'La danza del niño maestro', la herencia de Kléver Viera
El documental de Vinicio Cóndor se estrenó en Galápagos. Es un retrato del artista que aborda el arte como redención
El documental La Danza del Niño Maestro es una puesta en escena del arte contemporáneo que se pregunta sobre la identidad y el dolor. Lo hace a través de reflexiones del protagonista, Kléver Viera (Toacaso, 1954), que aparece enfrentado a su origen y en convivencia con su entorno para romperse. Levantarse. Y bailar.
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Leer másSe estrenó en Galápagos, el jueves 1 de febrero, luego de sus proyecciones en Quito, Baños y Latacunga. Durante una década, el documentalista Vinicio Cóndor había seguido la estela del maestro, bailarín profesional, director artístico y coreógrafo. Ahora recuerda cómo trabajó con la música de la cinta. Las referencias fueron las composiciones que se usan en las obras de Viera.
“Fue un reto. Se requería de una gran producción para incluir esas sinfonías, pero desde el momento en que conversamos con Nelson García, el creador musical, él asumió el espíritu que tenía y lo hizo con la colaboración de varios artistas”.
El maestro Enrique Males compuso una de las partes de la banda sonora, basado en su conocimiento de la obra del bailarín. Hizo arreglos e interpretaciones que vibran con su voz de otros tiempos.
El resultado es la armonía entre pasajes sonoros y la filosofía del artista. Un maestro que irrumpe con la potencia de sus ideas mientras transita a través de los años como lo hace con su arte: a través del cuerpo.
“Todo ser humano es un minusválido del alma”, dirá Kléver Viera frente a la cámara. “¿Cómo logro yo confrontar el ego? Confrontándolos con la muerte. La danza puede curar. Yo lo he visto”.
- Recuerdos de infancia
¿Podría haber un ‘Método Viera’ en la danza? La pregunta queda flotando en el espectador de cada una de sus obras, pero también de La Danza del Niño Maestro.
La respuesta tiene una complejidad: más que desplegarse en una definición, lo hace en la experiencia y en la constante crítica estética y política de la técnica que Kléver heredó del coreógrafo mexicano Rodolfo Augusto Reyes (1936-2021).
El cineasta visitaba al maestro. Y “las conversaciones se daban orgánicamente, bebíamos vino y surgían los encuentros” y las tomas, le contó a su público en una de las proyecciones al aire libre, en Quito.
Este filme es un retrato que ilumina con diálogos entre los ensayos, sobre las tablas, también en medio de la naturaleza o en su casa en medio de montañas asfaltadas. Kléver Viera marca el ritmo, da indicaciones a sus discípulos. “En principio, trato de fortalecer el centro, algo mucho más profundo que el eje central, que tiene una connotación de identidad. El centro mío es indio, es tierra, es soltar abajo, desde los esfínteres hasta las tripas”.
Para responder quiénes somos, insiste el maestro, el devenir artístico debe ser silencioso. Y ahí es cuando ‘reclama’ el afecto de su madre, que lo acarició en la vejez, algo que representó en la obra Yo, otro eco, una escena que sus discípulos llamaban “la de la ternura”
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Leer más- Un filme de 85 minutos
El carácter irreversible de la soledad en la madurez es parte de este retrato. “Yo me he ido despojando de mi ego también”, expone Kléver Viera y evoca con una imagen (la sangre de toro, de runa sobre la tierra) su memoria propia para recuperar lo perdido.
El carácter perentorio del documental que dura 85 minutos se refuerza con ensayos de sus discípulos en un cementerio. En otras escenas, la desnudez contrasta sobre el verdor montañoso en Toacaso. Los ensayos sumergen a una pareja en el humedal del Itchimbía. “Se trata de un hombre grande que habla del amor filial y de pareja, que marcó su vida en los últimos 20 años”, enfocar eso en lo disperso que es al hablar fue el propósito durante el montaje, confiesa Vinicio.
Cuando era joven, Kléver leyó un cuento del antropólogo peruano José María Arguedas que lo marcó de por vida, La agonía de Rasu Ñiti. “Narra la historia de un viejo dansak (danzante de tijeras) que está desfalleciendo y, por eso, hace un traspaso mediante la danza de sus atuendos, saberes y movimientos a su discípulo, Atuq Sayku”, dice el periodista cultural Fausto Rivera Yánez para describir el proyecto Danzas Heredadas, parte del Taller Permanente de Experimentación Escénica.
El arte como cura que aplaca adicciones
Leer másEn la película, el maestro Kléver Viera dice que siempre retorna a El Principito, del aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. “Recuerdo la metáfora del zorro, ir a tal hora para domesticarlo, solo para ir a la de la serpiente al final”.
Y deja una recomendación difícil de olvidar: “Tengan gatos, adopten un gato”, dice, “yo siempre los he tenido cerca”.
Cada artista, cada ser humano tiene esas rajaduras del alma (...) El arte es el medio que me permitió vivir, la danza es la mejor vía de autoconocimiento.
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