Daddy Yankee, crónica de una marejada de caos y talento
En medio de un ingreso accidentado, la multitud disfrutó de un show de calidad. El artista boricua no defraudó a su fanaticada en Guayaquil
Son las siete de la mañana del martes 4 de octubre y en los televisores se escuchan las noticias “ya hay fila para el concierto”. Se refieren al show de Daddy Yankee, como parte de su tour de despedida. A pesar de que los organizadores anunciaron que el horario de apertura al público era a las tres de la tarde, la fanaticada montó guardia a los alrededores de la explanada del estadio Alberto Spencer, de Guayaquil, desde muy temprano.
Cuando el reloj marca las cuatro de la tarde, las puertas todavía no están abiertas. La fila se ha extendido por las calles aledañas del estadio. El sol de la mañana empieza a bajar su ferocidad, pero no pasa lo mismo con la gente. El cansancio, la sed y la zozobra por los robos se reflejan en sus caras y generan frustración. Cinco de la tarde, empieza a moverse la fila atropelladamente por la desesperación de entrar. La gente que recién llega se une en el camino, rumores de robos y agresiones navegan por los oídos de todos. Pareciera que los militares y policías en caballos adornaban las paredes por su carencia de voz de mando.
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Leer másEn una calle tan angosta como la María Josefa Gual, ubicada al inicio del Barrio Chemise, se desvía la columna, pero al llegar se separa en dos; es ahí donde las condiciones inhumanas comienzan. Ya no se puede correr, las masas de personas se movilizan a empujones y, por tratar de llegar más rápido al destino final, la entrada al estadio, se aglomeran a como dé lugar. A los vendedores ambulantes ubicados en las veredas se les imposibilitaba vender, sus mercaderías han sido estropeadas por los pisotones de la fanaticada. La vecindad del barrio se asoma por sus balcones para vigilar al gentío, tratan de darles señales de cómo salir más rápido por otro desvío, pero su ayuda se asemeja a dar manotazos de ahogado.
En medio del mar de brazos y caras sudadas intenta pasar un caballo de policía trayendo consigo el caos cual jinete del Apocalipsis. A trompicones y sin importarle las condiciones paupérrimas en las que se encontraban todos, forzó un camino hasta llegar al otro lado. El espacio entre persona y persona se cerró por completo. Los humanos se convirtieron en animales dejándose llevar por sus instintos de supervivencia.
Codazos, manotazos, empujones; ya no se podía caminar, la gente se movía como marea turbulenta. A un cuarto del final de la vía se detiene todo. “¿Qué pasa?”, “Los policías están forzando una sola fila” “Nos están empujando”, “Esta es la fila no la de allá”, “Nos vas a matar” son los gritos que se escuchan.
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Leer másLos empujones vienen de atrás para presionar la salida. Se detiene otra vez, pero la embestida no. Un señor con una gorra negra con el logo del último álbum de Daddy Yankee impedía el paso. “Dime la verdad, amor, ¿tienes los cinco para pagarle al señor y que nos deje pasar?”. Entre los comandos y las personas corruptas, el espacio de salida se hacía lejano. Las mujeres eran jaladas por sus acompañantes para sacarlas de ese obstáculo. Un uniformado trató de agarrar a un supuesto delincuente, pero en su afán de alcanzarlo tiró a una chica al piso encima de una bicicleta.
La salida de ese callejón, para muchos, era como dar el primer respiro de paz, pero este percance no detuvo a esta fanaticada sin límites de alcanzar su esperado concierto. La felicidad y alivio de entrar era sin igual. El concierto anhelado por más de 30.000 personas estaba cerca.
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Leer másYa en el estadio, poco le importaba a la gente la espera de varias horas para ver a su ídolo. Los Dj la mantenían entretenida y alegre. Daddy Yankee inició su presentación a las diez de la noche. La algarabía y coros abundaban; atrás quedaron esos tragos amargos y horas de anarquía. Sus canciones Machucando, Somos de calle y Gasolina hicieron retumbar el pecho de la gente que coreaba a todo pulmón estos éxitos. La puesta en escena deslumbró a muchos y dejó a todos boquiabiertos. Parece ser que la odisea por escuchar el género urbano valió la pena.
Afuera quedaron los que no pudieron entrar, a pesar de haber adquirido sus entradas con anticipación. Desde adentro, el miedo del staff que resguardaba la puerta fue un obstáculo que no pudieron solventar. Al sacar las trabas del ingreso, una marea rabiosa abrió de par en par los portones queriendo alcanzar un pequeño vistazo del show, pero ya era demasiado tarde. Su ídolo ya había dado su último adiós.