.............................................las alambradas electrizadas
Todo el día me pasan lista
Me tatuaron un número
Me han fotografiado entre las alambradas
y se pueden contar como en una radiografía todos mis huesos
Me han quitado toda identificación
Me han llevado desnudo a la cámara de gas
y se repartieron mis ropas y mis zapatos
Grito pidiendo morfina y nadie me oye
grito con la camisa de fuerza
grito toda la noche en el asilo de enfermos mentales
en la sala de enfermos incurables
en el ala de enfermos contagiosos
en el asilo de ancianos
agonizo bañado de sudor en la clínica del psiquiatra
me ahogo en la cámara de oxígeno
lloro en la estación de policía
en el patio del presidio
......................................en la cámara de torturas
........................................................en el orfelinato
estoy contaminado de radioactividad
...............................y nadie se me acerca para no contagiarse
Pero yo podré hablar de ti a mis hermanos
Te ensalzaré en la reunión de nuestro pueblo
Resonarán mis himnos en medio de un gran pueblo
Los pobres tendrán un banquete
Nuestro pueblo celebrará una gran fiesta
El pueblo nuevo que va a nacer.
Hazme justicia, Señor (Salmo 25)
Hazme justicia Señor
porque soy inocente
Porque he confiado en ti
y no en los líderes
Defiéndeme en el Consejo de Guerra
defiéndeme en el Proceso de testigos falsos
y falsas pruebas
No me siento con ellos en sus mesas redondas
ni brindo en sus banquetes
No pertenezco a sus organizaciones
ni estoy en sus partidos
ni tengo acciones en sus compañías
ni son mis socios
Lavaré mis manos entre los inocentes
y estaré alrededor de tu altar Señor
No me pierdas con los políticos sanguinarios
en cuyos cartapacios no hay más que el crimen
y cuyas cuentas bancarias están hechas de sobornos
No me entregues al Partido de los hombres inicuos
¡Libértame Señor!
Y bendeciré en nuestra comunidad al Señor
en nuestras asambleas.
Aquí pasaba a pie por estas calles
Aquí pasaba a pie por estas calles,
sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
conocieron sus versos.
Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento...
Pero
recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la Constitución, las cartas de amor,
y los decretos.